Los mártires no buscaron ser mártires para el reconocimiento de la posteridad.
Por: P. Luis Alfonso Orozco | Fuente: Tiempos de Fe.
México es también tierra de mártires. Durante las primeras
décadas del siglo XX la Iglesia católica en México sufrió una auténtica persecución
sangrienta y obtuvo el privilegio de engendrar hijos mártires, que ofrecieron
sus vidas al sagrado grito de ¡Viva Cristo Rey!
¡Viva la Virgen de Guadalupe!, por defender su fe y la libertad
religiosa de la Iglesia en México.
Se trata del testimonio heroico de los humildes mártires de la epopeya
cristera y de los años más crudos de la Revolución Mexicana, que la Iglesia en
México no debe olvidar. El Papa Juan Pablo II, siempre atento a proponer el alto testimonio
actual de los mártires para toda la Iglesia, ha canonizado ya a los primeros 25
mártires mexicanos de aquella dura persecución, el 21 de mayo de 2000 en la
plaza San Pedro. Se puede decir que la Iglesia católica mexicana ha adquirido
su plena madurez con sus mártires, porque estos han resultado ser una semilla
muy fecunda del florecimiento de la vida cristiana.
¿Qué
es lo distintivo del martirio cristiano? ¿Quiénes y cómo eran aquellos mártires
mexicanos? ¿Cuál es el testimonio de fidelidad que nos ha legado? ¿Qué
características más destacadas se pueden observar del martirio al que fue
sometida la Iglesia católica en México? ¿Cuáles los importantes frutos habidos
con su martirio?
El
martirio se presenta de tal modo encarnado, concretado en personas, hechos y
lugares, que lo hacen siempre convincente y actual. Es una teología
viva y no tanto especulativa la de los mártires, que convence más por el
testimonio de los hechos innegables que por las palabras y los bellos discursos. La memoria de los mártires sigue viva en las comunidades
eclesiales que los conocieron.
Los
mártires no buscaron ser mártires para el reconocimiento de la posteridad.
Aquellos hombres y mujeres que derramaron su sangre por confesar a Cristo,
simple y llanamente respondieron con su "sí"
concreto en la circunstancia que les cupo afrontar, ante el dilema de
ofrecer el supremo testimonio público o defeccionar. Es la Iglesia quien los ha
declarado mártires, en el pleno sentido teológico del concepto, al considerar
cuidadosamente que su sacrificio les hizo semejantes a Cristo, en la vocación
específica que ellos recibieron dentro del Cuerpo místico.
En el
tema del martirio la teología y la historia forman una especie de alianza
matrimonial: de tal forma que una no funciona sin la otra. El “martirio” es un concepto objeto de la reflexión
teológica eclesial. Pero el mártir es una persona concreta, histórica. El
mártir traduce la teología en que cree a los hechos; la confirma con su propia
sangre. En el mártir cristiano de todas las épocas, teología viva e historia
están inseparablemente unidas.
Los
mártires mexicanos de la persecución religiosa desatada en México durante la
Revolución y en particular durante la epopeya cristera (1926-1929), no eran
teólogos consumados, aunque muchos de ellos sean sacerdotes, sino gente
humilde del pueblo católico, en el cual nacieron y vivieron hasta el extremo
de sellar su fidelidad a Cristo y a su Iglesia con el gesto glorioso de su
martirio. Su ejemplo convence más y vuelve más creíble la teología y las
verdades de nuestra fe ante los ojos del mundo. Por eso el Papa Juan Pablo II
ha afirmado que el testimonio de los mártires -de todas las épocas- es el más
convincente.
La
Iglesia siempre ha sido un signo de contradicción que choca contra la
mentalidad mundana, incline más a obedecer al César que a Dios. No hay por qué
extrañarse. Sufre persecución por predicar una Verdad molesta a la mentalidad
del mundo: las tinieblas rechazan siempre la luz de la verdad. Los fieles católicos
quedan así ligados, con el sacramento de la sangre, al desenlace dramático que
tocó a Cristo nuestro Señor por oponerse a la mentalidad mundana y sus
secuaces. El mundo odia a Jesús y odia a los que se profesan suyos hasta la
muerte. Así ha sido siempre, porque ser cristiano y pertenecer a la Iglesia
católica no es tanto el cumplimiento frío de unos mandatos y una serie de
cosas que chocan al espíritu del mundo, cuanto seguir una vocación personal al
amor, dentro de las circunstancias históricas muy concretas que a cada uno
corresponden, y que, en algunos casos de excepción, pueden conducir al
martirio por la fidelidad personal a Cristo.
La
generosa actitud de nuestros mártires provoca el asombro, el respeto y la
admiración de propios y extraños; golpea la conciencia de los incrédulos y,
en no pocos caso, ha sido el inicio de la feliz conversión de grandes
pecadores. Es una teología viva que convence.
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