TODO LO QUE ES POSIBLE, DIOS LO PUEDE CON NOSOTROS
Dios quiere habitar en nosotros con su gracia, de una manera muy especial.
Por: Carlos Castro | Fuente: es.gaudiumpress.org
Recordemos, la gracia es
aquella vida divina que, habitando en nuestra alma, nos torna hijos adoptivos
de Dios.
Hijo de Dios, en sentido amplio, es todo el mundo, incluso toda la Creación,
entendiendo este sentido amplio como que son "hijos"
todas las criaturas de Dios.
Pero ¿si ya todos
eran hijos de Dios, incluso antes de la venida de Jesús, entonces porqué había
y hay tanta maldad en los hombres? Porque en sentido estricto, no todos son hijos de
Dios, sino aquellos en los que vive la gracia de Dios, gracia que se adquiere con el
bautismo, se pierde con el pecado, y se recupera con la confesión.
Primero digamos con Santo Tomás que Dios está en
toda criatura, incluso en los demonios y en las piedras que configuran el
infierno material. Si no, ellas dejarían de existir:
"Dios está
presente en todas las cosas por potencia, porque todo está sometido a su poder. Está por presencia, porque todo está patente y descubierto
a sus ojos. Y está por esencia, porque actúa en todo como causa de su
ser".
Es decir, el orgullo del hombre -para sólo con
este ejemplo mostrar la total dependencia de todo con el Creador- no es más que
algo ridículo. Por potencia dependemos del Señor, porque Dios puede
hacer con nosotros lo que quiera, incluso reducirnos a la nada, inclusive
elevarnos hasta la mayor de las alturas, o hundirnos en la mayor de las
miserias.
Todo lo que es posible, Dios lo puede con nosotros. Por presencia está
presente el Omnisciente en nos, porque Dios conoce todo el secreto de nuestros
corazones, incluso antes de que allí aparezcan los secretos, sabe de nuestras
intenciones, las buenas y las malas; ausculta la pureza o impureza de nuestros
deseos, y por ahí mide la bondad o malicia de nuestros actos. Y por esencia, porque lo que somos no es sino una débil participación de
una Idea divina, de su Esencia Divina, participación
creada por amor, y mantenida por amor, porque si en algún momento Dios se "olvidase" de nuestra existencia,
sencillamente desapareceríamos.
Pero no es esta existencia de Dios en nosotros
-la de la potencia, presencia y esencia- la única que quiere el Creador; esta
presencia existe en toda y cada criatura. Dios quiere habitar en nosotros con
su gracia, de una manera muy especial. "Si
alguien me ama, guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y
haremos en él nuestra morada", dice el Señor (Jn 14, 23). La
existencia que Dios quiere en nosotros es la existencia de la gracia, esa
existencia que sí nos hace, en sentido estricto, hijos de Dios.
Es aquella "presencia
íntima de Dios, uno y trino, como Padre y como Amigo. Este es el hecho colosal
que constituye la propia esencia de la inhabitación de la Santísima Trinidad en el
alma justificada por la gracia santificante y por la caridad sobrenatural. En
el cristiano, la inhabitación equivale a la unión hipostática [unión entre la
divinidad y la humanidad] en la persona de Cristo, si bien que no sea ella,
sino sí la gracia santificante, la que nos constituye formalmente hijos
adoptivos de Dios. La gracia santificante penetra
y embebe formalmente nuestra alma, divinizándola. Pero la divina
inhabitación es como la encarnación en nuestras almas de lo absolutamente
divino: del propio ser de Dios tal como es en sí
mismo, uno en esencia y trino en personas".
En el alma en gracia de
Dios, que no se reconoce por tanto en el pecado grave, Dios habita como amigo,
como Padre, como que encarnándose en ella, haciendo de ella una morada
permanente, divinizándola, dándole sus dones, su vida íntima.
Bien es cierto que adquirida la gracia de Dios,
ella se pierde -y cuan comúnmente- por el pecado mortal. Podemos concluir de
acuerdo a lo anterior, que la gracia se pierde porque el
hombre no alimentó su unión con Dios mientras permanecía en gracia, sino que
este vínculo se fue debilitando. Dios
vivía como amigo en el alma de ese hombre, pero el hombre no respondía mucho a
la amistad de su Divino Huésped; comenzó a escuchar la voz de sus malas
inclinaciones, o la voz de satanás, hasta que un día decidió despedirlo
prefiriendo el pecado.
Para recuperar o fortalecer la unión con Dios,
está el recurso a la gracia. Está la recuperación de la gracia con la
confesión; está el fortalecimiento de la gracia con todo los recursos que
brinda la Iglesia, comenzando por la Eucaristía y demás sacramentos y siguiendo
con la oración.
"Con la Encarnación, Pasión y Muerte de
Nuestro Señor Jesucristo, el mal sufrió su derrota definitiva, porque pasó a
regir sobre la faz de la Tierra el régimen de la gracia. Fue este el
medio determinado por la Sabiduría Divina para acabar con la vitalidad y el
dinamismo del linaje de satanás, el cual, inconforme, hace de todo para
vengarse; por eso la lucha entre el bien y el mal continúa sin tregua, hoy más
que nunca". Particularmente en el interior de cada uno de
nosotros.
Con la
Encarnación, y particularmente con la Pasión y Muerte de Cristo -que
conmemoramos en estos días-, nació la Iglesia, su liturgia y sus sacramentos,
por los que nos viene la gracia. Nació el reino de la Gracia, pues el Reino de
Dios es el Reino de la Gracia, y estamos llamados a vivir en él.
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