jueves, 9 de agosto de 2012

HISTORIAS SOBRE MARÍA # XXXIII



Había en Germania un hombre que cometió un grave pecado. No queriendo confesarlo, y no pudiendo, por otra parte, sobrellevar el remordimiento de su conciencia, se dirigió a un río para arrojarse a él, mas luego se arrepintió de su mal propósito, y llorando rogó a Dios que le perdonase sin tener que confesarse.

Una noche, mientras estaba durmiendo, sintió que alguien le tocaba el hombro diciéndole:

-Ve a confesarte.

Apenas amaneció, se dirigió a la Iglesia, pero faltándole valor, tampoco se confesó.

Oyendo otra noche las mismas palabras, volvió al Templo, y después de porfiada lucha entre su voluntad y su vergüenza, concluyó por decir que antes quisiera morir que confesar aquel pecado. Pero antes de regresar a su casa, quiso ir a encomendarse a María Santísima, cuya imagen se hallaba en la misma Iglesia, y apenas se había arrodillado, advirtió en sí mismo una transformación. Levantándose al instante, llamó al confesor, y llorando amargamente, por la gracia que la Virgen le había dispensado, confesó todos sus pecados, y luego aseguró que había experimentado mayor contento que si hubiese ganado todo el oro del mundo.

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En el Monte Olivete había un ermitaño que tenía en su celda una devota imagen de María, ante la cual hacia muchas oraciones, por lo que el demonio lo atormentaba continuamente con tentaciones deshonestas, de manera que no pudiendo el pobre anciano solitario librarse de ellas, a pesar de las mortificaciones que se imponía, un día preguntó al espíritu de las tinieblas, ¿qué le había hecho para que le atormentase de aquel modo? A lo que éste le contestó apareciéndosele:

-Mayor es el tormento que yo recibo de ti… Añadiendo que si le juraba guardar el secreto, le diría lo que habría de dejar de practicar, y que no lo molestaría más.

El ermitaño lo juró, y entonces el demonio le dijo que quería no volviese más a mirar aquella imagen que tenía en su celda. Lleno de confusión el ermitaño, fue a pedir concejo al Abad Teodoro, el cual le dijo que no estaba obligado a cumplir el juramento, y que de ninguna manera dejase de encomendarse a la Virgen en aquella imagen, como ante lo practicaba.

Así lo hizo el ermitaño, y el demonio quedó burlado y vencido.



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Fue a confesarse con el Padre Onofre de Anna una señora llena de terror, que habiendo mantenido trato ilícito con dos jóvenes a la vez, uno de ellos había dado muerte al otro por celos.

Cuenta el Padre que a la misma hora en que había muerto aquel infeliz joven, a ella se le había aparecido el joven vestido de negro y encadenado, arrojando fuego por todas partes, con una espada en la mano para cortarte el cuello, entonces ella, temblando, le preguntó qué le había hecho para querer matarla, a lo cual el condenado contestó con la mayor indignación:

-Tú me has hecho perder a Dios.

Entonces ella invocó a la Bienaventurada Virgen, y al oír aquella sombra que pronunciaba el Santísimo Nombre de María, desapareció sin que volviese jamás a verlo.

San Alfonso María de Ligorio – Doctor de la Iglesia

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