jueves, 4 de octubre de 2012

PAN DEL ALMA



Desde luego que el pan es el alimento básico de nuestro cuerpo…, o al menos lo era antiguamente, porque en los países ricos, y con esa obsesión por conservar la línea corporal, son muchos los que no comen pan, mientras que hay pobres que se comen las cascaras de los plátanos; y no es un decir. Recuerdo que de niño lo he visto en la España de la posguerra, he visto rebuscar la gente en los cubos de basura y comerse lo que pillaban, cosa que también está ocurriendo ahora. Pero sin abandonar el tema que nos ocupa, y aunque a muchos no les preocupen las necesidades de sus almas, la realidad es que esta tiene sus necesidades lo mismo que nuestro cuerpo, con una notable diferencia y es que mientras satisfacer las necesidades de nuestro cuerpo nos cuesta dinero, satisfacer las necesidades de nuestra alma es gratis total. Pero aun así y todo, desgraciadamente son muchos los que manteniendo su cuerpo orondo y lucido, mientras han matado de hambre a su alma llevándola a una inanición total.

El alimento básico de nuestra alma, el pan de nuestra alma, es la oración y por grande que sea la fe de una persona, los votos que haya adquirido y el estado eclesial que tenga, si no reza, empieza a debilitar su alma, hasta que esta muere por inanición. No me agrada tocar los temas de actualidad, pero que sirva de ejemplo, dos recientes casos. Uno es el de un obispo de Argentina, y otro el del P. Maciel, fundador de una orden religiosa. El alma hay que alimentarla, y de la misma forma que el cuerpo necesita aire para respirar y pan para alimentarse, el alma necesita amor para respirar y oración para alimentarse.

El Señor, más de una vez insistió en la necesidad de orar y así: “Les decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer. Había un juez en una ciudad, que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en aquella ciudad una viuda que, acudiendo a él, le dijo: "¡Hazme justicia contra mi adversario!" Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: "Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que no venga continuamente a importunarme." Dijo, pues, el Señor: « Oíd lo que dice el juez injusto; y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche, y les hace esperar? Os digo que les hará justicia pronto”. (Lc 18,1-7).

Y no solo con motivo de esta parábola del juez inicuo, sino también en otras ocasiones, nos dejó dicho: “Ora a tu padre en secreto”. (Mt 6,5-6). Y también: “El espíritu esta pronto, pero la carne es flaca”. (Mc 14). Y no cumplimos con el expediente orando de cuando en cuando, si no que: “…, conviene orar perseverantemente y no desfallecer”. (Lc 18,1). Y sobre todo para vencer a la tentación: “Velad y orar para que no accedáis a la tentación; el espíritu esta pronto, pero la carne es flaca”. (Mt 26,41). Además de lo que podemos leer en los textos evangélicos, también podemos leer entre las citas sagradas: Así San Pablo insiste en la necesidad de orar perseverantemente diciendo: “Orad constantemente”. (1Ts 5,17). Y en la epístola a Timoteo le dice a este: “Ante todo te ruego que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres”. (1Tm 2,1). Y en la epístola a los romanos, nos recuerda la ayuda que tenemos en la oración por parte del espíritu Santo: "Y de igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; más el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables”. (Rm 8,26).

Si no oramos no nos salvamos. Sin la oración no hay salvación posible. La necesidad de orar fluye naturalmente de nuestro cuerpo, si es que no nos dedicamos a ahogarla. Todo cristiano está llamado a orar, y cuanto más ore más crecerá en santidad, porque irá desarrollando mas la madurez de su alma, y cada vez experimentará más la necesidad irresistible de hacer oración. San Alfonso María Ligorio escribía: “La oración es el medio necesario y seguro para conseguir la salvación y para obtener todas las gracias necesarias para conseguirla”. Y Santo Tomás de Aquino también escribía: “Todo hombre está obligado a orar por el hecho de que está obligado a procurarse los bienes espirituales, que no le pueden venir sino de Dios y no pueden serles dados sin que él los pida”.

Estamos creados para orar, y necesitamos orar como el pez necesita agua para vivir. Pero en el mundo actual en que vivimos no se ora; se buscan para la salvación cisternas agrietadas, tal como se lamentaba el profeta Jeremías, cuando profetizaba: “Porque mi pueblo ha cometido dos maldades: me abandonaron a mí, la fuente de agua viva, para cavarse cisternas, cisternas agrietadas, que no retienen el agua. (Jer 2,13), Hoy en día las nuevas cisternas agrietadas para la salvación, están en el incremento de la producción material, en la actividad cultural, en el nivel de vida, etc…

Escribe, Daniel Maurin y nos dice: “Se encuentran cristianos que comulgan todos los días y están en pecado mortal, cristianos que hacen abundantes limosnas y que están en pecado mortal, cristianos que se mortifican de muchas maneras y que están en pecado mortal, pero jamás se encuentra un alma que haga oración todos los días y que permanezca en el pecado…. Es imposible, el que ora se salva. La comunión frecuente es un consejo, la oración es un precepto divino”. Y así es, porque sin la oración no puede haber Eucaristía, ni comunión eficaz. Aunque si puede haber oración sin Eucaristía, de aquí la importancia de la oración. Jesús no nos ordenó comulgar, pero si rezar.

No cometamos el error de poner por delante de la oración, la ejecución de buenas obras o la actividad en favor de los demás. Santa Teresa de Lisieux O.C.D. escribía: “Adviertan los que son muy activos, que piensan ceñir el mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios (dejando aparte el buen ejemplo que de si darían) si gastasen siquiera la mitad de ese tiempo en estarse con Dios en oración”.

Por esto, tenemos que orar, pues siempre tenemos algo que pedir, pero sobre todos nuestro particular Pentecostés, es decir, la invasión de nuestro corazón por el Espíritu Santo, tal como nos recomendaría, cualquiera que ame apasionadamente al Señor.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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