viernes, 11 de febrero de 2011

PONERLE UN ROSTRO AL MAL


Inmediatamente que nos sucede un mal, sentimos la necesidad de indagar acerca de su origen.

Nos preguntamos ¿Quién es el culpable? Porque debe de haber un culpable, a nuestro juicio siempre lo hay, y nuestras pesquisas siempre se orientan a buscar entre aquellas personas que peor nos caen, ¡claro que por eso nos caen peor! Podríamos calificar esta tendencia como la necesidad que tenemos de encontrar un chivo expiatorio, de nuestros males.

Dada la situación económico-política que estamos viviendo, si le preguntamos su opinión a uno de izquierdas, siempre nos dirá que la culpa la tienen los de derechas y los mercados internacionales, aunque no sepan exactamente, qué es eso de los mercados internacionales y menos saber cómo funcionan; si por el contrario le preguntamos a uno de derechas, sin lugar a dudas responderá que la culpa es de la desastrosa gestión económica y el despilfarro de los socialistas, encabezados por su jefe Zapatero.

Pero observemos que son muy pocos, los que ahondan en el origen del problema y marginando la podredumbre que siempre tiene el mundo de lo material, buscan las raíces de todo lo que ocurre, en el mundo de lo espiritual. Y aquellos que ahondan correctamente, sin ninguna clase de prejuicios, siempre llegan todos a una misma conclusión, todo mal en esta vida que origina sufrimiento de los seres humanos, está instigado por nuestro peor enemigo, que es el demonio. A las personas, a los seres humanos a quienes consideramos culpables, sea su culpabilidad referida a su gestión de mal gobernantes o a otras personas que individualmente creemos, que nos han producido un mal con la consiguiente secuela de sufrimiento que este conlleva, ninguno de estos son culpables directos, sino meros instrumentos hábilmente utilizado por nuestro real enemigo que es el demonio, que es el auténtico responsable de todos los males que colectiva o individualmente que nos puedan aquejar. Los seres humanos que nosotros culpabilizamos, son sin darse cuenta ellos mismos de lo que son, son unos pobres y meros instrumentos del demonio, que han caído en sus redes de perdición, y a los que desgraciadamente se les pueden augurar un terrible fin.

La misericordia de Dios existe, es real, pero para que sea generada por el Señor, es imprescindible un previo arrepentimiento; un simple acto de amor a Dios es suficiente, pero hay cierto punto en el camino que llevan hacia abajo, que pasado el cual, es imposible buscar el arrepentimiento, pues de ello, ya se encarga satanás que sabe muy bien, como hay que asegurar la presa. Hay que hablar con claridad, porque desgraciadamente son muchas las personas, que día tras día atraviesan esa línea que marca el punto de no retorno.

San Juan en su primera epístola escribía: “Sabemos que el que ha nacido de Dios no peca, pues lo protege lo que en él ha nacido de Dios, y el maligno no puede tocarlo. Sabemos que somos de Dios, mientras el mundo entero está bajo el poder del maligno. Sabemos también que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al que es Verdadero. Nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo; ahí tienen el Dios verdadero y la Vida eterna”. (1Jn 5,18-20). Fijémonos bien en la frase de San Juan: Sabemos que somos de Dios, mientras el mundo entero está bajo el poder del maligno. Y yo me pregunto: ¿Acaso no es esto lo que actualmente estamos viviendo? Mientras sigamos viviendo al amparo de la gracia divina, no temamos nada porque nada nos podrá suceder.

Dios ama y protege a los suyos y constantemente así nos lo ha manifestado y demostrado desde siempre: “No ha de alcanzarte el mal, ni la plaga se acercará a tu tienda; que él dará orden sobre ti a sus ángeles de guardarte en todos tus caminos. Te llevarán ellos en sus manos, para que en piedra no tropiece tu pie; pisarás sobre el león y la víbora, hollarás al leoncillo y al dragón. Pues él se abraza a mí, yo he de librarle; le exaltaré, pues conoce mi nombre. Me llamará y le responderé; estaré a su lado en la desgracia, le libraré y le glorificaré. Hartura le daré de largos días, y haré que vea mi salvación. (Sal 91,10-16). Si la amistad con el Señor, tu no la quebrantas, Él jamás la va a quebrantar y siempre te protegerá, escucha si no, lo que profetizó Isaías, que vivió en momentos críticos de la historia de Israel: “Ahora, así dice Yahveh tu Creador, Jacob, tu plasmador, Israel. No temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre. Tú eres mío. Si pasas por las aguas, yo estoy contigo, si por los ríos, no te anegarán. Si andas por el fuego, no te quemarás, ni la llama prenderá en ti. Porque yo soy Yahveh tu Dios, el Santo de Israel, tu salvador. He puesto por expiación tuya a Egipto, a Kus y Seba en tu lugar dado que eres precioso a mis ojos, eres estimado, y yo te amo. Pondré la humanidad en tu lugar, y los pueblos en pago de tu vida. No temas, que yo estoy contigo; desde Oriente haré volver tu raza, y desde Poniente te reuniré. Diré al Norte: "Dámelos"; y al Sur: "No los retengas", Traeré a mis hijos de lejos, y a mis hijas de los confines de la tierra; a todos los que se llamen por mi nombre, a los que para mí gloria creé, plasmé e hice. (Is 43,1-7). Y nosotros hemos sido creados, plasmados y hechos para la gloria de Dios nuestro Señor.

Pero aquí tenemos un tema que para muchos, y desde luego para los que viven apartados de la amistad con el Señor, les resulta incomprensible, y es la incompatibilidad que ellos creen que existe, entre el amor de Dios a sus criaturas y el sufrimiento que estas soportan. Ellos se preguntan ¿Si Dios es omnipotente y tanto nos ama, porque permite el sufrimiento? O es que, ¿acaso Dios no es tan omnipotente, como nos lo presentan? Y si resulta que puede y es que no quiere, entonces resulta que es un cuento chino eso de que nos ama. Al ser humano al final le puede resultar incompatible la existencia de Dios, con el sufrimiento que existe en el mundo. ¿Acaso no se nos dice que Él nos creó, primeramente para ser felices en la tierra y después, para una eterna felicidad en el cielo? ¿Dónde está esa felicidad?

Todas estas serie de cuestiones y preguntas, tiene su respuesta, pero el gran instigador, las maneja inteligentemente, para que lleguemos a diversas falacias, tales como: Dios no existe, y si existe no te quiere, te utiliza para sus deseos; solo hay una verdad que es la realidad que palpas con tus manos y tus ojos no hay ninguna otra sino una manipulación de tu mente para obtener de ti, una anestesia mental que no te permita sublevarte y veas la realidad; tu fin no es distinto al de los animales, o quizás te encarrilen a teorías reencarnacionistas, u otras falacias.

Ya en otra glosa relacionada con este tema, más o menos, escribí en su día. El mal que sufrimos los seres humanos tiene su origen y su propio instigador, y este es un tema que a todos nos inquieta. El misterio del mal, es la prueba más terrible que padece el hombre, porque parece cuestionar el amor y el poder de Dios y destruir el fundamento de nuestra esperanza y hasta pone en duda para muchos instigados por el maligno, la misma existencia de Dios. ¿Cómo es compatible la existencia del mal con todas las promesas hechas por Dios? ¿Cómo se puede compaginar la idea de un Dios bueno y todopoderoso con la existencia del mal en el mundo? ¿Cómo explicar la existencia de la injusticia y la opresión, las guerras y los asesinatos la pobreza y la miseria? La presencia del mal provoca en el hombre un rechazo frontal de Dios… Se dice que la existencia del mal es la roca donde se asienta el del ateísmo.

Muchos creen que la clave para solucionar el mal en el mundo, radica en su destrucción, y como quiera, que Dios es omnipotente y lo puede hacer, ¡pues que lo haga de una vez y acabemos! Pero resulta que Dios no lo hace, lo que les lleva a pensar, que a lo mejor, Dios no es omnipotente y no puede destruir el mal. Dios nos dice que nos quiere mucho, pero no destruye el mal, si es que puede destruirlo, como algunos piensan, poniendo en duda la omnipotencia de Dios.

Hay que entender que la esencia de Dios, es crear no destruir lo creado. Dios es amor y solo amor (1Jn 4,16) y la esencia del amor es la creación, es crear, al contrario que la antítesis del amor, que es el odio, porque el demonio es odio puro y nada más que odio, y la esencia del odio es siempre la destrucción. Si Dios usara de su poder para destruir el mal, violentaría la creación por el mismo realizada. La creación perfecta no existe, porque si fuera perfecta sería como Dios. Él realizó una creación en la que les dio el dominio de lo creado a los hombres, y estos hombres fueron creados en régimen de total libertad, con un libre albedrío para poder escoger entre el bien o el mal. Cuando un hombre o una mujer escoje y realiza el mal, quiebra la obra realizada por Dios, destruye parcialmente la obra de Dios y esto tiene sus consecuencias, que le repercuten en ese hombre o esa mujer, y en el resto de los seres creados.

La creación como obra de Dios fue concebida y hecha perfecta, hemos sido nosotros los destructores de la obra divina. Ahora lo propio de la creación es ser imperfecta y defectible. Y lo mismo se debe decir del hombre. La única manera de haber evitado estos fallos, habría sido no haber creado al hombre como un ser libre, pero entonces el hombre carecería de la posibilidad de amar, porque una característica esencial del amor es la libertad. Por esto fuimos creados libres, para que libremente acudiésemos al amor de nuestro Creador. El hombre una vez que ha pecado, que ha atentado contra la obra de Dios, se ha convertido en una criatura, en la que el mal, es connatural a él. Y para remediar esta situación, es por lo que Dios envío a su propio Hijo para redimirnos, pero esto es ya tema para otra glosa.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

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