En nuestro proceso de vida cristiana aparece primero la fe de Dios que nunca deja de creer en nosotros.
Por: Mons. Jorge Carlos Patrón Wong | Fuente:
Semanario Alégrate
Jesús se fija en la oración del publicano para destacar
la humildad con la que debemos acercarnos a Dios. Y, en esta ocasión, se fija
en otro publicano para destacar cómo la misericordia de Dios sale al encuentro
de los pecadores.
La fe es encontrarse con Dios que
ha salido al encuentro del hombre. Nuestro deseo de conocer a Dios se conecta
con la iniciativa divina de acercarse a nosotros. Y esto es lo que experimenta
Zaqueo, el publicano del evangelio, que siente gran ilusión por conocer a Jesús
que pasa muy cerca de su vida.
No importa que tenga que hacer el
ridículo ante los demás al subirse a un árbol para poder ver a Jesús -pues era
de baja estatura-, ya que cuando el corazón arde en deseos de Dios se pueden
enfrentar todos los obstáculos, burlas y descalificaciones para alcanzar esa
visión anhelada, ese encuentro esperado que tiene el potencial de cambiar la
vida.
Es aquí cuando de manera
admirable se llega a experimentar que tener fe es creer en Alguien que cree en
nosotros. La fe no es solamente creer en Dios y estar dispuestos a seguirlo,
sino conmovernos y agradecer que incluso cuando no creíamos, Dios siempre ha
creído en nosotros. Dios jamás deja de ver, más allá de nuestro pecado, la
bondad y la capacidad que alberga nuestro corazón para iniciar una nueva vida.
Por eso, Jesús, además de verlo a
los ojos, lo llama por su nombre. No lo llama por su pecado como la gente que
seguramente le decía: traidor, corrupto, ladrón,
sinvergüenza, malvado. Jesús, en cambio, le dice “Zaqueo” y desde ese momento
toca su corazón y restituye su dignidad.
Al encontrarnos con Dios, y
reconociendo nuestro pecado, esperamos por lo menos que no nos rechace y nos
mantengamos en su presencia, pero la misericordia de Dios se desborda en
detalles. Por eso, Jesús le pide a Zaqueo que baje del árbol porque tiene que
hospedarse en su casa.
De la misma manera, Zaqueo se
desborda en atenciones con Jesús, ya que sintiéndose amado -es decir no
rechazado, ni señalado, ni condenado por sus pecados-, él mismo toma la
iniciativa para manifestar el inicio de una nueva vida, reparando el daño
causado y regresando el dinero robado.
La actuación de Jesús vuelve a
señalar la importancia del amor y la cercanía en la evangelización. Se trata de
anunciar y dejar ver el amor de Dios en la cercanía, en las atenciones, en la
comprensión y en la solicitud con los hermanos, para que experimentando con
sorpresa y gratitud el amor de Dios ellos mismos, como Zaqueo, tomen la
iniciativa para dejar su pecado, para reparar el daño causado y para
comprometerse, motivados por el amor de Dios, en el inicio de una nueva vida.
La gente se encargaba de hundirlo
más en su pecado al rechazarlo y condenarlo e incluso no lograron comprender el
gesto de Jesús para rescatarlo, al murmurar y criticar, como dice el evangelio,
que “haya entrado a hospedarse en casa de un
pecador”.
El amor de Dios siempre se
arriesga por nosotros y sortea todas las dificultades, persecuciones e
incomprensiones para alcanzar a los más alejados. Jesús se acerca no para
condenar, no para juzgar, sino para amar y levantar de su pecado a las
personas, asegurándose de un verdadero cambio, pues la verdadera conversión es
conversión a Dios y a los hermanos.
Jesús no teme provocar el
escándalo y la crítica mordaz de los presentes cuando se trata de salvar a
alguien, desapartarlo del pecado. Zaqueo quería ver y lo que
misericordiosamente se le reveló en ese momento fue la herida de Dios que ama
profundamente al ser humano. Antes de pedir alguna cosa fue Jesús quien le
suplicó: “Quiero hospedarme en tu casa”.
En nuestro proceso de vida
cristiana aparece primero la fe de Dios que nunca deja de creer en nosotros,
como Jesús que creyó en Zaqueo cuando los demás ya le habían juzgado y
condenado.
A pesar de la indiferencia
religiosa que caracteriza nuestro tiempo, en nuestros ambientes hay muchas
personas, como Zaqueo, que quiere ver a Jesús y se arriesgan e insinúan para
lograr ese encuentro. Nos toca en la Iglesia ver a esos hermanos, acompañarlos
en este proceso y ponerlos frente a Jesús para que también el Señor pueda
decir, respecto de estos hermanos: “Hoy ha llegado
la salvación a esta casa…”.
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