jueves, 16 de febrero de 2012

EDAD MEDIA: EPILEPSIA Y POSESIÓN


Puesto que siempre que se habla de posesión, lo primero que viene a la cabeza de todos es que siempre se confundió a lo largo de la historia con la epilepsia, diremos también algo sobre ello.

En las convulsiones del gran mal de la epilepsia puede aparecer espuma por la boca, y las pupilas pueden volverse hacia arriba apareciendo los ojos en blanco, sin embargo, es imprescindible insistir en que se pierde la consciencia, y que el único sonido que puede aparecer en esos momentos puede ser tan sólo un ruido efecto del espasmo de la glotis.

Este hecho es relevante, porque aunque se da por sentado que en la Edad Media se confundía epilepsia con posesión, la abundante literatura sobre este síndrome siempre deja constancia de las conversaciones de la segunda personalidad durante las crisis de furia.

Este hecho indica que aquellos hombres medievales estaban presenciando este síndrome
aquí descrito, y no las otras enfermedades a las que de un modo simplificador suelen referirse los psiquiatras al comentar hechos referidos por cronistas medievales, por otro lado someramente conocidos por los comentadores médicos.

El análisis profundo de los cientos de casos de siglos pasados, coincidentes todos ellos en sus rasgos, incluso accidentales, y contrastado con los casos actuales, nos lleva a la conclusión de que esos hombres de épocas pasadas están refiriendo un único tipo de síndrome perfectamente perfilado en sus características. Además, aunque la posesión es un fenómeno que siempre
asociamos con la época medieval, los casos registrados por los cronistas no son más numerosos en esa época que en el siglo XVIII o XIX.

Los espasmos musculares agudos de la epilepsia nunca llegan a ser tan prolongados como los de la posesión. En la posesión esta fase de agitación puede prolongarse a intervalos durante tres horas o más. Además las crisis de violencia durante los exorcismos no tienen nada que ver con las distintas fases tónicas y clónicas de la epilepsia.

En los exorcismos, en el poseso se da una evolución lenta tendente a la contracción de los músculos, pero no como un proceso hacia la pérdida de la consciencia, sino (como ya se ha dicho antes) de un modo que es como si una consciencia diferente fuera emergiendo del poseso.

Es cierto que las convulsiones de la posesión tendrían alguna apariencia similar en algún momento con las convulsiones del gran mal de la epilepsia. Sin embargo, en la posesión junto a las convulsiones aparece una nueva identidad. Y eso sí que ya no puede concurrir, la crisis de convulsiones de la epilepsia y al mismo tiempo un desorden de disociación de la identidad.

No niego que en algún enfermo puedan coexistir las dos patologías (epilepsia y mero trastorno de la personalidad), pero no es posible que se manifiesten las dos en ese mismo momento. Porque la fase convulsiva de la epilepsia arrebata la consciencia que da capacidad poder mantener esos diálogos.

En fin, he querido dejar claro esto porque todo el mundo da por sentado que en la Edad Media se confundía epilepsia con posesión. Afirmar eso demuestra un perfecto desconocimiento del tema ya que la epilepsia está perfectamente determinada en sus síntomas desde la época Clásica. Y en la Edad Media se siguió distinguiendo perfectamente entre epilepsia y posesión, por las razones
antes señaladas.

Nuevas líneas de investigación Acerca de la existencia o no del síndrome demonopático de doble de personalidad podemos estar discutiendo y disertando de modo inacabable, pero existe una línea de investigación que probaría de un modo muy objetivo la razonabilidad de su catalogación como patología merecedora de una catalogación específica. El método consistiría en encontrar un caso que, a juicio de los especialistas eclesiásticos, recibiera claramente la calificación
de posesión. Y una vez que esa persona fuera previamente analizada por un equipo de psiquiatras, fuere enviada a recibir el rito de exorcismo. De esta manera, el caso habría sido analizado antes, durante y después del exorcismo.

Pudiendo evaluar con toda claridad la efectividad o no de dicha actuación exorcística. Esto probaría de modo objetivo y cuantificable si el exorcismo hace algo o nada, si produce una mejora transitoria o definitiva. A esto habría que añadir que el caso que se remitiera al equipo eclesiástico debería haber sido tratado largamente en el tiempo por medios exclusivamente psiquiátricos, preferiblemente durante años para observar la evolución de la patología durante
un periodo largo antes del exorcismo. Es decir, debería ser un caso en el que se hubiera intentado ya todo tipo de terapias, y además un caso no contaminado por ninguna intrusión extrapsiquiátrica, es decir, un caso que los psiquiatras remitieran al equipo eclesiástico. Un caso así sería un caso adecuado para probar la veracidad o no de las afirmaciones teológicas y psiquiátricas acerca de la singularidad del síndrome antes descrito.

Como es lógico debería ser un caso en el que hubiera acuerdo entre ambas partes. Unas veces, ante ciertos casos son los teólogos los que dicen que no hay posesión, y otras son los psiquiatras los que dicen que no hay patología alguna. El caso a estudiar debería ser un caso en el que ambos equipos estuvieran de acuerdo: unos afirmando que es disociación y los otros (acerca de
la misma persona) que es posesión. Los resultados del estudio de un caso así supondrían un paso de gigante hacia la resolución no sólo acerca del tema de su catalogación como patología sui generis, sino también acerca de su etiología, evolución y terapias a seguir en el futuro. Y si un sólo caso ofrecería una luz muy reveladora, este método si se extiende a diez o veinte casos, entonces los resultados ofrecerán una luz no ya reveladora, sino incuestionable.

Tengo la esperanza de que la publicación de este trabajo pueda suponer la aparición de casos tratados durante años y que concuerden perfectamente con los criterios diagnósticos dados anteriormente, y cuyos médicos estén dispuestos a iniciar esta nueva línea de investigación. Soy consciente de que muchos equipos psiquiátricos de facultades de medicina serán renuentes a iniciar esta investigación dado que consideran que la posesión no existe de ninguna de las
maneras. Pensar así sería un error. Si no existe, probemos de un modo incontestable que no existe. Si la investigación prueba definitivamente la falsedad de los postulados expuestos en este trabajo, la ciencia indudablemente ya habría dado un paso. Descartar también es competencia de la labor científica. Y una investigación en esta línea sería el único modo de probar
definitivamente y de un modo inapelable, con todas las garantías de la ciencia psiquiátrica, la falsedad de los postulados que aquí he planteado. En fin, confío que los próximos decenios traigan la luz de la ciencia, que es una luz objetiva y evaluable, en una materia como ésta especialmente compleja.

Blog del P. Fortea

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