lunes, 22 de noviembre de 2010

LA CRUZ


Desde tiempo inmemorial, fue el instrumento de ignominia y humillación en la que los romanos daban muerte cruel a los enemigos del Imperio.

Tras la muerte en ella de Jesús, se convirtió en signo de salvación, paz y reconciliación para todos los hombres. La conversión al cristianismo de Constantino el Grande, hijo de Sta Elena, se debió a la victoria que el año 313 logró frente a su enemigo Majencio en el puente Milvio. Mandó pintar, por inspiración divina, en todos los escudos de su tropa, una cruz que había visto reflejada en el cielo con esta frase: In hoc signo vinces. Con esta señal vencerás. Desde entonces el signo de la cruz, con o sin el crucificado, pasó a ser la señal cristiana por excelencia.

Los cruzados tomaron de ella su nombre al ir a conquistar Tierra Santa. Toda la historia de Europa está impregnada del signo de la cruz y del crucifijo. Con la Revolución francesa, los humanismos ateos, el marxismo y la masonería, comenzó la lucha por quitar de los pueblos todo signo cristiano, cuyas últimas consecuencias vemos en el comunismo y el laicismo que hoy propugna la izquierda radical.

Las leyes laicistas e incluso algún tribunal, como el de Estrasburgo, podrán quitar de las paredes la cruz y el crucifijo, pero jamás podrán borrarlos del alma y corazón de los cristianos, pues son señal de la victoria definitiva sobre el mal y poderes de este mundo.
Miguel Rivilla Sanmartin

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