La mentalidad actual genera un inmenso número de personas frustradas y desengañadas que se sienten excluidas de la sociedad.
Por: Francesc Torralba Roselló | Fuente:
ForumLibertas
La sociedad actual ensalza al fuerte, al que
triunfa. No hay
espacio ni protección para el débil. La publicidad empuja a una carrera cada
vez más competitiva en el que sólo tienen éxito un número reducido de
individuos, relegando al olvido a los que también han corrido pero no han
llegado primeros. Esta mentalidad genera un inmenso número de personas
frustradas y desengañadas que se sienten excluidas de la sociedad. Otras, para
seguir siendo reconocidas, tienen que luchar a muerte.
La enseñanza en las escuelas responde a la pedagogía del éxito y del mayor
rendimiento académico, que es la que se impone en el discurso oficial y social,
y a la que lleva la pedagogía dominante. ¿Qué
sucede con los que no triunfan, con los que no tienen el éxito que de ellos se
esperaba, con los fracasados?
La experiencia de que el ser humano es un ser vulnerable puede ayudar a ver de
un modo muy distinto a los demás, de situarse ante los demás no desde la
prepotencia y el dominio, sino en una actitud de acogida. Permite ver la
debilidad del otro que se esconde tras la máscara de la fortaleza. Resulta
esencial educar el sentido de la vulnerabilidad y la capacidad de asumir los
propios límites y los de los otros.
En esta tarea, la familia, como unidad básica de la sociedad, juega un papel
muy relevante en una sociedad tan árida como la nuestra, puesto que se puede
definir, más allá de toda interpretación, como una estructura de acogida. Para
el hijo, en su familia, la acogida significa sentirse y saberse aceptado y
querido, protegido y seguro por el amor y el cuidado de sus padres.
El valor máximo en la familia es la incondicionalidad.
Se acepta al hijo sin condiciones, tenga o no tenga éxito, sea o no sea
inteligente. No se le acepta por sus rasgos, sino por el mero hecho de ser
persona. Decir que la familia es una estructura de acogida significa que da
apoyo, confianza y ternura; significa sentir de cerca la presencia de los
padres que se hace acompañamiento, orientación y guía. Ese impulso inicial de
acogida infunde una confianza en el vínculo humano que ningún acontecimiento
futuro puede borrar.
La vulnerabilidad es el rasgo de la condición humana
que es necesario resaltar. Contra la apología del fuerte e
individualista, se debe destacar el valor de la acogida y de la responsabilidad
frente al dolor del otro. La experiencia de ser vulnerable, necesitado, abre la
puerta a la presencia de otro en mi vida, a la irrupción del otro en mi
experiencia vital. Eliminar al sujeto vulnerable, por el mero hecho de ser
vulnerable, es una forma de perversidad moral. Al sujeto vulnerable se le debe,
ante todo, acoger y ofrecer una comunidad cálida.
La familia es el espacio privilegiado en el que cada
persona es reconocida y valorada por lo que es. Sólo el ser vulnerable
genera en nosotros la obligación de responder incondicionalmente. Sólo del ser
vulnerable podemos esperar la llamada exigente de acogerlo, sin haberlo querido
ni escogido. Esta experiencia genuinamente moral de atención y de cuidado del
otro va a poner las bases para una vida moral que facilite el ponerse en el
lugar del otro, el desarrollo de la capacidad de escucha, acogida y atención al
otro y la capacidad de analizar la condiciones históricas en las que la
relación moral con el otro se están produciendo.
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