Madre mía, ahora hay otro conflicto. Un fabricante español asegura que la mesa de seis metros del Kremlin fue fabricada en su empresa de Alcásser y otro fabricante de Italia asegura que es suya. Esto amenaza con ser una pugna que se suma a otra pugna, confiemos que no vaya a mayores.
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La báscula
hoy ha decretado que hay 84,7 kg. de padre Fortea. Las cosas del mundo pueden
no ir del todo bien, pero mis cuestiones adiposas van por el buen camino. Me
alegro, porque cada vez más me estaba pareciendo al rollizo y feliz padre Brown
de las novelas de Chesterton.
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Seguiré con
la lista de los hijos de los pecados capitales, pero lo de hoy me parecido más
importante. La mesa, la báscula... eran temas sobre los que me tenía que
pronunciar. Pero entiendo vuestro interés personal en el pecado.
Ya sabéis
que este es un blog que, desde el principio, se basa en que no me tengo que
pronunciar ante los hechos que sucedan. Incluso si los extraterrestres
invadieran Estados Unidos o Canadá, para nada me sentiría obligado a
pronunciarme. Probablemente ese día haría un post acerca de las reglas de
colocación de la coma.
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El tema de
la mesa me sigue preocupando. Si las posiciones kremlinísticas se fueran
distanciando más del mundo civilizado, ¿se
seguirían añadiendo metros? ¿Es posible imaginar una mesa de quince metros, de
veinte? ¿O seis metros es el óptimo que recomienda Labrov?
¿A
todo el mundo le cae tan mal Lavrov como a mí desde el primer día que lo vi en
la televisión? Siempre me
ha parecido la versión aburrida de aquel entrañable ministro de propaganda de
Sadam Hussein.
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