sábado, 4 de febrero de 2012

¿SEREMOS COMO ANGELES?


Desde luego que sí…, como ángeles, serán aquellos que al final de la prueba de amor a la que estamos sometidos, acepten el amor que el Señor constantemente nos está ofreciendo. Él mismo así nos lo dijo, cuando un grupo de saduceos quiso tenderle una de sus acostumbradas trampas, de aquí la expresión trampa saducea. Los saduceos no creían en la resurrección y le preguntaron, que de quien sería la mujer de siete hermanos que habían estado casados con ella, el Señor les respondió: “Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer? Jesús les dijo: ¿No será que ustedes están equivocados por no comprender las Escrituras ni el poder de Dios?

Cuando resuciten los muertos, ni los hombres ni las mujeres se casarán, sino que serán como ángeles en el cielo”.

Este pasaje evangélico, me ha llevado a reflexionar sobre una serie de temas, acerca
de nuestros parecidos y diferencias con los ángeles. Los ángeles como sabemos al igual que nosotros, son criaturas creadas por Dios y tan amadas de Dios, como lo somos nosotros, pero con una diferencia en cuanto al amor de Dios y es que ellos como ya han pasado su prueba de amor, no hay ninguno que viva o exista al margen del amor de Dios, porque los que se levantaron al grito de non serviam no serviremos, fueron reducidos por el arcángel San Miguel y recluidos para la eternidad en el infierno, aunque algunos de ellos tenga una especie de suspensión de condena,
pues el Señor se sirve de ellos para que nosotros podamos demostrar nuestro a amor a Él. En cambio nosotros, vivimos en pleno periodo de prueba y de nosotros, como una lógica de la cualidad de reciprocidad que el amor tiene, el Señor, ama más al que más le ama, ama con la esperanza, de que vuelvan a Él los que no viven en su gracia.

Dicho esto en otros términos, y con respecto a los ángeles, exactamente no sabemos que es
lo que pasó y como pasó pues en cuanto al factor tiempo, este aquí no juega para ellos, solo juega para nosotros mientras estemos en este mundo. Dios creo a los ángeles por razón de amor, al igual que también todos nosotros hemos sido creados por razón de amor. Pero cuando ese amor divino es repudiado, cosa que hicieron los ángeles caídos o demonios, Dios retira su amor, porque la esencia de Dios es el amor y ese vacío que se produce, inmediatamente es rellenado por
la antítesis del amor que es el odio y también como Dios es Luz de amor, también se produce otro vacío por la falta de luz, que es rellenado enseguida por las tinieblas. De aquí que el infierno sea el reino del odio y las tinieblas.

Exactamente, esto es lo que pasará, también con las criaturas humanas, que en el decisivo
momento final, no acepten el amor que el Señor ha estado constantemente ofreciéndonos a lo largo de nuestras vidas. Existe una gran diferencia entre los ángeles y nosotros en cuanto a la actitud del Señor, con respecto a las ofensas que le hacemos. La diferencia consiste en que el Señor ejerce la misericordia con nosotros, pero es o fue in misericordioso con los ángeles. ¿Y
esto por qué? Sencillamente, porque los ángeles que cayeron pecaron con malicia, y nosotros cuando pecamos, pecamos por estulticia. Blosio escribió en su época: “Porque no puede ser tan grande tu malicia, ni tan grave tu enfermedad, que sobrepase la misericordia de Dios, que no conoce término ni medida”. Nuestra malicia es, digámoslo así, ciertamente limitada, lo nuestro no es malicia, simplemente es estupidez humana, fruto del tentador y nuestro desconocimiento de los que es Dios, su grandeza y lo que representa. “Padre, perdónales, porque no saben lo que
hacen”. (Lc 23,34).

Los ángeles son criaturas directamente creadas por Dios y espíritus puros, que desde el
momento de su creación, ven el rostro y la luz de Dios y tienen un conocimiento mucho mayor que nosotros de quien es Dios, de su grandeza, y de su propia pequeñez con respecto a Dios. Adán y Eva, antes de ofender al Señor, eran espíritus puros pero con cuerpo y como tales podía ver a Dios, al igual que constantemente lo están contemplando los ángeles triunfantes, ya que ellos estaban en un prístino estado de pureza. El converso irlandés C. S. Lewis,
escribe sobre este tema diciéndonos: “El hombre en el paraíso no se sentía tentado, en el sentido actual del término tentación, ni tenía pasiones o inclinaciones que le empujaran en esa dirección.
Hasta ese momento el espíritu humano había controlado completamente el organismo y esperaba a todas luces, retener el control una vez hubiera dejado de obedecer a Dios. Pero como su autoridad sobre el organismo que era delegada, la perdió cuando el mismo dejó de ser delegado de Dios. Al separarse hasta donde pudo de la fuente de su ser, se alejó también de la fuente del poder”.

Nosotros nacemos con el legado de la concupiscencia, que ellos Adán y Eva, nos legaron
como consecuencia del pecado original, pues perdieron su pureza y como nadie da lo que no tiene, no nos pudieron legar una estado de pureza y nos legaron la concupiscencia que nos obliga a luchar para poder amar a Dios. Nosotros somos un espíritu o alma directamente creada por Dios pero encerrada en un cuerpo material concupiscente, que nos impide ver directamente a Dios. Nosotros estamos sometidos según el teólogo dominico Royo Marín, a las tres fuentes de
donde proceden las tentaciones malignas que son: “Nuestra propia naturaleza dañada por el pecado original y viciada con taras personales; los malos ejemplos y la influencia del mundo que nos rodea; y sobre todo, la malicia del maligno, nuestro mortal enemigo”.

Nosotros tenemos un alma directamente creada y amada pro Dios, pues Él ama todo aquello
que ha creado y acepta su amor no ofendiéndole. Esta alma la tenemos unida a un cuerpo material, creado solo indirectamente por Dios y directamente por nuestros padres, lo cual le permite al hombre su auto reproducción, facultad esta de la que no disponen los ángeles, pues ellos no se auto reproducen. Pero precisamente el hecho de tener cuerpo material y haber perdido Adán y Eva la prístina pureza, nos impide ver por medio de los ojos de nuestro cuerpo al
Señor, y esto solo nos es posible por medio de la fe que utiliza los ojos de nuestra alma, a través de los sentidos sensoriales de esta se puede llegar a ver a Dios, en función del desarrollo espiritual de nuestra alma.

La fe, es un extraordinario regalo que el Señor nos ha hecho, aunque muchos piensen que
preferirían ver directamente a Dios. El día de mañana si somos dignos de alcanzar el cielo, nos daremos cuenta del tremendo mérito que tiene la fe. Los ángeles, por ejemplo nunca han tenido fe porque siempre lo que han tenido y tienen es evidencia, tanto los glorificados como los caídos en el pozo de odio y tinieblas, que es el infierno.

La fe es tan apreciada por Dios, que solo basta con abrir los Evangelios para darse uno
cuenta, de que hasta Dios mismo, hay veces que se admira de la fe de sus criaturas. Me remito aquí al pasaje del Evangelio de San Mateo: “Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: ¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio. Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le
pidieron: «Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos. Jesús respondió: Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: ¡Señor, socórreme!

Jesús le dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros. Ella respondió: ¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños! Entonces Jesús le dijo: Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo! Y en ese momento su hija quedó curada”. (Mt 15,22-27).

La fe es un maravilloso don, que está al alcance de todo el mundo. Aunque no se crea,
solamente basta en pedirle al Señor este don, y por el mero hecho de pedírsela, uno y sin darse cuenta ya empieza uno a tenerla, es una fe pequeñita, un simple brote, pero si se persevera en ella, puede llegar a convertirse en una gigantesca Sequoia de decenas de metros de altura.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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