Las pretensiones gnósticas de un conocimiento de Dios especial o privativo de unas personas chocan contra el hecho que señala el cardenal Raniero Cantalamessa, y que consta expresamente en los Evangelios: Jesús nos reveló en su vida terrena todo lo que, como hombre, sabe sobre el Padre, y así lo predicó a los discípulos en general y a los apóstoles en particular.
IV Domingo de
Cuaresma (Ciclo B), 'Laetare'
Juan 3, 14-21
En el Evangelio de este domingo encontramos una de las frases
absolutamente más bellas y consoladoras de la
Biblia: "Tanto amó Dios al mundo
que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que
tenga vida eterna".
Para hablarnos de su amor, Dios se ha servido de las experiencias de amor que
el hombre tiene en el ámbito natural. Dante dice que en Dios existe, como atado en un
único volumen, "lo que en el mundo se
desencuaderna". Todos los amores humanos –conyugal, paterno,
materno, de amistad– son páginas de un cuaderno, o chispas de un incendio,
que tiene en Dios su fuente y plenitud.
Ante todo Dios, en la Biblia, nos habla de su amor a través de la imagen
del amor paterno. El amor paterno está hecho
de estímulo, de impulso. El padre quiere hacer crecer al hijo, empujándole a que dé lo mejor de
sí. Por ello difícilmente un padre alabará al hijo incondicionalmente en su
presencia. Teme que se crea cumplido y no se esfuerce más. Un rasgo del amor
paterno es también la CORRECCIÓN.
Pero un verdadero padre es asimismo aquel que da libertad,
seguridad al hijo, que le
hace sentirse protegido en la vida. He aquí por qué Dios se presenta al hombre,
a lo largo de toda la revelación, como su "roca
y baluarte", "fortaleza siempre cerca en las
angustias".
Otras veces Dios nos habla con la imagen del amor materno.
Dice: "¿Acaso olvida una mujer a su niño, sin
compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo
no te olvido" (Is 49, 15). El amor de la madre está hecho de acogida, de compasión y de ternura; es un amor "entrañable". Las madres son siempre un
poco cómplices de los hijos y con frecuencia deben defenderles e interceder por
ellos ante el padre. Se habla siempre del poder de Dios y de su fuerza; pero la
Biblia nos habla también de una debilidad de Dios, de una impotencia suya. Es
la "debilidad" materna.
El hombre conoce por experiencia otro tipo de amor, el amor
esponsal, del cual
se dice que es "fuerte como la muerte" y
cuyas llamas "son flechas de fuego" (Ct
8, 6). Y también a este tipo de amor ha recurrido Dios para convencernos de
su apasionado amor por
nosotros. Todos los términos típicos del amor entre hombre y mujer, incluido el
término "seducción", son empleados en la Biblia para describir el amor
de Dios por el hombre.
Jesús llevó a cumplimiento todas estas formas de amor,
paterno, materno, esponsal (¡cuántas veces se ha comparado a un esposo!); pero
les añadió otra: el amor de amistad. Decía
a sus discípulos: "No os llamo ya siervos... a
vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he
dado a conocer" (Jn 15, 15).
¿Qué es la amistad? La amistad puede
constituir un vínculo más fuerte que el parentesco mismo. El parentesco
consiste en tener la misma sangre; la amistad en tener los mismos gustos, ideales, intereses. Nace de la confidencia, esto es, del hecho de que confío a otro lo más
íntimo y personal de mis pensamientos y experiencias.
Ahora: Jesús explica que nos llama amigos, porque todo lo que Él
sabía de su Padre celestial nos lo ha dado a conocer, nos lo ha confiado. ¡Nos
ha hecho partícipes de los secretos de familia de la Trinidad! Por
ejemplo, del hecho de que Dios prefiere a los pequeños y a los pobres, de que
nos ama como un papá, de que nos tiene preparado un lugar. Jesús da a la palabra
"amigos" su sentido más
pleno.
¿Qué debemos hacer después de haber recordado este
amor? Algo sencillísimo: creer en el amor de
Dios, acogerlo; repetir conmovidos, con San Juan:
"¡Nosotros hemos creído en el amor que Dios nos tiene!" (1
Juan 4, 16).
Tomado de Homilética.
Por: Raniero Cantalamessa
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