Conoce el amor y la misericordia de Dios sobre ti, y no habrá nada más importante en tu vida.
Por: P. Enrique Cases | Fuente: Catholic.net
La respuesta la da San Pedro cuando contesta: «Tú
eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo»
Viniendo Jesús a la región de Cesárea de
Filipo, preguntó a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del
hombre? Ellos contestaron: Unos, que Juan el Bautista; otros, que Ellas; otros,
que Jeremías u otro de los profetas. Y Él les dijo: Y vosotros: ¿Quién decís
que soy yo? Tomando la palabra Simón Pedro, dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo de
Dios vivo. (Mt. 16, 13-16)
No ha habido en la historia de la humanidad persona tan
controvertida como Jesucristo.
Ya se ve claro en la respuesta que dan los discípulos a la pregunta del
Maestro: Para unos es un personaje importante: Juan
el Bautista, Elías, Jeremías u otro de los profetas. Nunca ha negado
nadie -salvo algún fanático sectario- que Jesús ha sido un hombre importante en
la historia humana. Alguien con una personalidad capaz de arrastrar tras sí a
la gente, no sólo en su tiempo, sino siempre.
Lo que no todos son capaces de descubrir es la razón íntima por la que Jesús
atrae. La respuesta la da San Pedro cuando contesta: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» Para ello hace falta -como Jesús le dice a
Pedro- que lo revele el Padre eterno. Hace falta la fe, que es un don de Dios.
No se puede entender a Jesucristo si no se cree que ese hombre, que llamamos
Jesús de Nazaret, encierra en sí mismo un misterio: La
Segunda Persona divina, el Verbo, sin dejar de ser Dios, se hizo hombre al
asumir la naturaleza humana.
Ya sabemos que en la mentalidad del judaísmo de la época de Jesús se estaba
esperando próximamente al Mesías. La mujer samaritana -que no era ninguna mujer
culta- le dice a Jesús: sé que está para venir el
Mesías. La profecía de Daniel y otras sobre el tiempo de la venida del
Mesías coincidía aproximadamente con estos años.
En estas circunstancias aparece en Galilea Jesús de Nazaret. Juan el Bautista,
que tenía un gran prestigio entre todos los judíos de su tiempo -hasta Herodes
le escuchaba con gusto-, da testimonio a favor de Jesús. Le llama «el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Este
es de quien yo dije: Detrás de mí viene un hombre que es más que yo, porque
existía antes que yo Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y permanecer
sobre él, ése es el que ha de bautizar en el Espíritu Santo. Y yo he visto y
atestiguo que él es el Hijo de Dios» (Jn.
1, 30-34)
Comienza Jesús a predicar y su predicación está llena de misericordia para con
todos. Su doctrina es una doctrina de perdón y compasión. Enseña que Dios ama a
todos los hombres y que incluso los pecadores pueden alcanzar el amor de Dios,
si se convierten. El pueblo piensa y dice de él, que «nunca
nadie ha hablado como este hombre» (Jn. 7, 46) porque hablaba con
autoridad, no como los escribas y fariseos. Y es el mismo Jesús quien en la
sinagoga de Nazaret, después de leer una profecía de Isaías referente a los
tiempos del Mesías, dice: «Hoy se cumple
esta escritura que acabáis de oír» (Lc.
4, 21) Su doctrina va acompañada de abundantes milagros, movido por la
compasión que sentía: sanar enfermedades, resucitar muertos, multiplicar la
comida, etcétera.
No es de extrañar, por tanto, que la gente sencilla y los de corazón abierto le
tuvieran por el Mesías esperado. Efectivamente, ¿qué
mejor rey se podía tener que uno para quien no habrá problema de carestía ni de
hambres? ¿Qué mejor rey que quien puede curar a los enfermos y resucitar a los
muertos? ¿Quién puede gobernar mejor a un país, que un hombre que da muestras
de tal sabiduría? Por todo esto no es de extrañar que en una ocasión,
después de haber dado de comer a cinco mil hombres con unos pocos panes y
peces, quieran proclamarle rey.
Indudablemente, a Jesús le seguía la masa del pueblo, compuesta en su mayoría
por gente sencilla y humilde: ¿Acaso algún
magistrado o fariseo ha creído en Él? Pero esta gente que ignora la Ley,
son unos malditos (Jn. 7, 48-49) Es verdad que también algunos personajes
importantes le siguieron, y aunque al principio con miedo, luego no tuvieron
reparo en confesarse amigos suyos a la hora de su muerte. Así fueron Nicodemo,
José de Arimatea y otros.
Estas gentes sencillas, que frecuentemente eran despreciadas por los orgullosos
fariseos, ven con buenos ojos la doctrina de Jesús. Unos le seguían,
efectivamente, movidos por su doctrina aunque no la entendían plenamente, como
pasó con sus discípulos. Otros le seguían porque les daba de comer; otros
porque hacía milagros.
Posiblemente algunos también le seguían por gratitud, al haber sido curados.
Ciertamente su bondad, su trato exquisito para con los débiles del mundo y
severo para con los que obraban injustamente, serían motivos para que las masas
le siguiesen.
¿Quién es para ti Jesucristo? Hoy te hace la
misma pregunta que a los apóstoles y lo único que quiere es oir tu respuesta de
amor. Conoce el amor y la misericordia de Dios sobre ti, y no habrá nada más
importante en tu vida.
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