Universidad Católica Portugesa, Lisboa Jueves, 3 de agosto de 2023.
Por: Papa Francisco | Fuente: Vatican.Va
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: BOM DIA!
Gracias, señora Rectora, por sus
palabras. Obrigado. Ha dicho que todos nos sentimos “peregrinos”. Es una hermosa palabra, cuyo
significado merece ser reflexionado. Literalmente significa dejar de lado la
rutina cotidiana y ponernos en camino con un propósito, moviéndonos “a través de los campos” o “más allá de los confines”, es decir, fuera de la propia zona
de confort, hacia un horizonte de sentido. En el término “peregrino” vemos reflejada la conducta humana,
porque cada uno está llamado a confrontarse con grandes preguntas que no tienen
respuesta, [no tienen] una respuesta simplista o inmediata, sino que invitan a
emprender un viaje, a superarse a sí mismos, a ir más allá. Es un proceso que
un universitario comprende bien, porque así nace la ciencia. Y así crece
también la búsqueda espiritual. Peregrino es caminar hacia una meta o buscando
una meta. Siempre está el peligro de caminar en un laberinto, donde no hay
meta. Tampoco hay salida. Desconfiemos de las fórmulas prefabricadas —son
laberínticas—, desconfiemos de las respuestas que parecen estar al alcance de
la mano, de esas respuestas sacadas de la manga como cartas de juego trucadas;
desconfiemos de esas propuestas que parece que lo dan todo sin pedir nada.
Desconfiemos. La desconfianza es un arma para poder caminar adelante y no
seguir dando vueltas. Una de las parábolas de Jesús dice que el que encuentra
la perla de gran valor es aquel que la busca con inteligencia y con espíritu de
iniciativa, y lo da todo, arriesga todo lo que tiene para obtenerla
(cf. Mt 13,45-46). Buscar y arriesgar: estos son los dos verbos del peregrino. Buscar y
arriesgar.
Pessoa dijo, de un modo
atribulado pero acertado, que «estar insatisfecho
es ser hombre» (O Quinto Império, en Mensagem). No debemos tener
miedo de sentirnos inquietos, de pensar que lo que hemos hecho no basta. Estar
insatisfechos —en este sentido y en su justa medida—, es un buen antídoto
contra la presunción de autosuficiencia y contra el narcisismo. El carácter
incompleto define nuestra condición de buscadores y peregrinos, como dice
Jesús, “estamos en el mundo, pero no somos del
mundo” (cf. Jn 17,16). Estamos caminando “hacia”. Estamos llamados a algo más, a un
despegue sin el cual no hay vuelo. No nos alarmemos, entonces, si nos
encontramos interiormente sedientos, inquietos, incompletos, deseosos de
sentido y de futuro, com saudades do futuro. Y aquí, junto a
las saudades de futuro no se olviden de mantener viva esa memoria del
futuro. ¡No estamos enfermos, estamos vivos! Preocupémonos
más bien cuando estamos dispuestos a sustituir el camino a recorrer por el
detenernos en cualquier oasis —aunque esa comodidad sea un espejismo—; cuando
sustituimos los rostros por las pantallas, lo real por lo virtual; cuando, en
lugar de las preguntas que desgarran, preferimos las respuestas fáciles que
anestesian; y las podemos encontrar en cualquier manual de trato social, de
cómo comportarse bien. Las respuestas fáciles anestesian.
Amigos, permítanme
decirles: busquen y arriesguen. En este
momento histórico los desafíos son enormes, los quejidos dolorosos —estamos
viviendo una tercera guerra mundial a pedacitos—, pero abrazamos el riesgo de
pensar que no estamos en una agonía, sino en un parto; no en el final, sino al
comienzo de un gran espectáculo. Y hace falta coraje para pensar esto. Sean,
por tanto, protagonistas de una “nueva coreografía” que coloque en el centro a
la persona humana, sean coreógrafos de la danza de la vida. Las palabras de la
señora Rectora han sido inspiradoras para mí, en particular cuando ha dicho que
“la universidad no existe para preservarse como
institución, sino para responder con valentía a los desafíos del presente y del
futuro”. La autopreservación es una tentación, es un reflejo
condicionado del miedo, que hace mirar la existencia de un modo distorsionado.
Si las semillas se preservaran a sí mismas, desperdiciarían completamente su
potencia generadora y nos condenarían al hambre; si los inviernos se
preservaran a sí mismos, no existiría la maravilla de la primavera. Tengan, por
tanto, la valentía de sustituir los miedos por los sueños; sustituyan los
miedos por los sueños, ¡no sean administradores de
miedos, sino emprendedores de sueños!
Sería un desperdicio pensar en
una universidad comprometida en formar a las nuevas generaciones sólo para
perpetuar el actual sistema elitista y desigual del mundo, en el que la
instrucción superior es un privilegio para unos pocos. Si el conocimiento no es
acogido como responsabilidad, se vuelve estéril. Si el que ha recibido una
instrucción superior —que hoy, en Portugal y en el mundo, sigue siendo un
privilegio— no se esfuerza por restituir algo de aquello con lo que ha sido
beneficiado, en el fondo no ha comprendido lo que se le ha ofrecido. Me gusta
pensar que en el Génesis las primeras preguntas que Dios hace al hombre son: «¿Dónde estás?» (3,9) y «¿Dónde
está tu hermano?» (4,9). Nos hará bien preguntarnos,
preguntémonos: ¿dónde estoy? ¿Estoy encerrado
en mi burbuja o corro el riesgo de salir de mis seguridades para ser un
cristiano practicante, un artesano de la justicia, un artesano de la belleza? Y
también: ¿dónde está mi hermano? Experiencias
de servicio fraterno como la Missão País, y tantas otras que nacen en el
ámbito académico, deberían ser consideradas indispensables para quien pasa por
la universidad. El título de estudio, en efecto, no puede ser visto sólo como
una licencia para construir el bienestar personal, no, sino como un mandato
para dedicarse a una sociedad más justa, una sociedad más inclusiva, es decir,
más desarrollada. Me han dicho que una de vuestras grandes poetisas, Sophia de
Mello Breyner Andresen, en una entrevista que es una especie de testamento, a
la pregunta: “¿Qué le gustaría ver realizado en
Portugal en este nuevo siglo?”, respondió sin vacilar: “Me gustaría que se realizase la justicia social, la
disminución de las diferencias entre ricos y pobres” (Entrevista de
Joaci Oliveira, en Cidade Nova, 3/2001). Les remito a ustedes esta
pregunta. Ustedes, queridos estudiantes, peregrinos del saber, ¿qué quisieran ver realizado en Portugal y en el mundo? ¿Qué
cambios, qué transformación? ¿Y de qué manera la universidad, sobre todo la
católica, puede contribuir a esto?
Beatriz, Mahoor, Mariana, Tomás,
les agradezco sus testimonios; tenían todos un tono de esperanza, una carga de
entusiasmo realista, no había en ellos quejas ni tampoco ilusorias fugas hacia
adelante. Ustedes quieren ser protagonistas, “protagonistas
del cambio”, como ha dicho Mariana. Escuchándolos, he pensado en una
frase que tal vez les es familiar, del escritor José de Almada Negreiros: «Soñé con un país donde todos llegaban a maestros»
(A Invenção do Dia Claro). También este anciano que les habla —porque ya estoy
viejo— sueña que vuestra generación sea una generación de maestros: maestros en
humanidad, maestros en compasión, maestros en nuevas oportunidades para el
planeta y sus habitantes, maestros de esperanza. Y maestros que defiendan la
vida del planeta amenazada en este momento por una grave destrucción ecológica.
Como
algunos de ustedes han evidenciado, debemos reconocer la urgencia dramática de
hacernos cargo de la casa común. Sin embargo, esto no se puede hacer sin una
conversión del corazón y un cambio en la visión antropológica que está en la
base de la economía y de la política. No nos podemos conformar con simples
medidas paliativas o con compromisos tímidos y ambiguos. En este caso, «los
términos medios son sólo una pequeña demora en el derrumbe» (Carta enc. Laudato si’,
194). No olviden esto. Los términos medios son sólo una pequeña demora en el
derrumbe. Se trata más bien de hacerse cargo de lo que, lamentablemente, sigue
siendo postergado, es decir: la necesidad de
redefinir lo que llamamos progreso y evolución. Porque, en nombre del
progreso, se ha abierto el camino a una gran regresión. Estudien bien esto que
les digo. En nombre del progreso, se ha abierto el camino hacia una gran
regresión. Ustedes son la generación que puede vencer este desafío, tienen los
instrumentos científicos y tecnológicos más avanzados, pero, por favor, no
caigan en la trampa de visiones parciales. No olviden que necesitamos de una
ecología integral; necesitamos escuchar el sufrimiento del planeta junto al de
los pobres; necesitamos poner el drama de la desertificación en paralelo al de
los refugiados, el tema de las migraciones junto al del descenso de la
natalidad; necesitamos ocuparnos de la dimensión
material de la vida dentro de una dimensión espiritual. No crear
polarizaciones sino visiones de conjunto.
Gracias, Tomás, por haber dicho
que “no es posible una auténtica ecología integral
sin Dios”, que “no puede haber futuro en un
mundo sin Dios”. Quisiera decirles que hagan creíble la fe a través de
las decisiones. Porque si la fe no genera estilos de vida convincentes, no hace
fermentar la masa del mundo. No basta con que un cristiano esté convencido,
debe ser convincente. Nuestras acciones están llamadas a reflejar la belleza —a
la vez alegre y radical— del Evangelio. Además, el cristianismo no puede
plantearse como una fortaleza rodeada de muros, que alza sus bastiones frente
al mundo. Por eso me pareció muy incisivo el testimonio de Beatriz, cuando dijo
que precisamente “partiendo del ámbito de la
cultura” se siente llamada a vivir las bienaventuranzas. En cada época,
una de las tareas más importantes de los cristianos es recuperar el sentido de
la encarnación. Sin la encarnación, el cristianismo se convierte en una
ideología y la tentación de las ideologías cristianas, entre comillas, es muy
actual; es la encarnación la que nos permite asombrarnos por la belleza que
Cristo revela a través de cada hermano y hermana, de cada hombre y mujer.
A este propósito, es interesante
que en la nueva cátedra dedicada a la “Economía de
Francisco” ustedes hayan unido la figura de Clara. En efecto, la
contribución femenina es indispensable. En el inconsciente colectivo cuántas
veces está pensar que las mujeres son de segunda, son suplentes, no juegan de
titulares. Y eso existe en el inconsciente colectivo. La contribución femenina
es indispensable. Por lo demás, en la Biblia se ve cómo la economía de la
familia está en buena parte en manos de la mujer. Ella, con su sabiduría, es la
verdadera “regenta” de la casa, que no tiene
como objetivo exclusivamente el beneficio, sino el cuidado, la convivencia, el
bienestar físico y espiritual de todos, y además el poder compartir con los
pobres y los forasteros. Y es apasionante emprender los estudios económicos desde
esta perspectiva, con la intención de restituir a la economía la dignidad que
le corresponde, para que no esté en manos del mercado salvaje y de la
especulación.
La iniciativa del Pacto
Educativo Global, y los siete principios que establecen su arquitectura,
incluyen muchos de estos temas, desde el cuidado de la casa común hasta la
plena participación de las mujeres, para llegar a la necesidad de encontrar
nuevos modos de entender la economía, la política, el desarrollo y el progreso.
Los invito a estudiar el Pacto Educativo Global, apasionarse por él.
Uno de los puntos que trata es el de la educación en la acogida y la inclusión.
Y no podemos fingir no haber oído las palabras de Jesús en el capítulo 25 de
Mateo: «estaba de paso, y me alojaron» (v.
35). He seguido con emoción el testimonio de Mahoor, cuando ha evocado lo que
significa vivir con “el sentimiento constante de la
falta de un hogar, de una familia, de unos amigos […], de haber quedado sin
casa, sin universidad, sin dinero […], cansada y exhausta y abatida por el
dolor y las pérdidas”. Nos ha dicho que recuperó la esperanza porque
algunos creyeron en el impacto transformador de la cultura del encuentro. Cada
vez que alguien practica un gesto de hospitalidad, provoca una transformación.
Amigos, estoy muy contento de
verlos como una comunidad educativa viva, abierta a la realidad, y conscientes
de que el Evangelio no es un mero adorno, sino que anima las partes y el
conjunto. Sé que vuestro itinerario comprende distintos ámbitos: el estudio, la
amistad, el servicio social, la responsabilidad civil y política, el cuidado de
la casa común y las expresiones artísticas. Ser una
universidad católica quiere decir sobre todo esto: que cada elemento
está en relación con el todo y que el todo se encuentra en las partes. De ese
modo, mientras se adquieren las competencias científicas, se madura como
personas, en el conocimiento de sí mismos y en el discernimiento del propio
camino. Camino sí, laberinto no. Entonces, ¡adelante! Una tradición medieval
cuenta que cuando los peregrinos del Camino de Santiago se cruzaban, uno
saludaba al otro exclamando: “Ultreia”, y el
otro respondía: “et Suseia”. Son expresiones
de aliento para continuar la búsqueda y el riesgo de caminar, diciéndonos
mutuamente: “¡Vamos, ánimo, sigue adelante!”. Y
esto es lo que yo también deseo para todos ustedes con todo mi corazón.
Gracias.
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