sábado, 11 de diciembre de 2021

“EL MOTÍN DE LOS CHINOS ESCLAVOS”

 Al mulato Facundo Las Nieves, más conocido por Facuto, le castañeteaban los dientes cuando bajó de la jaca overa para pedir auxilio a las autoridades de Pativilca. La agitación que traía de su apresurado y asustadizo viaje no fue óbice para amenguar el pánico que le invadía. El penco estallaba en sudores y relampagueante echaba espumajos blancos por la boca. En forma desesperada e inconexa el mulato contaba a las autoridades los sucesos de Upaca y pedía en tono atragantado para que suban al campanario del templo de san Jerónimo y echen a vuelo las campanas, por lo que estaba pasando en la citada hacienda de ese apacible medio día de un domingo adormilado y cruzado por un quemante sol.

-“Señole… lo chino sian amotinau. Van a matá a los patlone. Señole… que vaiga tlopa orita que a los chinos está matando.”

Facuto calculó bien su participación al dar aviso a las autoridades acerca de la rebelión de los esclavos coolíes escapándose de ser apresado gracias a su felina agilidad que de un salto desigual monto la jaca, por cierto muy hermosa que ostentaba alisadas crines escarmenadas por desdentados peines, pellón y apero sampedrano que estaba lista para que el patrón, don Félix Ríos, observara el estado de los cultivos aquel domingo por la tarde.

Pero Facuto no pensó que a su regreso los chinos lo esperarían ocultos en algún lugar la única entrada de la hacienda, que era una callejonada de trescientos metros más o menos y que a los costados se observaban paredones de dos galeras protegidas por sauces vetustos que daban la impresión de una alameda. Hacia el lado izquierdo, cerca de una barraca estaba el -lazareto- que servía para los que agonizaban de viruela, tisis o peste bubónica.

El mulato tomó esta entrada aparentemente apacible. La observó y siguió por su senda sin corazonada de peligro. La volvió a observar y todo el ambiente era como un remanso de agua clara. La jaca iba a paso natural hasta que llegó a las afueras de la casa-hacienda. Puso pie en tierra y cuando aseguraba las riendas de la jaca en el tronco del árbol seco, los esclavos chinos, machete en mano, lo rodearon. De inmediato el miedo lo hizo sonreír y se le veía que su verde dentadura estaba impregnada el jugo de la coca. Su faz era una herradura tosca que se le adelgazaba ante la idea de una futura muerte. Una acción paralizante se notaba en sus labios pegoteados.

Las piernas no resistían su peso de hombre fuerte y duro. Su mirada intuía la del vencido y que repasaba aquellos recuerdos de sus viejas altiveces y sus rollizas costumbres de hombre forrado de ignominia, perverso y masacrador. Su suerte desmadejada y sin brillo estaba echada.

El mulato Facundo no pidió salvación. En esto guardaba un empinado orgullo y seguramente multiplicaba las imágenes cuando, ronzal en mano castigaba a los desvalidos esclavos coolíes que algunas veces por la rudeza del trabajo, por la escaza alimentación, por el intransigente y lapidario horario de las labores, por la falta de aclimatación, por sus disminuidas condiciones físicas, así como por las enfermedades, al notarse que en el campo los chinos rendían lo que de ellos se esperaba. Facuto fue un servil adulador e inclemente flagelador, era quien a nombre del patrón zurraba en forma implacable a los indefensos chinos coolíes.

Ávidos de venganza estos asiáticos, sin discusión alguna, le seccionaron a machetazos por doquier y rápidamente acabaron con él. Las gentes nativas lo encontraron a la altura del patio del albergue principal en un charco negruzco de tripa y coágulos. En una de las mitades de la cara, en un muñón que le servía de barba se veían sesos repartidos en medio de sangre rebatida. La muerte de Facuto fue horrorosamente cruel, ¡tampoco merecía otra suerte!

Los amotinados al ingresar a la casa-hacienda lo tomaron de sorpresa y en un santiamén la turba rodeó al patrón para que no escapara; pero don Félix Ríos se resistió a entregarse haciendo fintas por los alrededores de un mesón redondo del comedor para no ser cogido, hasta que Loo Su, jefe de los rebeldes despectivamente habló:

-“Patilón… tú aola pagau. Tú son malo. Tú no silve patilón. Nosotlo chino colazón glande. Tuú muele aola patilón.”

Ese domingo, desde muy temprano, doña Laura Laos, esposa del patrón, mujer muy hermosa y humana, quizá le hubiera salvado la vida dada la referencia especial que gozaba entre la peonada. Ella siempre influía para indultar muchos castigos y faltas intolerables a favor de los trabajadores. Siempre pedía a su esposo intersecciones y nuevas oportunidades que le valían ante los esclavos incondicional aprecio, mala suerte, ese domingo doña Laura se encontraba de viaje. Decían las malas lenguas que la matrona siempre aconsejaba a don Félix que evite crueles tratos para no incubar problemas desfavorables.

Hua Chonf Fu, segundo jefe de los coolíes esclavos, encontró en una repartición de la casa hacienda un fusil sin balas que se le puso a manera de banderola. Loo Su ordenó que, a machete limpio, charquearan a don Félix, pero en forma lenta dando a entender que quería verlo agonizar a intervalos.

De un machetazo le volaron uno de los brazos quedando colgado de la piel y manando mucha sangre. Luego con un cuchillo grande de cocina le propinaron un corte que tenía nacimiento en la cara y terminaba a la altura del estómago. Un esclavo iracundo le alcanzó un mazazo en la cabeza que lo desplomó sin conocimiento. Después de una hora en este deplorable estado, el patrón exhaló su último suspiro quedando alrededor de una sanguaza oscura y fétida.

A las cinco de la tarde, más o menos, los chinos abandonaron el fundo y se repartieron para esconderse en las chacras de las haciendas vecinas o en los poblados aledaños. Dicen que los que fueron descubiertos, las autoridades los mataban ocultamente. Se sabe que, en represalia, los chinos por estas muertes cometieron excesos en la población civil.

Es imposible que no haya historia para gente sin historia. Las formas de rechazar y pelear contra los prejuicios de la explotación son necesarias en todos los estados donde esto brotara, pero entonces, ¿fue necesario comprar migrantes asiáticos para que trabajen las haciendas cañeras de nuestra costa como esclavos? -Lo cierto es que a escasos años de diferencia en el Perú se operaron dos esclavitudes: primero la de los negros y segundo la de los chinos. Ambas tienen algunos ingredientes parecidos, pero lo cierto es que no se supe administrador con los coolíes la experiencia de la esclavitud de los negros y encontrar la forma de desenterrar los excesos de la explotación. Claro que no está demás admitir intranquilidades que alteraron el miedo de los hacendados: unos con sentido de consejo y paternidad; otros por las sanciones que degeneraron en odios y venganzas, como las ocurridas en Araya Chica y Upaca en el valle de Pativilca, Paramonga y Fortaleza. Propagándose luego a otras.

PARTE II:

También la historia sahúma con cenizas de adormidera. Gobernaba el Perú el mulato don Ramón Castilla Marquezado que con toda ley emancipó a 25,506 esclavos negros en 1855. Aunque poco se conoce, posiblemente don Ramón Castilla, con esta meritoria ley recordó y agradeció el gesto de las tropas libertadoras cuando en 1820, en la Gran Colombia, engrosaron sus filas con negros esclavos que -el cafringo- Alexander Petion, descendiente de francés y presidente de Haití Sur contribuyó con remitir para la libertad de los pueblos americanos sojuzgados por España. Parte de dichos negros estaban bajo el mando militar de los generales Lara y Páez, que conjuntamente con Sucre, Córdoba y el peruano La Mar dieron las batallas decisivas por la emancipación de América, sellada en Junín y Ayacucho.

Contrariamente, a manera de una falsa compensación en el gobierno de Castilla se introduce, por la gran influencia política de Domingo Elías, así como las de don Antonio Dongo y Juan Rodríguez, el comercio de chinos esclavos so pretexto de carencia de brazos en las haciendas de la costa peruana, cuyos patrones los compraban por cincuenta pesetas como si fueran mercancías o animales irracionales.

Se ha dicho que los perros, caballos y puercos se les daba mejor trato que a los mencionados coolíes, de los asiáticos sometidos al régimen de esclavitud en el valle de Huaura, con la anuencia del patrón, formaron fuertes colonias y hermandades; su presencia se hizo más numerosa en las haciendas: Rontoy, Acaray, Caldera, Humaya, etc. donde quedan vestigios de sus cementerios.

En el valle del Fortaleza fue Paramonga en la que se hizo contratación de jornaleros chinos por la escasez de estos para cultivar las superficies cañeras, allá por 1858 a 1862, cuando sus propietarios don José Mazueto Canaval y don Enrique Canaval Zuluoga, luego de la fusión de siete fundos, alcanzaba altas cotizaciones por el precio del azúcar en el mercado internacional. Su mejor testimonio es el amplio panteón llamado de -Los Chinos-, en Paramonga.

En el valle de Pativilca, se estableció un sólido núcleo en la hacienda Upaca de chinos de Macao (antigua colonia portuguesa). Cabe advertir que los jornaleros coolíes contratados como esclavos procedieron de Hainan, Yunan y Macao. Es en Upaca, a 14 km al este de Pativilca donde brotó la rebelión de los asiáticos. Se recuerdan las desapariciones y asesinatos en los citados esclavos. Estos en represalia vienen a diferentes poblados y cometen actos dolosos por venganza. A la voz de: ¡Ya vienen los chinos! Las gentes huían o se escondían llenos de pavor o sobresalto. Otras haciendas donde hubo buenas colonias de esclavos y jornaleros chinos fueron en Huayto, Galpón, Caraqueño y Carretería.

Se advierte también que muchos de estos asiáticos trabajaron en la agricultura subordinados a los llamados “enganchadores” a quienes obedecían por tiempo determinados en la conservación transitoria de trabajo. En su trajín cotidiano no descuidaron la conservación de la especie con mujeres del medio cuyas proles, a la fecha, perduran en sus rasgos físicos: ya con apellidos de los patrones o de los allegados por los vínculos de padrinazgos, servidumbres o favorecimiento.

Ellos pernoctaban en galpones o en rancherías misérrimas y malolientes. Trabajaban de sol a sol y obedecían las órdenes de los mayordomos de cofradías asesinas. Su tratamiento fue inhumano, pero en todas las haciendas se usaba el mismo rigor o castigo o sojuzgamiento. Cierta vez, a Hua Chong Fu, por olvidar recomendaciones del mayordomo lo privaron arrojándolo a una tina caliente de jabón permaneciendo más de dos meses sin trabajar por efecto de las quemaduras corporales. Por este castigo, el chino pasó las de Caín y juró que algún día cobraría venganza.

En otra ocasión, por sujeción excesiva, un chino huyó de la esclavatura. Después de algunos días lo encontraron en mal estado de salud, siendo luego colgado de los pies durante ocho horas. La gente antigua creía que colgando de los pies a los cimarrones se curaba el hábito de escapar. Por esta sentencia del patrón, el asiático esclavo estuvo a punto de perder la vida.

Refieren que Loo Su fue un macaco cabal y que no se ha llegado a comprender cómo este coolí pudo convivir en una mancha de baja repulsa. Trabajador, obediente y comprensible. Nunca dio motivos para ser recriminado. Tipo aceptable, de facciones físicas y musculatura envidiable. Gozaba de ascendencia entre los coolíes y se le consideraba con un relámpago de elementos vitales. Era oportuno y calculador sin hacer alarde de estas innatas condiciones. Un aciago día, uno de los tantos esclavos, removido por el “baile del zambito” y la fiebre, descansaba en unas hierbas secas del campo siendo avistado desde un caballo ensabanado por el mulato Facuto. Cuando este estuvo frente al enfermo, de dos surriazos lo hizo levantar para luego meterle el penco.

Loo Su que acertó estar por esos lugares y harto de mirar tantos abusos, sin mediar palabra alguna, de un espectacular salto cayó en el anca del ensabanado y atezó al cruel mulato trayéndolo al suelo donde después de incruenta lucha el chino dominó la contienda pretendiendo ahogar al flagelador mayordomo. Tres braceros esclavos que acudieron al teatro de los sucesos los separaron. El despiadado Facuto en forma exagerada acusó a Loo Su ante el patrón quien hizo llamar al coolí y le dijo: “Da gracias chino maldecido que hoy es su cumpleaños de mi finada madre y por esto, no te vuelo la cabeza de un tiro. Para que aprenda a respetar, échenle una cueriza”.

Loo Su fue amarrado de pies y manos con unas correas. De un fuerte golpe a las piernas lo tumbaron cerca de la pesebrera. Facuto iracundo y sediento por cobrar el castigo, tenía lista a su presa y le propinó: ¡fua!, ¡fua!, ¡fua! ¡fua!, ¡fua!, ¡fua! seis ronzalazos que chirriaban al caer en el cuerpo del chino rompiéndole las carnes y ocasionándoles quemantes hematomas. Loo Su jamás dijo un ¡ay! de dolor. Se mordía los labios y miraba al mulato Facuto con asco y desprecio cuando se retorcía; vale decir, con la altivez y valentía de un macaco cabal que heredó de sus ascendientes y dioses guerreros, la estirpe y la casta de los hombres corajudos.

Le sacaron las ataduras y luego nuevamente, el flagelador con sed demoniaca le restalló el ronzal ¡fua!, ¡fua!, ¡fua! que el esclavo, para sí, juraba con creces desatar venganza, ¡una venganza ejemplar! Semi muerto lo llevaron a su cuadra cuando Facuto, inmisericordioso y servil, espoleando al ensabanado arremetió contra dicho grupo. Al caer el chino sufrió fractura de fémur.

Sus acompañantes coolíes le curaron con remedios que ellos preparaban hasta que después de muchos días, Loo Su quedó en condiciones normales sin olvidar la dulce venganza que a poco a poco y en forma segura preparó para dar así, la llamada “Rebelión de los chinos esclavos en la hacienda Upaca” del distrito de Pativilca, provincia de Chancay, departamento de Lima.

PARTE III:

Este movimiento originó malestares sociales y políticos que muy poco repercutieron. Un oculto tejemaneje se alisaba por los consulados chinos. En otras haciendas donde existían chinos jornaleros o esclavos, un clamor despertó a la conciencia ciudadana que ahogaba las cicatrices del motín de Upaca.

Todas las vetas abiertas e incomprendidas, poco a poco se fueron cerrando para dar paso a otro sistema, que en el fondo era similar, vale decir de explotación del bracero nativo. Si se acuerda que al final los chinos habían echado el alma a la espalda y cuchillo en boca atemorizaban a los colaboradores de los malsanos y verdugos terratenientes, es justo también decir que estos avistaron la visa y esencia del derecho humano que debe gozar todo trabajador.

Por la gran extensión del territorio chino, así como por su milenaria antigüedad, se sabe que sus habitantes en una gran mayoría son y fueron agricultores y que conocieron bastante de cultivos y labores de campo, trayendo a América sus experiencias que dieron buenos resultados; ahorraban copiosas extensiones de terreno. El regadío lo hacían sin devolver el agua a la servidumbre, sino que la perdían entre los camellones, las cosechas las realizaban con la luna, etc. Sobre este particular en forma favorable han comentado ingenieros e historiadores acerca de Paramonga y Humaya, respectivamente. Como si fuera poco agregar, las familias o proles de los asiáticos han creado otra modalidad económica y de trabajo, ya que muchos descendientes de ellos han poseído y poseen envidiables fortunas.

Afirman algunos historiadores, sin compromiso de oficialismos, que a raíz de la guerra con Chile (1879), donde todavía en el Perú los chinos esclavos no conseguían su libertad por la mezquindad de los políticos que traficaban en la venta de esclavos, que los coolíes pactaron con el ejército invasor a cambio de su libertad, ofreciendo importantes informaciones de carácter bélico y social. Como, por ejemplo: el hecho de que una nave china, posiblemente espía, que cargaba pólvora y salitre desde Iquique avistó al “Huáscar” y reveló su ubicación camino a Angamos, o cuándo en Chorrillos el ejército peruano, por cierto muy reducido, iba a sorprender a los chilenos que se encontraban cansados, después del sonado incendio, pero beodos y llenos de gloria, los chinos les informaron del plan peruano y salvaron de una debacle al ejército chileno.

Por el tratado de Ancón (1883) se frenaron estos sueños que sin ser de opio estuvieron a punto de causar desaguisados diplomáticos. La provincia de Chancay fue donde se vendieron el mayor número de esclavos coolíes siguiendo en orden de mérito las provincias de Cañete, Lima, Santa, etc. Me olvidaba: Según el censo de 1876, aparece que hubo en el Perú 491,500 más 117 chinos que laboraban en suelo firme o islas. De ese total, el 26.9% correspondían al departamento de Lima. De esta suma el 48.7% de chinos se censaron en la provincia de Chancay.

Huacho, setiembre 19 de 1977.

Nota. La provincia de Chancay se refiere a las actuales provincias de Huaral, Huaura y Barranca. El término -coolíe- se pronuncia y también se escribe como: culí, culíes.

Bibliografía:

1. Lang Pachón, Alfredo. “Chinos en el Perú”, página 41-42.

2. Bernal y Cuellar, Ruperto. “Disertación en el colegio La Merced”, 1935.

3. Derpich, Willma. “Rebelión de los chinos”. Suplemento El Comercio 02/05/1935.

4. Ipince, Jesús Elías. “Cosas no escritas”. El Heraldo, 20/12/1935.

De Manuel Guillermo Carmona Bazalar

Alejandro Smith Bisso

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