Piedad Sánchez de la Fuente (Yoinfluyo.com)habla del hombre y sentido trascendente del trabajo.
Por: Piedad Sánchez de la Fuente | Fuente:
Yoinfluyo.com
De todas las realidades que componen la vida
humana, muy pocas –si exceptuamos el amor– ha estado sujeta a tantas opiniones
y conceptos como el trabajo. A lo largo de la historia ha pasado de
considerarse una tarea puramente manual, de esfuerzo físico, indigno de las
clases superiores, a verlo como la capacidad que tiene el hombre para dejar su
huella en todo lo que hace, para ampliar los conocimientos y, en su avance,
mejorar el mundo.
El trabajo es exclusivamente una actividad humana. Lo que lo distingue del
esfuerzo que realizan los animales –que son una gran ayuda– es su condición
inteligente. Hay un autor que dice: “el hombre
podría ser definido como un animal que trabaja”, un animal racional,
claro, que con su inteligencia y sus manos va modificando el mundo, mejorándolo
a cada descubrimiento que hace. Por lo tanto, el hombre está hecho para
trabajar, y no condenado a hacerlo.
El esfuerzo, el cansancio, las dificultades que encuentra en su camino, son
consecuencias morales de un acto suyo en el amanecer del universo, pero el
trabajo en sí es una necesidad del hombre porque está creado para trabajar. Ya
en tiempos modernos han habido dos teorías distintas, pero que llevadas al
extremo han causado un gran daño a la humanidad.
Son: “el liberalismo” con su sentido mercantilista
de ver el trabajo como una mercancía humana; y “el comunismo”, esa parte
del marxismo que trata de la economía sin valorar al hombre individualmente,
aunque luchando por él por caminos equivocados. El trabajo es necesario para
todos y para todo; sin embargo, hay que ponerlo en su justo lugar y darle su
justo valor.
Es un medio y no un fin. No podemos convertirnos en personas que sólo viven
para trabajar. La vida está llena de facetas y cada una hay que cuidarla y
prestarle atención; así conseguiremos ese equilibrio de nuestra personalidad,
tan necesario para vivir con alma y con calma. El trabajo bien hecho, poniendo
ilusión y esfuerzo, y contando con los fracasos que pueden llegar, tiene una
consecuencia social: el prestigio profesional.
La experiencia nos hace comprender que confiamos más en la persona que trabaja
bien, que en quien lo hace para salir del paso. Esto en todos los niveles. Un
médico que sigue estudiando para estar al día y no quedarse atrás, un
funcionario que se esfuerza por ser amable con quien acude a él con un
problema; una ama de casa que aunque trabaje en la calle procura llevar su
hogar con mentalidad profesional, cuidando los menús para que sean
equilibrados, aunque tenga que pasar más tiempo en la cocina…
Todos son dignos por sí mismos y no lo es más el intelectual que el fontanero.
En todo caso, lo será quien trabaje mejor y ponga más espíritu de servicio en
su tarea. El ejemplo del trabajo bien hecho es la columna vertebral de todo
hombre, y de ver esto claro depende gran parte de su felicidad.
Por eso, sería maravilloso que todos pudiéramos trabajar en lo que nos gusta,
pero ésa es una utopía irrealizable. Sea cual sea la profesión que tengamos,
cuando lo hacemos bien se facilita la mitad y la confianza entre todos, que
hace más fácil la ayuda mutua. Esto también puede constituir un pedacito de
felicidad.
Y yo, como soy cristiana, añadiría, para el que quiera leerlo: “Ora et labora” (reza y trabaja). ¿Hay quien dé más?
No hay comentarios:
Publicar un comentario