El Papa Francisco continuó en la Audiencia General de este miércoles 15 de diciembre con su serie de catequesis sobre San José y reflexionó en la importancia de cultivar el silencio para dejar espacio a la Presencia de Jesús, “Palabra hecha carne”.
“Aprendamos de San José a cultivar espacios de
silencio, en el que pueda emerger otra Palabra, es decir, Jesús, la Palabra: la
del Espíritu Santo que habita en nosotros. No es fácil reconocer esta Voz,
que muy a menudo se confunde junto a los miles de voces de preocupaciones,
tentaciones, deseos, esperanzas que habitan en nosotros; pero sin este
entrenamiento que viene precisamente de la práctica del silencio, puede
enfermarse también nuestro hablar. Sin la práctica del silencio se enferma
nuestro hablar”, advirtió el Santo Padre.
A continuación, la
catequesis pronunciada por el Papa Francisco.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Seguimos nuestro camino de reflexión sobre San José. Después de haber
ilustrado el ambiente en el que vivió, su papel en la historia de la
salvación y su ser justo y esposo de María, hoy quisiera considerar otro
aspecto importante de su figura: el silencio.
Y muchas veces se necesita el silencio.
El silencio es importante, a mí me impacta un pasaje del libro de la Sabiduría que ha sido leído
pensando en la Navidad: cuando la noche está en el
más profundo silencio, allí tu Palabra descendió a la tierra. En
el momento de más silencio, Dios se manifestó. Es importante pensar en el silencio en
esta época en la que, parece que, no tiene valor.
Los Evangelios no relatan ninguna palabra de José de Nazaret. Nada.
Nunca ha hablado. Eso no significa que él fuera taciturno, no, hay un motivo
más profundo. Con su silencio, José confirma lo que escribe San Agustín: «Cuando el Verbo de Dios crece, es decir el hombre hecho
hombre, las palabras del hombre disminuyen» 1. En la medida en
que Jesús crece, la vida espiritual crece, las palabras disminuyen.
Esto que podemos llamar ‘el hablar como loros’,
disminuye un poco.
El mismo Juan Bautista, que es «voz que
clama en el desierto: preparen del camino del Señor”» (Mt 3,1), dice
sobre el Verbo: «Es preciso que Él crezca y que yo
disminuya» (Jn 3,30). Esto significa que Él debe hablar y yo estar
callado. José con su silencio nos invita a dejar espacio a
la Presencia de la Palabra hecha carne, a Jesús.
El silencio de José no es mutismo, no es taciturno; es un silencio
lleno de escucha, un silencio trabajador, un silencio que hace emerger su gran
interioridad. «Una palabra habló el Padre, que fue
su Hijo – comenta San Juan de la Cruz – una palabra habló el Padre, que fue su
Hijo y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída
del alma». 2
Jesús creció en esta “escuela”, en la casa de
Nazaret, con el ejemplo cotidiano de María y José. Y no sorprende el hecho de que
Él mismo busque espacios de silencio en sus jornadas (cfr Mt 14,23) e
invitará a sus discípulos a hacer tal experiencia: «Venid
también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco» (Mc
6,31).
Qué bonito sería si cada uno de nosotros, en el ejemplo de San José,
lograra recuperar esta dimensión contemplativa de la vida
abierta de par en par precisamente por el silencio. Pero todos nosotros sabemos por experiencia que
no es fácil: el silencio nos asusta un poco,
porque nos pide entrar dentro de nosotros mismos y encontrar la parte más
verdadera de nosotros. Y muchas personas tienen miedo del silencio,
deben hablar, hablar o escuchar radio, televisión, pero no pueden aceptar el
silencio, tienen miedo.
El filósofo Pascal observaba que «toda la
desgracia de los hombres viene de una sola cosa: el no saber quedarse
tranquilos en una habitación». 3
Queridos hermanos y hermanas, aprendamos de San José a
cultivar espacios de silencio, en el
que pueda emerger otra Palabra, es decir, Jesús, la Palabra: la del Espíritu Santo que habita en nosotros. No
es fácil reconocer esta Voz, que muy a menudo se confunde junto a los miles de
voces de preocupaciones, tentaciones, deseos, esperanzas que habitan en
nosotros; pero sin este entrenamiento que viene precisamente de la práctica
del silencio, puede enfermarse también nuestro hablar. Sin la práctica
del silencio se enferma nuestro hablar.
Esto, en lugar de hacer que brille la verdad, se puede convertir en un
arma peligrosa, el hablar. De hecho, nuestras palabras se pueden convertir en adulación, vanagloria, mentira, maledicencia, calumnia.
Es un dato de experiencia que, como nos recuerda el Libro del Eclesiástico, «muchos han caído a filo de espada, mas no tantos como
los caídos por la lengua» (28,18). Jesús lo dijo claramente: quien habla mal del hermano y de la hermana, quien calumnia al prójimo,
es homicida (cfr Mt 5,21-22),
asesina con la lengua. Nosotros no creemos en esto, pero es la verdad, pensemos
un poco las veces que nosotros hemos asesinado con la lengua, nos
avergonzaremos, pero nos hará mucho bien, mucho bien.
La sabiduría bíblica afirma que «muerte y
vida estarán en poder de la lengua, el que la ama comerá su fruto» (Pr
18,21). Y el apóstol Santiago, en su Carta, desarrolla este antiguo tema del poder, positivo y negativo, de la palabra con ejemplos deslumbrantes: «Si alguno no cae hablando, es un hombre perfecto, capaz
de poner freno a todo su cuerpo. [...] también la lengua es un miembro
pequeño y puede gloriarse de grandes cosas. [...] Con ella bendecimos al
Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, hecho a imagen de Dios; de
una misma boca proceden la bendición y la maldición» (3,2-10).
Este es el motivo por el cual debemos
aprender de José a cultivar el silencio: ese espacio de
interioridad en nuestras jornadas en las que damos la posibilidad al Espíritu
de regenerarnos, de consolarnos, de corregirnos. No digo el caer en un
mutismo, no, silencio. Muchas veces, cada uno de nosotros mire en el interior,
muchas veces estamos haciendo un trabajo y cuando terminamos inmediatamente a
buscar el celular para hacer algo más, siempre estamos así… y esto no ayuda,
esto nos hace deslizar en la superficialidad.
La profundidad del corazón crece con el silencio. Silencio que no es mutismo como
he dicho, pero que da espacio a la sabiduría, a la reflexión y al Espíritu
Santo. No tengamos miedo a los momentos de silencio, no tengamos miedo, nos
hará mucho bien.
Y el beneficio del corazón que tendremos sanará también nuestra
lengua, nuestras palabras y sobre todo nuestras elecciones. De hecho, José ha
unido la acción al silencio. Él no ha hablado, pero ha hecho, y nos ha
mostrado así lo que un día Jesús dijo a sus discípulos: «No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el
Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial» (Mt
7,21). Silencio. Palabras fecundas cuando hablemos. Nosotros
tenemos recuerdo de esa canción ‘palabras,
palabras, palabras’, y nada de sustancial. Silencio, hablar lo justo,
morderse un poco la lengua, que hace bien algunas veces en lugar de decir
estupideces.
Concluimos con una
oración:
San José, hombre de silencio, tú que en el Evangelio no has
pronunciado ninguna palabra, enséñanos a ayunar de las palabras vanas, a
redescubrir el valor de las palabras que edifican, animan, consuelan,
sostienen. Hazte cercano a aquellos que sufren a causa de las palabras que
hieren, como las calumnias y las maledicencias, y ayúdanos a unir siempre los
hechos a las palabras. Amén.
---
1 Sermón 288, 5: PL 38, 1307.
2 Dichos de luz y amor, BAC, Madrid, 417, n. 99.
3 Pensamientos, 139.
POR MERCEDES DE
LA TORRE | ACI Prensa
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