domingo, 5 de febrero de 2012

SANAR Y ORAR


"Cuando salieron de la sinagoga, Jesús fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama, con fiebre. Se lo dijeron a Jesús, y él se acercó, la tomó de la mano y la levantó. Al momento se le quitó la fiebre y se puso a atenderlos.

Al anochecer, cuando ya se había puesto el sol, llevaron ante Jesús a todos los enfermos y endemoniados, y el pueblo entero se reunió a la puerta. Jesús sanó de toda clase de enfermedades a mucha gente y expulsó a muchos demonios; pero no dejaba hablar a los demonios, porque ellos le conocían.

De madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó y salió de la ciudad para ir a orar a un lugar apartado. Simón y sus compañeros fueron en busca de Jesús, y cuando lo encontraron le dijeron:
– Todos te están buscando.
Él les contestó:
– Vayamos a otros lugares cercanos a anunciar también allí el mensaje, porque para esto he salido.

Así que Jesús andaba por toda Galilea anunciando el mensaje en las sinagogas de cada lugar y expulsando a los demonios."

El Evangelio de hoy es la continuación del evangelio del domingo pasado. Jesús ha sanado a
un endemoniado y ha dejado admirados a todos porque hablaba con autoridad. Ahora se dirige a la casa de Pedro. Allí sana a la suegra y esta les sirve. Acaba la jornada curando a más personas. Y por la mañana se retira a un lugar apartado a rezar.

Esta es la jornada de Jesús: Sanar y orar. Podríamos considerar a Jesús como un mago y quizá, algunos, en su tiempo lo consideraron así. Pero el sentido de "sanar" en el Evangelio es más profundo que el de simplemente curar de una enfermedad. Casi siempre va asociado a la expulsión de demonios, es decir, a la liberación del mal. La acción de Jesús es liberador. Cuando Él cura, lo que hace, es liberar al hombre del mal. Quitarle la venda de los ojos que no le deja ver. Hacerle caminar y liberarle de la inmovilidad que no le deja actuar. Expulsar de él aquellos sentimientos malignos que nos inclinan hacia el mal.

Aquél que era curado, como la suegra de Pedro, inmediatamente se ponen a "servir", o a seguirle, o a proclamar sus alabanzas.

Para que Jesús pueda realizar estas cosas, de madrugada se ha retirado a orar.
Curiosamente el Evangelio no nos presenta nunca a Jesús rezando en el templo,
repitiendo oraciones. Jesús busca la soledad, el silencio, para unirse al Padre.

Los cristianos, si queremos ser sus seguidores, hemos de recuperar estas dos cosas. Una oración profunda, al inicio o al final del día; pero una auténtica meditación que nos dé fuerzas para,
luego, poder liberar a nuestros hermanos de los múltiples males que les atenazan. Demasiadas veces hemos separado la acción de la oración. Todos hemos de ser contemplativos si no queremos que lo que hacemos sea mero activismo.

Pablo en la epístola de hoy grita:
"- ¡Ay de mí si no anuncio la Buena Nueva!".

Nos dice que se hizo todo para todos para ganar a algunos. Pablo no hace sino seguir los pasos de Jesús. Lo que debemos hacer todos sus discípulos. Eso significa "sanar" y "orar": ser un hombre para el Hombre, para ayudar a su liberación y conseguir las fuerzas para hacerlo, en la Unión
íntima con Él...

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