Hoy, domingo después de Pentecostés, la Iglesia Católica celebra la “Solemnidad de la Santísima Trinidad”, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas y un solo Dios verdadero.
HECHOS PARA COMPARTIR LA VIDA DE DIOS
Canta el himno de las laudes de este día: “El
Dios uno y trino, misterio de amor, habita en los cielos y en mi corazón”,
recordándonos que estamos invitados a tomar parte de la vida íntima de Dios,
fuente de amor inacabable. Al revelarnos su naturaleza trinitaria, Dios nos
introduce en el misterio más grande: siendo Él
unidad perfecta, es también comunidad de personas. Y, aunque la
inmensidad divina nos resulte insondable, nuestro corazón rebosa agradecido por
el don recibido.
ABRAMOS, PUES, EL CORAZÓN A DIOS, UNO Y TRINO; QUE
CADA PERSONA DE LA TRINIDAD OCUPE UN LUGAR EN NUESTRAS VIDAS.
“Ahora vemos en un espejo, en enigma” (I Cor 13, 12)
En el año 2013, el Papa Francisco, dirigiéndose a un grupo de niños que
se preparaba para la Primera Comunión, ensayó una sencilla pero hermosa
explicación de qué es la Santísima Trinidad. El Papa dijo: “El Padre crea el mundo, Jesús nos salva, ¿y el Espíritu
Santo qué hace? Nos ama, nos da el amor”. Ahí está delineado el misterio
más grande de nuestra fe.
A lo largo de la historia, el conocimiento de la Trinidad ha ocupado a
santos, teólogos y, por supuesto, a todo aquel que con amor ha querido conocer
mejor su fe. Todo ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, anhela ese
conocimiento. No podría ser de otra manera puesto que Dios nos ha hecho para
conocerlo y amarlo, y para estar siempre con Él -Dios es la plenitud que
buscamos-.
No obstante, también es necesario reconocer que somos creaturas y, por
lo tanto, seres limitados. Frente a Dios, en presencia de lo sagrado, siempre
habrá cosas que no podremos explicar, cosas que no podremos entender, preguntas
que saltarán una y otra vez sin que encuentren respuesta. Por eso, es natural
que todo esto suceda, y en grado sumo, al contemplar el misterio de la Trinidad
porque es eso precisamente: un misterio. Ya lo advertía Santa Juana de Arco
cuando decía: “Dios es tan grande que supera
nuestra ciencia”.
HUMILDAD PARA CONTEMPLAR EL MISTERIO
Un relato ampliamente difundido en la Edad Media y que llega hasta
nosotros da cuenta de San Agustín de Hipona, caminando a la orilla del mar
mientras meditaba sobre el misterio de la Trinidad. De pronto observa a un
niño, cubeta en mano, tratando de llenar un hoyo en la arena con el agua del
mar. Agustín se acerca y le pregunta por qué lo hace, a lo que el pequeño
responde: “Quiero vaciar toda el agua del mar en el
agujero”. “Eso es imposible”, replica el santo. Entonces, el niño lo
mira y le dice: “Si esto es imposible, lo es mucho
más tratar de descifrar el misterio de la Santísima Trinidad”.
San Patricio, Patrono de Irlanda, al predicar sobre el misterio de la
Trinidad, usaba una hoja de trébol de tres puntas, haciendo una analogía entre
estas y las tres personas divinas -siendo distintas componen una sola entidad: un único Dios.
FRENTE A DIOS, DE RODILLAS
Como en tantas ocasiones, se nos presentan dos extremos: pretender
alcanzarlo todo, creer que no podemos lograr nada. Algo así sucede cuando nos
situamos enfrente a algo -o a Alguien- tan grande. Mejor no desesperar; tampoco
caer en el exceso de confianza. Seamos sensatos. No olvidemos que responder al
amor de Dios y conocerlo mejor es siempre una tarea de nuestra naturaleza en
cooperación con la Gracia. Pidamos al Señor que nos ayude a amarlo cada vez
más, hasta donde nos sea posible.
Redacción ACI Prensa
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