MARÍA Y JOSEP, TESTIMONIO DE FE MARCADO POR UNA
ENORME CADENA DE ORACIÓN INTERNACIONAL
Durante los dos últimos meses la
familia Ardit
Todolí, residentes en la
localidad valenciana de Gandía, ha vivido una dura prueba de fe en medio de un
gran sufrimiento, y donde ha experimentado de manera sublime la comunión de los
santos y el poder de la oración.
Josep y María son padres de nueve hijos y ella
está embarazada de Caterina, la décima. Sin embargo, el pasado 25 de
diciembre se les presentó ante ellos un acontecimiento que acabaría poniendo a
prueba la de ambos. Ella empezó a sentirse mal y tener dificultad para respirar
y así siguió varios días hasta que el 2 de enero tuvo que ingresar debido al
Covid-19 en el hospital de Alzira. Y el embarazo añadía una complicación más a
su estado de salud.
María estuvo a punto de morir. Recibió el alta ya este mes de febrero y
durante 20 días estuvo en la UCI del hospital La Fe de Valencia, al que tuvo
que ser trasladada. Además, durante nueve días estuvo intubada.
Su llegada a casa fue una fiesta para toda la familia. Allí la esperaban
ansiosos sus hijos, de los que nunca había estado tanto tiempo separados: Betlem (la mayor con 13 años), María, Inmaculada, Mercé, María Magdalena,
Teresa, Manuela, Candela y Josep.
“Si alguien nos preguntara si preferiríamos que
nada de esto hubiera sucedido, le diríamos que no, porque las gracias que Dios nos ha
derramado en estos días superan con creces el sufrimiento vivido por la
enfermedad. El Señor nos ha corregido como un padre corrige a sus
hijos. Esto no es nada malo”, explican sorprendentemente al semanario Paraula,
de la archidiócesis de Valencia.
Casados desde hace 15 años, este matrimonio vive su fe en la parroquia
San Francisco de Borja de Gandía, “en una pequeña comunidad neocatecumenal
donde durante 25 años esta fe recibida por el bautismo ha ido haciéndose adulta y dando frutos de vida eterna,
como estar muy felizmente casados, con tantos hijos, y un amor grande a
nuestros hermanos de comunidad” quienes les han ayudado tantísimo estos
días.
“Es amor a la Iglesia y a todo aquel que nos encontramos.
Todo por gracia de Dios, porque
nosotros somos unos pobrecitos, muy débiles y llenos de pecados”, explican.
“La
dejé en el hospital porque con el covid-19 no se me permitía entrar. La
miraba desde el exterior a través de una ventana que daba a la sala donde
se encontraba. Yo creía que no la iba a volver a ver más. La grabé en vídeo con
el móvil para que dijera algo a las niñas desde esa ventana semiabierta.
Al regresar a casa, aquella noche había mucha niebla y casi no se veía nada. Me
venía a la cabeza el salmo 97: ‘Tiniebla y nube lo rodean…’. Intuí
que iba a vivir algo muy serio”, explicaba Josep también a Aleteia.
LA CERTEZA DE QUE DIOS ES SU PADRE
El mundo se le empezó a venir encima a Josep. Su mujer embarazada estaba
en un estado muy grave y él estaba en casa con ocho hijos. “La
tentación constante era: ¿está Dios o no está Dios en esta situación?, ¿es el Señor un esposo bueno o viene a destruirme?”,
recuerda.
Entonces sintió claramente en su corazón que Dios
era su Padre, y también el de su mujer y el de sus propias hijas.
Y ahí empezó a descansar, sabiendo que lo mejor era abandonarse a la voluntad
de Dios. Fue una conversión interior de su corazón.
En todo este proceso cobró un papel fundamental la enorme cadena de
oración que se extendió por María. Gracias a las nuevas tecnologías miles de personas rezaron por ellos, muchas incluso desde fuera de
España.
Aquellos días fueron un bautismo de fuego “y
de espíritu que quemó todo y solo dejó en pie la fe que habíamos recibido de la Iglesia
estos últimos años de nuestra vida. Si nos preguntasen si creemos que esta fe y
la de miles de personas rezando por María y Caterina las curó diríamos que sí.
Dios las curó por medio de unos médicos fantásticos” a través de la
enorme cadena de whatsapp.
Josep relata en Aleteia un ejemplo de esta impresionante cadena
de oración: “Me llamó una tarde una persona desde
Londres, a quien no conocía de nada y se había enterado de la situación por los
audios que había mandado. Eran carismáticos católicos que vivían en una
comunidad contemplativa allí. Fue como un ángel que me anunció que Dios había
curado a María y que tenía que empezar a dar gracias por ello.
Rezamos por teléfono y me dio el evangelio de San Marcos 11, 20-26 (el de la
higuera seca). También mi padre me lo había dicho aquella mañana mientras
lavaba unos platos y yo les creí a los dos, pero al ver que la situación de
María no mejoraba, me era imposible dar gracias.”
De este modo, añade que “aquel hombre desde
Londres me continuó diciendo que mirara con los ojos de la fe, que María estaba
curada aunque los datos médicos no lo confirmasen todavía. Aquella tarde me fui a misa con
las tres mayores lleno de amargura y tristeza y después me confesé llorando. Cuando llegué a casa empecé a dar
gracias por cada hija, por Josepet, por mi mujer y Caterina, por tanto
recibido. Pusimos vídeos de María y la familia, que días antes me era imposible
ver por el dolor que me provocaban. Y si mi hijo Josep preguntaba por su madre,
le mostraba a la Virgen y les decía ‘mamá no está aquí ahora pero la Virgen sí
y os va a abrazar’.
“Pero hay
algo más impresionante -indica Josep en Paraula- y es que por
la fe en Jesucristo, Dios nos ha dado una vida nueva a esta familia gracias a
los sacramentos, su palabra, la oración, la vida misma de la Iglesia.
Verdaderamente Jesucristo quita el pecado del mundo y el Espíritu Santo te da
testimonio de que la muerte ha sido vencida, que existe la vida eterna y que
puedes tener paz y alegría en medio de la enfermedad y puedes amar a tu mujer,
a tu marido, a tus hijos y al otro con el mismo amor que Jesucristo ha tenido y
tiene por ti, un amor nuevo”.
"UNA GRACIA INMENSA DEL SEÑOR"
Por su parte, María recuerda que ese amor del que habla Josep lo sintió
antes de ser intubada en la UCI. “El amor de Cristo a la humanidad entera, a ti. Sentía ese amor en mi corazón. Amor hasta tal punto de ser insoportable. Le decía al Señor '¡Para, para ya!' Yo solo quería derramar ese amor
de Jesucristo a toda criatura y besar los pies a todos, conocidos o no, fueses
como fueses”, explica.
Esta madre reconoce además que “no estuve
pendiente de la enfermedad, ni del dolor, ni del sufrimiento. No me quejé a
Dios en ningún momento. Fue una gracia inmensa que el Señor me regaló,
y si lo hizo conmigo lo puede hacer con cualquiera que esté sufriendo una
enfermedad en estos momentos”.
Ella creía “no necesitaba de nadie, que incluso
nadie me quería tanto para sufrir conmigo, y que conmigo misma me bastaba,
bueno, ¿qué más da que me quieran o no?”. Porque tal y como explica “me había mal acostumbrado a que mi vida no tenía ninguna trascendencia,
realmente era un ni fu ni fa”.
Ahora, y con el paso de los días y todavía con una lenta recuperación
por delante, no duda en afirmar que “mi enfermedad
ha sido para mí un tiempo de purificación del corazón. El Señor me ha dado la gracia de vivir la vida de
manera sencilla, en acción de gracias y al paso que el Señor me quiera marcar,
con humildad. Ahora, en el tiempo de la recuperación voy lentísima pero estoy
muy contenta, no sólo porque ya estoy en casa sino porque la alegría me la
regala el Señor”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario