jueves, 2 de julio de 2009

LA CASTIDAD CONYUGAL EN LA DOCTRINA DE LA IGLESIA


La tradición cristiana siempre ha defendido, contra numerosas herejías surgidas ya al inicio de la Iglesia, la bondad de la unión conyugal y de la familia.

El matrimonio, querido por Dios en la misma creación, devuelto por Cristo a su primitivo origen y elevado a la dignidad de sacramento, es una comunión íntima de amor y de vida entre los esposos, intrínsecamente ordenada al bien de los hijos que Dios quiera confiarles. El vínculo natural tanto para el bien de los cónyuges y de los hijos como para el bien de la misma sociedad no depende del arbitrio humano.La virtud de la castidad conyugal entraña la integridad de la persona y la totalidad del don y en ella la sexualidad se hace personal y verdaderamente humana cuando está integrada en la relación de persona a persona, en el don mutuo total y temporalmente ilimitado del hombre y de la mujer. Esta virtud, en cuanto se refiere a las relaciones íntimas de los esposos, requiere que se mantenga íntegro el sentido de la donación mutua y de la procreación humana en el contexto del amor verdadero. Por eso, entre los principios morales fundamentales de la vida conyugal, es necesario recordar la inseparable conexión, que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador.

En este siglo los Sumos Pontífices han emanado diversos documentos recordando las principales verdades morales sobre la castidad conyugal. Además son importantes, en conformidad con estas enseñanzas, algunos documentos de Conferencias episcopales, así como de pastores y teólogos, que han desarrollado y profundizado la materia. Es oportuno recordar también el ejemplo dado por numerosos cónyuges, cuyo empeño por vivir cristianamente el amor humano constituye una contribución eficacísima para la nueva evangelización de las familias. Los bienes del matrimonio y la entrega de si mismo.

Mediante el sacramento del matrimonio, los esposos reciben de Cristo Redentor el don de la gracia que confirma y eleva su comunión de amor fiel y fecundo. La santidad a la que son llamados es sobre toda gracia donada.

Las personas llamadas a vivir en el matrimonio realizan su vocación al amor en la plena entrega de sí mismos, que expresa adecuadamente el lenguaje del cuerpo. De la entrega recíproca de los esposos procede, como fruto propio, el don de la vida a los hijos, que son signo y coronación del amor matrimonial.

La anticoncepción, oponiéndose directamente a la transmisión de la vida, traiciona y falsifica el amor oblativo propio de la unión matrimonial: altera el valor de entrega "total" y contradice el plan de amor de Dios participado a los esposos.

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