La verdadera raíz de muchas violencias está en la perversión de quienes desean vengarse a costa de dañar a inocentes.
Por: Fernando Pascual | Fuente: Catholic net
Tras la muerte de una persona concreta (un
estudiante, un obrero, un político) se desata en ocasiones una furibunda
violencia callejera.
Algunos piensan que la causa de tal violencia es precisamente esa muerte: ha
habido una injusticia, y grupos de personas responden con violencia ante la
muerte de alguien a quien consideran “suyo”.
En realidad, la verdadera causa de esa violencia no ha sido la muerte de una
persona. Esa muerte fue simplemente la ocasión, el motivo, la excusa, la chispa
aprovechada para quemar coches, asaltar tiendas, destruir cristales, atacar a
la policía. Pero la verdadera causa de todas esas violencias está en los
corazones, en las mentes, en los proyectos de los hombres.
Al mismo tiempo, en otras situaciones miles de inocentes no responden a la
violencia con la violencia. Porque son ciudadanos honestos que no se toman la
justicia por su mano. Porque saben que una víctima no resucita a base de
incendiar bidones de basura, de romper escaparates, de atacar edificios
públicos.
La verdadera raíz de muchas violencias callejeras está, por lo tanto, en la
perversión de quienes desean vengarse a costa de dañar a inocentes. De quienes
buscan aprovechar una ocasión para promover proyectos violentos,
antidemocráticos, como hicieron los nazis, los comunistas, los anarquistas, o
tantos grupos subversivos del pasado y del presente.
Frente a esa perversión profunda, frente a la violencia de grupos prepotentes y
amantes de las agresiones arbitrarias sobre inocentes, las autoridades
públicas, la prensa, la cultura, y esa inmensa masa silenciosa que forman los
millones de seres humanos honestos y auténticamente democráticos sabrá
responder con una actitud firme y decidida.
Nunca la muerte de una persona, aunque sea por culpa de algún policía,
justifica la violencia gratuita sobre ciudadanos que nada tienen que ver con lo
ocurrido. Nunca un estado de derecho puede claudicar, si de verdad sabe lo que
significa la responsabilidad política, ante violencias que tienen mucho de
barbarie, de injusticia y de prepotencia totalitaria.
Existe otro modo de responder a una muerte de un amigo que tenga como causa un
acto delictivo, un abuso de poder, sea quien sea el culpable (un policía o un
manifestante, un político o un simple ciudadano): aplicar medidas inmediatas
para que el infractor no pueda dañar a otras personas, y para que sea juzgado
en tribunales donde no prevalezcan las emociones, sino un auténtico y profundo
sentido de la justicia.
La violencia ha de ser castigada venga de donde venga, sea cometida por alguien
vestido de uniforme o por manifestantes dominados por odios irracionales o por
actos vandálicos muchas veces muy bien planificados. Cualquier persona que dañe
la vida o los bienes de otros seres humanos merece ser castigada. Sólo así
podremos vencer la injusticia con la justicia, y promover sociedades donde no
se imponga el más violento, sino el más honesto.
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