miércoles, 4 de marzo de 2009

EL PINCELITO


Había una vez un pincel que era la admiración de todos los demás lápices, pinceles y crayones, puesto que con él habían sido pintados los cuadros más hermosos que habían salido de ese taller.

Cuando el pintor tenía que realizar una obra de calidad o un trabajo muy importante, siempre acudía a él, puesto que sus suaves cerdas eran las que más finos y delicados trazos imprimían sobre el lienzo, y le daban un toque especial a cada detalle de la obra.
Esto llenaba de orgullo a nuestro amiguito, que solía pasearse orondo por el taller, mirando por encima del hombro a los demás elementos de dibujo, puesto que sabía que él era el mejor. Todas las fibras y acuarelas del taller suspiraban por el galán.

Cierto día, un viejo plumín de tinta china, envidioso porque nuestro amiguito era el centro de la atención femenina del taller, sembró en él una inquietante cizañita. Le dijo:
§ "¿Tú te crees muy bueno? Pues, lamento informarte que tú solo no vales nada. Jamás decides tú qué es lo que pintarás, o qué colores utilizarás, sino que eres un miserable esclavo del pintor que es quien te usa como a él se le da la gana"
Esto inquietó al pincelito.

¿Sería verdad lo que el plumín había dicho? ¡No! El pintor era bueno... Pero... si era así, ¿qué derecho tenía el pintor de hacer con él lo que quisiera? ¡El pincelito era el que se ensuciaba y el que se desgastaba al raspar contra el lienzo!. ¿Por qué había de llevarse los laureles el pintor? La sombra de esta incomodidad quedó flotando en el ánimo del pincelito...

Al día siguiente, cuando el pintor lo tomó en sus manos, decidió que sería él quien dictaría los trazos. Así cuando el pintor quería realizar una línea, el pincelito hacía fuerza para pintarla en otra dirección. Cuando el pintor quería sopar el pincel en un color, él apuntaba hacia otro tarrito de pintura. El pintor no entendía qué estaba sucediendo, puesto que en el lienzo tan solo aparecieron manchones deformes e improlijos. Luego de varios intentos fallidos, simplemente dejó al pincelito de lado y tomó otro para recomenzar su obra.

Esto puso aún más furioso a nuestro amiguito. ¿Quién se creía ese pintor que era para cambiarlo a él, al mejor, por un pincel cualquiera? ¡Ahora mismo se pondría él solo a pintar sin necesidad de que ese estúpido pintor lo manosease con sus manos sucias de pintura! Y así lo hizo. Se ubicó frente a un lienzo y con varios potes de pintura junto a él y comenzó a pintar. Todos observaban absortos al pincelito, incluso el pintor, que había dejado su trabajo, y al ver la satisfacción del plumín, comenzó a sospechar qué estaba ocurriendo. De más está decir, que tan solo una masa informe de colores superpuestos apareció sobre el lienzo. Y todos se rieron de él...

Nuestro amiguito, avergonzado, deprimido y frustrado se retiró a llorar lágrimas de pintura en su vaso. Había hecho el ridículo. Todos se habían reído de él. Todos... menos el pintor, que lo tomó dulcemente en sus manos y le dijo:
§ "Querido amiguito, yo sé que tú eres el mejor, pero eres el mejor en mis manos. No eres un esclavo en mis manos, sino que juntos, los dos, pintamos. Así como yo te necesito a ti, tú me necesitas a mí. Sólo dejándote conducir por mis manos podemos crear juntos la belleza. El que sea yo quien dirige tus movimientos no te quita mérito, no, sino que por el contrario te enaltece, porque yo te elijo a ti entre todos los otros pinceles. ¿Nunca lo habías pensado así? Yo te amo, y te elijo a ti, entre muchos otros, cada vez que te utilizo. Y ahora sécate esas lágrimas, y vamos a seguir pintando"

Y el pincelito comprendió que en su naturaleza de pincel estaba el dejarse conducir por las manos del pintor, que sólo así podía ser lo que él era: un pincel.

Reflexión: ¿Qué les parece? Nosotros, los misioneros somos también pequeños pinceles en las manos de Dios, con las que él pinta su obra en el mundo. No somos nosotros los que evangelizamos. ¡Ojo! Es Él quien amorosamente nos elige para llevar a cabo su plan. Claro que muchas veces corremos el riesgo de creer que somos nosotros los que obramos, y podemos caer en el creernos mejores que los demás, o más sabios, o más importantes. O, lo que es peor, podemos caer en la tentación de pretender hacer las cosas a nuestro modo. Pero ¿quién mejor que el Gran Pintor de los Cielos, que es quien en su infinita misericordia pensó de antemano el cuadro que quiere pintar, para ser quien guíe nuestra labor? Si nosotros apenas podemos ver el minúsculo pedacito del cuadro que nos toca pintar, ¿cómo podemos pretender decidir cómo pintarlo si no conocemos el resto?

Dios nos invitó a ser humildes y dejarnos en sus manos para que sea Él quien conduzca nuestros pasos a lo largo del día, y a confiar en que Él sabe perfectamente a dónde quiere llevarnos.
Miguel Ángel López Mena

Nota: Los que reciben los dones de Dios, deben actuar siempre EN EL NOMBRE DE JESÚS, para que Él actué a través de sus instrumentos escogidos por Él mismo. Existen muchas personas que han recibido dones o carismas de Dios y que los usan para su propio provecho, olvidándose de que les fueron dados por Dios. Es por eso que vemos por televisión a muchos que han convertido sus dones en shows terrenos… los dones vienen del cielo, y es Dios quien los debe mover.

El que recibe un don no tiene por qué ser alguien especial… les cuento porque: Si alguien se está hundiendo en un pantano... ¿sabes cómo se le puede ayudar? Bueno, la única forma, la forma tradicional, es buscando cualquier rama o palo más o menos largo, alcanzarlo al que se está hundiendo y jalar hasta sacarlo. ¿Se imaginan que el que se esta hundiendo le pida que el palo sea de cedro, caoba o de cualquier otra madera fina si no no lo toma para salvarse?

Dios puede dar sus dones y convertir a cualquiera en su instrumento, aunque éste sea analfabeto, pobre, rico… hasta criminal. La única condición necesaria para ser instrumento de Dios es decir "Sí Señor... aquí estoy... que se haga tu voluntad"

-Llevaban en un barco prisión a varios criminales. En un descuido, por el movimiento de las ola del mar encrespado, uno de los guardias cayó al mar éste no sabía nadar. Uno de los inculpados, sin pensarlo dos veces saltó al mar y lo salvó. Por supuesto que eso no lo salvó a él de la pena impuesta por la justicia terrena, pero algo a su favor tendrá cuando se enfrente con la Justicia Divina ¿Se imaginan al guardia no dejándose salvar porque su salvador era un criminal?

Los dones recibidos de Dios, no son para nuestro uso, sino para ayudar a los demás.

-Señor, gracias por los dones que nos has dado ojala, que al rendirte cuentas de cómo los usamos pasemos el examen Amén.
José Miguel Pajares Clausen

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