martes, 17 de marzo de 2009

DONACIÓN


Hace muchos años, cuando trabajaba como voluntario en un hospital de Stanford, conocí a una niña llamada Liz que sufría una extraña enfermedad.

Su única oportunidad de recuperarse aparentemente era una transfusión de sangre de su hermano de 5 años, que había sobrevivido milagrosamente a la misma y había desarrollado los anticuerpos necesarios para combatirla.

El doctor explicó la situación al hermano de la niña, y le preguntó si estaría dispuesto a dar su sangre a su hermana.

Yo lo vi dudar solo un momento antes de tomar un gran suspiro y decidir:
-Si, lo haré, si eso salva a Liz

Mientras la transfusión continuaba, él estaba acostado en una cama al lado de la de su hermana, y sonriente mientras nosotros lo asistíamos a él y a su hermana y veíamos retornar el color a las mejillas de la niña.

Entonces la cara del niño se puso pálida y su sonrisa desapareció.

El miró al doctor y le preguntó con voz temblorosa:
-“¿Cuándo cree que empezaré a morirme?”

Siendo solo un niño, no había comprendido al doctor; él pensaba que le daría toda su sangre a la hermana y que moriría. Y aún así se la daba.

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