martes, 22 de mayo de 2012

BENDECIR...


Una cosa que me preguntan algunas personas es si los padres pueden bendecir a sus hijos. En algunos países existe la costumbre de que los padres hacen la señal de la cruz sobre los hijos como los sacerdotes. Para responder a esta pregunta, voy a citar un texto de Joseph Ratzinger:

Nunca podré olvidar la devoción y la interior veneración con que nuestro padre y nuestra madre nos bendecían a los niños cuando salíamos de casa. Cuando se trataba de una despedida por causa de un viaje, trazaban el signo de la cruz con agua bendita sobre nuestro pecho, frente y boca. Joseph Ratzinger, Introducción al espíritu de la liturgia, San Pablo, Bogotá 2005, 2ª edición, pg 154.

Como se ve, no hay ningún problema en hacer la señal de la cruz sobre la frente. Así como la hago sobre mí mismo, un padre puede hacerla sobre su hijo. Ese hacer la señal de la cruz en el fondo significa un querer marcar a esa persona con ese signo. Es, por tanto, un gesto de petición, un signo invocativo.

Pero hacerla en el aire no es adecuado por parte de un laico, pues ese gesto implica un poder. Lo que significa en la tradición cristiana cuando el presbítero hace esa señal en el aire a cierta distancia es: de mi señal en el aire desciende hacia ti una bendición.

Como se ve, hay una diferencia entre hacer la señal sobre un mismo, que viene a significar: me marco, pido la protección de Cristo. A hacerla en el aire como el sacerdote, que viene a significar: te envío con mi poder la bendición de Dios. Por eso el sacerdote, al hacer ese gesto, dice: yo te bendigo. Mientras que un laico debería decir: pido a Dios que te bendiga.

En el Antiguo Testamento vemos que todos podían pedir la bendición de Dios, pero que sólo algunos (los sacerdotes y los profetas) podían bendecir. En los Patriarcas del Antiguo Testamento, la bendición sobre el hijo tenía un sentido más complejo que quizá lo explique mañana.


En el Antiguo Testamento la bendición de un patriarca sobre su hijo, tenía el sentido de la transmisión de los derechos de la primogenitura. Era, por tanto, un acto en el que el patriarca transmitía los derechos a aquél que le iba a suceder. Pero ese acto no era un acto eminentemente jurídico, sino espiritual. Para entender esa acción, debemos poner la comparación de la coronación de un rey medieval, acto que era esencialmente espiritual. Imaginemos una coronación cuyo efecto no se puede retirar. Uno está tan convencido de la sacralidad del rito, que el arzobispo que corona podría afirmar acabado el acto: ya no puedo decir que lo que se te ha dado, se te retira. Algo así era la bendición de un patriarca.

Por otra parte, el primogénito no heredaba esos derechos de forma automática. Pues la experiencia demostraba que, a veces, el primogénito podía tener taras físicas (por ejemplo, estar ciego) o psíquicas (padecer un cierto retardo mental). Por eso esas culturas entendieron que la primogenitura se recibiría y no será automática. Y esos pueblos, absolutamente convencidos de la existencia del mundo espiritual, hicieron del acto algo esencialmente religioso, no jurídico. Es así como hay que entender las bendiciones de los patriarcas a sus hijos.

Algunos, hoy día, se basan en esos pasajes para bendecir como un sacerdote a sus hijos. Pero recordemos que esos patriarcas eran los sacerdotes de su familia, el único que ejercía funciones sacerdotales en la tribu. Funciones que también se transmitían en la bendición de la primogenitura. Y, por otra parte, sólo se transmitían esas funciones. El patriarca carecía del poder de bendecir que posee un presbítero. El presbítero ha recibido un poder de Cristo. El patriarca del Antiguo Testamento, transmite funciones, otorga los derechos, otorga su puesto, pero no puede hacer signos de transmisión de bendición como si tuviera un poder propio, puesto que él mismo sólo puede pedir la bendición al Altísimo.

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