Dar a las mascotas lo que debemos a nuestros hijos es quitarle el valor de la dignidad humana a la persona.
Por: Redacción | Fuente: accionfamilia.org
«No se debe dar a los perros el pan
destinado a los hijos» (Mc. 7,27).
Esta frase de la Sagrada Escritura viene a la mente al considerar la triste inversión que se está dando en nuestra sociedad: menos hijos y más mascotas.
A las mismas personas a quienes parece un gasto muy fuerte tener un hijo más, no les parece demasiado gastar en ciertos «lujos» para su mascota.
Así, cada vez más se ofrecen servicios más completos para animales, como calzado para la lluvia, impermeables, baños especiales, restaurantes, cementerios, etc. En los lugares en que esta mentalidad echó más raíces, ya existen «psicólogos» para combatir el «stress» del animalito, «institutos» para adelgazarlos, mamás para que no se queden solos, etc.
Al mismo
tiempo, se está consolidando una mentalidad que
considera a los niños más como una carga que como una bendición de Dios lo que,
en su expresión extrema, hace que se prefiera la mascota al hijo.
Es más
que una metáfora, pues de verdad señala cómo los animales se han convertido en
un ˜miembro más de la familia”.
Un rasgo
distintivo de Europa, donde el perro es un “sustituto”
de los hijos. A tal punto llega esta triste tendencia que, en algunos casos de
divorcio, la custodia de los hijos se resuelve con menos discusiones y menos
pasión que la de la mascota…
Un desequilibrado sentimentalismo de fondo igualitario, concede a los animales cariños e intimidades que el orden de la Providencia reservó para las relaciones entre seres humanos.
Aquí hay, en realidad, un grave desequilibrio. Nadie niega que la compañía de ciertos animales bonitos y de aspecto agradable ayuda al desarrollo espiritual del hombre, especialmente en una época en que estamos rodeados de tantas cosas feas y artificiales. Pero de ahí a dar a estas mascotas lo que debemos a nuestros hijos hay un abismo.
Como bien
señalaba el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira «los
animales que Dios hizo para la convivencia con el hombre son precisamente
aquellos en que la rudeza natural está velada por apariencias bellas o hasta
espléndidas. Pájaros de plumas brillantes o canto armonioso, gatos de
actitudes elegantes y pelo sedoso, perros de noble porte o aspecto imponente,
peces que despliegan velos graciosos en la placidez de sus acuarios. Son ellos
factores de belleza, distracción y reposo en nuestra existencia diaria.
«Es porque Dios respeta la nobleza del hombre que, en los animales
destinados a su convivencia, quiso velar con esas apariencias magníficas la
rudeza natural a todo ser no espiritual. Notoriamente son esas criaturas como
flores del reino animal, hechas para nuestro hogar como las flores del reino
vegetal. Y según las reglas de una buena tradición, hay formas ordenadas para
que un hombre aprecie las bellas flores y conviva con los bellos animales, sin
pasar de la justa medida, dedicando a eses seres un afecto o concediéndoles una
intimidad que sólo a las criaturas humanas se debe dar.
«Los animales pueden, por lo tanto, tener su lugar en
una sensibilidad cristiana bien formada. Pero hay límites. No se debe dar a los
perros el pan destinado a los hijos (Mc. 7, 27) advierte Nuestro Señor, ni
darle perlas a los cerdos (at. 7,6). Es lo
que hace quien, llevado por un desequilibrado sentimentalismo de fondo
igualitario, concede a los animales cariños e intimidades que el orden de la
Providencia reservó para las relaciones entre seres humanos».
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