Este martes 21 de diciembre el Vaticano presentó el Mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial de la Paz que se celebrará el 1 de enero de 2022, en el día de la Solemnidad de María Madre de Dios.
El título del mensaje, cuyo contenido presentamos íntegramente a
continuación, es Diálogo entre generaciones, educación y trabajo:
instrumentos para construir una paz duradera.
1. «¡QUÉ HERMOSOS SON SOBRE LAS MONTAÑAS LOS PASOS DEL MENSAJERO QUE
PROCLAMA LA PAZ!» (Is 52,7).
Las palabras del profeta Isaías expresan el consuelo, el suspiro de
alivio de un pueblo exiliado, agotado por la violencia y los abusos, expuesto a
la indignidad y la muerte. El profeta Baruc se preguntaba al respecto: «¿Por qué, Israel, estás en una tierra de enemigos y
envejeciste en un país extranjero? ¿Por qué te manchaste con cadáveres y te
cuentas entre los que bajan a la fosa?» (3,10-11). Para este pueblo, la
llegada del mensajero de la paz significaba
la esperanza de un renacimiento de los escombros de la historia, el comienzo de
un futuro prometedor.
Todavía hoy, el camino de la paz,
que san Pablo VI denominó con el nuevo nombre de desarrollo
integral, [1] permanece desafortunadamente alejado de la
vida real de muchos hombres y mujeres y, por tanto, de la familia humana, que
está totalmente interconectada.
A pesar de los numerosos esfuerzos encaminados a un diálogo constructivo
entre las naciones, el ruido ensordecedor de las guerras y los conflictos se
amplifica, mientras se propagan enfermedades de proporciones pandémicas, se
agravan los efectos del cambio climático y de la degradación del medioambiente,
empeora la tragedia del hambre y la sed, y sigue dominando un modelo económico
que se basa más en el individualismo que en el compartir solidario. Como en el
tiempo de los antiguos profetas, el clamor de
los pobres y de la tierra [2] sigue elevándose hoy,
implorando justicia y paz.
En cada época, la paz es tanto un don de lo alto como el fruto de un
compromiso compartido. Existe, en efecto, una “arquitectura”
de la paz, en la que intervienen las distintas instituciones de la
sociedad, y existe un “artesanado” de la paz
que nos involucra a cada uno de nosotros personalmente. [3]
Todos pueden colaborar en la construcción de un mundo más pacífico:
partiendo del propio corazón y de las relaciones en la familia, en la sociedad
y con el medioambiente, hasta las relaciones entre los pueblos y entre los
Estados.
Aquí me gustaría proponer tres caminos para construir una paz
duradera. En primer lugar, el diálogo entre las
generaciones, como base para la realización de proyectos
compartidos. En segundo lugar, la educación,
como factor de libertad, responsabilidad y desarrollo. Y, por último, el trabajo para una plena realización de la
dignidad humana. Estos tres elementos son esenciales para «la gestación de un pacto social», [4] sin
el cual todo proyecto de paz es insustancial.
2. DIÁLOGO ENTRE GENERACIONES PARA CONSTRUIR LA PAZ
En un mundo todavía atenazado por las garras de la pandemia, que ha
causado demasiados problemas, «algunos tratan de
huir de la realidad refugiándose en mundos privados, y otros la enfrentan con
violencia destructiva, pero entre la indiferencia egoísta y la protesta
violenta, siempre hay una opción posible: el diálogo. El diálogo entre las generaciones».
[5]
Todo diálogo sincero, aunque no esté exento de una dialéctica justa y
positiva, requiere siempre una confianza básica entre los interlocutores.
Debemos recuperar esta confianza mutua. La actual crisis sanitaria ha aumentado
en todos la sensación de soledad y el repliegue sobre uno mismo.
La soledad de los mayores va acompañada en los jóvenes de un sentimiento
de impotencia y de la falta de una idea común de futuro. Esta crisis es
ciertamente dolorosa. Pero también puede hacer emerger lo mejor de las
personas. De hecho, durante la pandemia hemos visto generosos ejemplos de
compasión, colaboración y solidaridad en todo el mundo.
Dialogar significa escucharse, confrontarse, ponerse de acuerdo y
caminar juntos. Fomentar todo esto entre las generaciones significa labrar la
dura y estéril tierra del conflicto y la exclusión para cultivar allí las
semillas de una paz duradera y compartida.
Aunque el desarrollo tecnológico y económico haya dividido a menudo a
las generaciones, las crisis contemporáneas revelan la urgencia de que se
alíen. Por un lado, los jóvenes necesitan la experiencia existencial,
sapiencial y espiritual de los mayores; por el otro, los mayores necesitan el
apoyo, el afecto, la creatividad y el dinamismo de los jóvenes.
Los grandes retos sociales y los procesos de construcción de la paz no
pueden prescindir del diálogo entre los depositarios de la memoria ―los
mayores― y los continuadores de la historia ―los jóvenes―; tampoco pueden
prescindir de la voluntad de cada uno de nosotros de dar cabida al otro, de no
pretender ocupar todo el escenario persiguiendo los propios intereses
inmediatos como si no hubiera pasado ni futuro.
La crisis global que vivimos nos muestra que el encuentro y el diálogo
entre generaciones es la fuerza propulsora de una política sana, que no se
contenta con administrar la situación existente «con
parches o soluciones rápidas», [6] sino que se ofrece como
forma eminente de amor al otro, [7]en la búsqueda de proyectos
compartidos y sostenibles.
Si sabemos practicar este diálogo intergeneracional en medio de las
dificultades, «podremos estar bien arraigados en el
presente, y desde aquí frecuentar el pasado y el futuro: frecuentar el pasado,
para aprender de la historia y para sanar las heridas que a veces nos
condicionan; frecuentar el futuro, para alimentar el entusiasmo, hacer germinar
sueños, suscitar profecías, hacer florecer esperanzas. De ese modo, unidos,
podremos aprender unos de otros». [8]Sin raíces, ¿cómo
podrían los árboles crecer y dar fruto?
Sólo hay que pensar en la cuestión del cuidado de nuestra casa común. De
hecho, el propio medioambiente «es un préstamo que
cada generación recibe y debe transmitir a la generación siguiente». [9]
Por ello, tenemos que apreciar y alentar a los numerosos jóvenes que se
esfuerzan por un mundo más justo y atento a la salvaguarda de la creación,
confiada a nuestro cuidado.
Lo hacen con preocupación y entusiasmo y, sobre todo, con sentido de
responsabilidad ante el urgente cambio de rumbo [10] que nos imponen
las dificultades derivadas de la crisis ética y socio-ambiental actual. [11]
Por otra parte, la oportunidad de construir juntos caminos hacia la paz
no puede prescindir de la educación y el trabajo, lugares y contextos
privilegiados para el diálogo intergeneracional.
Es la educación la que proporciona la gramática para el diálogo entre
las generaciones, y es en la experiencia del trabajo donde hombres y mujeres de
diferentes generaciones se encuentran ayudándose mutuamente, intercambiando
conocimientos, experiencias y habilidades para el bien común.
3. LA INSTRUCCIÓN Y LA EDUCACIÓN COMO MOTORES DE LA PAZ
El presupuesto para la instrucción y la educación, consideradas como un
gasto más que como una inversión, ha disminuido significativamente a nivel
mundial en los últimos años. Sin embargo, estas constituyen los principales
vectores de un desarrollo humano integral: hacen a la persona más libre y
responsable, y son indispensables para la defensa y la promoción de la paz.
En otras palabras, la instrucción y la educación son las bases de una
sociedad cohesionada, civil, capaz de generar esperanza, riqueza y progreso.
Los gastos militares, en cambio, han aumentado, superando el nivel
registrado al final de la “guerra fría”, y
parecen destinados a crecer de modo exorbitante. [12]
Por tanto, es oportuno y urgente que cuantos tienen responsabilidades de
gobierno elaboren políticas económicas que prevean un cambio en la relación
entre las inversiones públicas destinadas a la educación y los fondos
reservados a los armamentos.
Por otra parte, la búsqueda de un proceso real de desarme internacional
no puede sino causar grandes beneficios al desarrollo de pueblos y naciones,
liberando recursos financieros que se empleen de manera más apropiada para la
salud, la escuela, las infraestructuras y el cuidado del territorio, entre
otros.
Me gustaría que la inversión en la educación estuviera acompañada por un
compromiso más consistente orientado a promover la cultura del cuidado. [13]
Esta cultura, frente a las fracturas de la sociedad y a la inercia de
las instituciones, puede convertirse en el lenguaje común que rompa las
barreras y construya puentes. «Un país crece cuando
sus diversas riquezas culturales dialogan de manera constructiva: la cultura
popular, la universitaria, la juvenil, la artística, la tecnológica, la cultura
económica, la cultura de la familia y de los medios de comunicación». [14]
Por consiguiente, es necesario forjar un nuevo paradigma cultural a
través de «un pacto educativo global para y con las generaciones más jóvenes,
que involucre en la formación de personas maduras a las familias, comunidades,
escuelas y universidades, instituciones, religiones, gobernantes, a toda la
humanidad». [15]
Un pacto que promueva la educación a la ecología integral según un
modelo cultural de paz, de desarrollo y de sostenibilidad, centrado en la
fraternidad y en la alianza entre el ser humano y su entorno. [16]
Invertir en la instrucción y en la educación de las jóvenes generaciones
es el camino principal que las conduce, por medio de una preparación específica,
a ocupar de manera provechosa un lugar adecuado en el mundo del trabajo. [17]
4. PROMOVER
Y ASEGURAR EL TRABAJO CONSTRUYE LA PAZ
El trabajo es un factor indispensable para construir y mantener la paz;
es expresión de uno mismo y de los propios dones, pero también es compromiso,
esfuerzo, colaboración con otros, porque se trabaja siempre con o por alguien.
En esta perspectiva marcadamente social, el trabajo es el lugar donde
aprendemos a ofrecer nuestra contribución por un mundo más habitable y hermoso.
La situación del mundo del trabajo, que ya estaba afrontando múltiples
desafíos, se ha visto agravada por la pandemia de Covid-19. Millones de
actividades económicas y productivas han quebrado; los trabajadores precarios
son cada vez más vulnerables; muchos de aquellos que desarrollan servicios
esenciales permanecen aún más ocultos a la conciencia pública y política; la
instrucción a distancia ha provocado en muchos casos una regresión en el
aprendizaje y en los programas educativos.
Asimismo, los jóvenes que se asoman al mercado profesional y los adultos
que han caído en la desocupación afrontan actualmente perspectivas dramáticas.
El impacto de la crisis sobre la economía informal, que a menudo afecta
a los trabajadores migrantes, ha sido particularmente devastador. A muchos de
ellos las leyes nacionales no los reconocen, es como si no existieran. Tanto
ellos como sus familias viven en condiciones muy precarias, expuestos a
diversas formas de esclavitud y privados de un sistema de asistencia social que
los proteja.
A eso se agrega que actualmente sólo un tercio de la población mundial
en edad laboral goza de un sistema de seguridad social, o puede beneficiarse de
él sólo de manera restringida.
La violencia y la criminalidad organizada aumentan en muchos países,
sofocando la libertad y la dignidad de las personas, envenenando la economía e
impidiendo que se fomente el bien común. La respuesta a esta situación sólo
puede venir a través de una mayor oferta de las oportunidades de trabajo digno.
El trabajo, en efecto, es la base sobre la cual se construyen en toda
comunidad la justicia y la solidaridad. Por eso, «no
debe buscarse que el progreso tecnológico reemplace cada vez más el trabajo
humano, con lo cual la humanidad se dañaría a sí misma.
El trabajo es una necesidad, parte del sentido de
la vida en esta tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de
realización personal». [18]Tenemos que unir
las ideas y los esfuerzos para crear las condiciones e inventar soluciones,
para que todo ser humano en edad de trabajar tenga la oportunidad de contribuir
con su propio trabajo a la vida de la familia y de la sociedad.
Es más urgente que nunca que se promuevan en todo el mundo condiciones
laborales decentes y dignas, orientadas al bien común y al cuidado de la creación.
Es necesario asegurar y sostener la libertad de las iniciativas empresariales
y, al mismo tiempo, impulsar una responsabilidad social renovada, para que el
beneficio no sea el único principio rector.
En esta perspectiva hay que estimular, acoger y sostener las iniciativas
que instan a las empresas al respeto de los derechos humanos fundamentales de
las trabajadoras y los trabajadores, sensibilizando en ese sentido no sólo a
las instituciones, sino también a los consumidores, a la sociedad civil y a las
realidades empresariales.
Estas últimas, cuanto más conscientes son de su función social, más se
convierten en lugares en los que se ejercita la dignidad humana, participando
así a su vez en la construcción de la paz. En este aspecto la política está llamada
a desempeñar un rol activo, promoviendo un justo equilibrio entre la libertad
económica y la justicia social.
Y todos aquellos que actúan en este campo, comenzando por los
trabajadores y los empresarios católicos, pueden encontrar orientaciones seguras
en la doctrina social de la Iglesia.
Queridos hermanos y hermanas: Mientras
intentamos unir los esfuerzos para salir de la pandemia, quisiera renovar mi
agradecimiento a cuantos se han comprometido y continúan dedicándose con
generosidad y responsabilidad a garantizar la instrucción, la seguridad y la
tutela de los derechos, para ofrecer la atención médica, para facilitar el
encuentro entre familiares y enfermos, para brindar ayuda económica a las
personas indigentes o que han perdido el trabajo. Aseguro mi recuerdo en la
oración por todas las víctimas y sus familias.
A los gobernantes y a cuantos tienen
responsabilidades políticas y sociales, a los pastores y a los animadores de
las comunidades eclesiales, como también a todos los hombres y mujeres de buena
voluntad, hago un llamamiento para que sigamos avanzando juntos con valentía y
creatividad por estos tres caminos: el diálogo entre las generaciones, la
educación y el trabajo.
Que sean cada vez más numerosos quienes, sin hacer
ruido, con humildad y perseverancia, se conviertan cada día en artesanos de
paz. Y que siempre los preceda y acompañe la bendición del Dios de la paz.
Vaticano, 8 de diciembre de 2021
FRANCISCO
____________________
[1]Cf. Carta enc. Populorum progressio(26 marzo
1967), 76ss.
[2]Cf. Carta enc .Laudato si’(24 mayo 2015), 49.
[3]Cf. Carta enc. Fratelli tutti(3 octubre
2020), 231.
[4]Ibíd., 218.
[5]Ibíd., 199.
[6]Ibíd., 179.
[7]Cf.ibíd., 180.
[8]Exhort. ap.
postsin. Christus vivit(25 marzo 2019), 199.
[9]Carta enc. Laudato si’(24 mayo 2015), 159.
[10]Cf.ibíd., 163; 202.
[11]Cf.ibíd., 139.
[12]Cf. Mensaje a los participantes en el 4º Foro de
París sobre la paz, 11-13 noviembre 2021.
[13]Cf. Carta enc. Laudato si’(24 mayo 2015),
231;Mensaje para la LIV Jornada Mundial de la Paz. La cultura del cuidado
como camino de paz (8 diciembre 2020).
[14]Carta enc.Fratelli tutti (3 octubre 2020),
199.
[15]Videomensaje con ocasión del
Encuentro “Global Compact on
Education. Together to Look Beyond”(15 octubre 2020).
[16]Cf. Videomensaje con ocasión de la Cumbre
virtual de alto nivel sobre retos climáticos(12 diciembre 2020).
[17]Cf.S. Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens
(14 septiembre 1981), 18.
[18] Carta enc. Laudato si’(24 mayo 2015),
128.
Redacción
ACI Prensa
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