1420. –¿CUÁLES SERÁN LAS CARACTERÍSTICAS DE LOS CUERPOS RESUCITADOS?
–Después del capítulo de la Suma
contra los gentiles dedicado a la incorruptibilidad de los cuerpos
resucitados, que hará que el hombre sea inmortal, en el siguiente, se ocupa de
las condiciones de tales cuerpos. Comienza por recordar que cada uno de los
resucitados tendrá su cuerpo íntegro, en todas sus partes, porque «por el mérito de Cristo se quitará en la resurrección lo
defectuoso de la naturaleza que es común a todos» [1].
El cuerpo humano resucitará íntegro en todas sus partes. Además, quedarán
restaurados todos los fallos de la naturaleza, y sin enfermedad, ni sus
secuelas, ni ningún deterioro, que haya tenido.
De manera que, como explica
Santo Tomás, en otra obra: «los cuerpos resucitados
estarán exentos de todos los defectos naturales. Todos estos defectos naturales
son contrarios a la integridad de la naturaleza, y, si es conveniente que en la
resurrección de la naturaleza humana sea íntegramente restaurada por Dios, resulta,
como consecuencia, que deben desaparecer todos los defectos» [2].
Se explica, porque como
escribe seguidamente Santo Tomás: «estos defectos
provienen del defecto del poder natural, que había sido el principio de la
generación humana; pero en la resurrección no habrá otro poder activo que el
poder divino, el cual no está sujeto a defecto alguno; como consecuencia, los
defectos que existen en los hombres nacidos por la generación, no se
encontrarán en aquellos que hayan sido restaurados por la resurrección» [3].
De ahí se sigue que: «aun cuando en esta vida haya habido algunos que han
estado privados de ciertos miembros o no alcanzaron la cantidad perfecta,
conseguirán en la resurrección la perfección conveniente de los miembros y de
la cantidad, cualquiera que sea la cantidad que tenían cuando fallecieron» [4].
En su exposición de este
capítulo de la Suma contra los gentiles,
Santo Tomás, al indicar la condición de integridad que adquirirán los cuerpos
de los resucitados «tanto buenos como malos», precisa seguidamente que: «entre buenos y malos, permanecerá una diferencia fundada
en lo que pertenece personalmente a cada cual».
Queda probado, porque, como se
ha dicho, por una parte: «al concepto de naturaleza
pertenece que el alma humana sea forma del cuerpo, a quien vivifique y conserve
en el ser». El cuerpo puede conservar este ser por el alma, porque es el
propio de ella. Lo aporta la misma alma, porque por tener un ser propio, como
ya se ha demostrado al tratar el tema del hombre, es una substancia espiritual,
intelectiva y volitiva, aunque necesite compartir su ser con el cuerpo, al que
informa, y así le proporciona la vida animal y vegetal y la corporeidad.
Esta alma espiritual unida al
cuerpo substancialmente o por su ser: «merece por
sus actos personales ser elevada a la gloria de la visión de Dios o ser
excluida de la ordenación a tal gloria por su culpa».
Si se tiene en cuenta la
especial unión del alma espiritual del hombre con su cuerpo, y que su alma es
un espíritu y, por ello, tiene un ser propio, que la hace inmortal, puede
decirse que: «todo cuerpo se dispondrá comúnmente conforme a la conveniencia
del alma». De manera que: «la forma incorruptible
dé al cuerpo el ser incorruptible, no obstante, la composición de contrarios» elementos,
que, por ello, tienden a disgregarse y corromperse aislados. Serán
incorruptibles: «por razón de que la materia del
cuerpo humano estará sujeta totalmente al alma humana en esto por el poder
divino».
También, y como consecuencia
que: «por la claridad del alma elevada a la visión
de Dios, el cuerpo unido a ella alcanzará algo más. Pues estará totalmente
sujeto a ella, por efecto del poder divino, no sólo en cuanto al ser, sino
también en cuanto a las acciones y pasiones, movimientos y cualidades corpóreas» [5].
El alma espiritual dominará totalmente al cuerpo.
1421, –¿LAS CUALIDADES DE TODOS LOS CUERPOS
RESUCITADOS SON SÓLO LA INCORRUPTIBILIDAD Y LA SUJECIÓN COMPLETA AL ALMA?
–En la Exposición del Símbolo de los Apóstoles, Santo
Tomas presenta al mismo tiempo las cualidades de todos los cuerpos resucitados
que ya se han tratado en los anteriores capítulos de la Suma contra los gentiles. Indica que: «de las condiciones en que resucitarán todos los cuerpos
en general, se pueden considerar cuatro aspectos».
El primer aspecto es «la
identidad del cuerpo resucitado. El mismo cuerpo que ahora existe, tanto en su
carne como en sus huesos, será el que resucitará, por más que algunos hayan
afirmado que no resucitará este cuerpo que ahora se corrompe. Esto sería
contrario a la enseñanza de San Pablo: «es
necesario que lo corruptible se revista de incorruptibilidad» (1 Cor 15,
53). Y la Sagrada Escritura atestigua que el cuerpo que por el poder de Dios
volverá a la vida, será el mismo. Se lee en el libro de Job: «de nuevo he de ser revestido de mi piel y en mi carne
veré a Dios» (Jb 19, 20).
El segundo es la: «calidad del cuerpo resucitado. Los cuerpos resucitados
serán de distinta calidad que ahora: tanto los de los bienaventurados como los
de los réprobos serán incorruptibles, puesto que los buenos permanecerán para
siempre en la gloria, y los malos para siempre en el tormento. Como ya se ha
citado, San Pablo decía «es necesario que lo corruptible se revista de
incorruptibilidad, y lo mortal se revista de inmortalidad» (1 Cor 15,
53)».
Dado que: «los cuerpos serán incorruptibles e inmortales, no habrá
empleo de alimentos ni del sexo. Decía Jesús que: «en la resurrección, ni se
casarán, ni serán dados en casamiento, sino que serán así como ángeles de Dios
en el cielo» (Mt 22, 30). Esto, contra la opinión de judíos y
sarracenos. Se lee también en la Escritura: «ni
volverá ya a su casa, ni le conocerá más el lugar donde estaba» (Jb 7,
10)».
El tercero es la cualidad de: «la integridad. Todos, buenos y malos, resucitarán con
toda la integridad que corresponde a la perfección del hombre: no habrá ciego,
ni cojo, ni defecto alguno. Afirma San Pablo que: «los muertos resucitarán
incorruptibles» (1 Cor 15, 52), es decir,
exentos de la corrupciones de la vida presente».
El cuarto es, por último: «la edad. Todos resucitarán en la edad perfecta, a saber,
de treinta y dos o treinta y tres años. La razón de ello es que los que aún no
llegaron a ese tiempo, no tienen la edad perfecta, y los viejos ya la han
perdido, por consiguiente, a los niños y jóvenes se les otorgará lo que les
falta, y a los ancianos les será devuelto. Sostiene San Pablo: «Hasta que todos
lleguemos (…) al hombre perfecto, según la medida de la edad de madurez de
Cristo» (Ef 4, 13)» [6].
1422. –EN ESTE MISMO LUGAR SE LEE SEGUIDAMENTE: «PARA
LOS BUENOS SERÁ MOTIVO ESPECIAL DE GLORIA EL HECHO DE TENER SUS CUERPOS
GLORIOSOS, ADORNADO DE CUATRO CUALIDADES» [7].
¿CUALES SON ESTAS CUALIDADES DE LOS CUERPOS BIENAVENTURADOS?
–Santo Tomás sigue la
tradición, que siempre se ha afirmado que las cualidades de los cuerpos resucitados
de los justos son la impasibilidad, la agilidad, la claridad y sutileza. La
razón es porque se encuentran nombradas en este pasaje de San Pablo: «Hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres, pero
diferente es la gloria de los celestes y diferente la de los terrestres. Una es
la claridad del sol, otra la claridad de la luna, otra la claridad de las
estrellas. Hay aún diferencia de estrella a estrella en la claridad. Así
también en la resurrección de los muertos se siembra en corrupción, resucitará
en incorrupción; lo que es sembrado en vileza, resucitará en gloria: lo que es
sembrado en debilidad, resucitará en poder; lo que es sembrado cuerpo animal,
resucitará en cuerpo espiritual» [8].
Las palabras «incorrupción», «gloria», «poder» y «espiritual» se
han interpretado como estas cuatro cualidades respectivamente: impasibilidad, claridad, agilidad y sutileza. Quedaba
confirmado porque estas cualidades se mostraron en el cuerpo resucitado de
Cristo. Era impasible, porque ya resucitado era inmune al dolor, ni podía ya
morir. Su cuerpo poseía claridad, porque resplandecía como en el monte Tabor, y
así deslumbró al resucitar a los guardias del sepulcro. Era ágil, como prueba
que podía trasladarse rápidamente a lugares lejanos. Al presentarse a los apóstoles
con las puertas cerradas, revelaba que su cuerpo poseía la sutileza.
Además, el cuerpo resucitado
de Cristo será el modelo del nuestro cuerpo glorioso, tal como afirma San
Pablo: «Jesucristo reformará nuestro cuerpo
miserable para hacerlo conforme a su cuerpo glorioso» [9].
Por consiguiente, puede afirmarse que los cuerpos resucitados gloriosos
poseerán estas cuatro cualidades.
Por otra parte, son muchos los
textos de la Escritura que apoyan esta interpretación. Santo Tomás cita algunos
de ellos al enumerar las cualidades de los cuerpos resucitados, en su
comentario a «la resurrección de la carne» del
Credo.
Sobre estas cualidades explica
que: «la primera es la claridad: «los justos
resplandecerán como el sol en el reino de su Padre (Mt 13, 43). La segunda es
la impasibilidad: «lo que es sembrado en vileza, resucitará en gloria» (1
Cor 15, 43); «Dios limpiará toda lágrima de sus
ojos; ya no habrá más muerte; no habrá más llanto, ni clamor, ni dolor, porque
las cosas antiguas pasaron» (Ap 21, 4). La tercera es la agilidad: «Resplandecerán los justos y discurrirán como centellas
en el cañaveral» (Sab 3, 7). La cuarta es la sutileza: «lo que es sembrado cuerpo animal, resucitará en cuerpo
espiritual» (1 Cor 15, 44); lo que no quiere
decir que sea por completo espíritu, sino que estará totalmente sometido a
éste» [10].
1423. –¿POR QUÉ EL CUERPO RESUCITADO DEL JUSTO
TENDRÁ LA CUALIDAD DE LA CLARIDAD
–Explica Santo Tomás, en este
capítulo de la Suma contra los gentiles,
que: «así como al disfrutar el alma de la visión
divina se llenará de cierta claridad espiritual, así también, por cierta
redundancia del alma en el cuerpo, se revestirá éste a su manera de la claridad
de la gloria. Por eso dice San Pablo: «Se siembra el cuerpo en vileza y
resucitará en gloria» (1 Cor 15, 43), porque
nuestro cuerpo que ahora es opaco, entonces será claro, según lo que dice San
Mateo: «los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre» (Mt 13,
43)» [11].
Sobre la causa de la claridad
del cuerpo por la redundancia de la gloria del alma en el mismo, se encuentra
una mayor explanación en el siguiente texto de la Suma
teológica: «Hay que afirmar que los
cuerpos de los santos serán claros después de la resurrección por la autoridad
de la Escritura. La causa de esta claridad la atribuyen algunos a la quintaesencia
que enseñoreaba el cuerpo humano». Se debería a un nuevo elemento, además de
los cuatro elementos básicos –tierra, agua, aire y fuego-, el quinto, que se
consideraba superior y más sutil, y que se creía que constituía el universo.
Advierte Santo Tomás
seguidamente: «esto es absurdo, como repetidas veces han dicho algunos, por eso
es mejor decir que esa claridad será causa por la redundancia de la gloria del
alma en el cuerpo. Y, pues. Lo que se recibe, no se recibe al modo del que lo
infunde, sino al modo del recipiente, así la claridad que está en el alma como
espiritual, se recibe en el cuerpo como corporal»,
La claridad del cuerpo se
explica por la de su alma, que se manifiesta en él porque le traspasa. «De aquí que el alma que tenga mayor claridad conforme a
mayor mérito, mayor diferencia de claridad tendrá en el cuerpo, como se ve por
San Pablo (1 Cor 15, 41-42). Y así, se
echará de ver, por el cuerpo glorioso, la gloria del alma, como en el cristal
se ve el color del cuerpo, contenido en el vaso, como dice San Gregorio de las
palabras de Job: «No se le igualará el oro ni el cristal» (Jb 28, 17)» [12].
San Gregorio, explica Santo
Tomás: «compara los cuerpos gloriosos al oro y al
cristal; al oro, por la claridad, y al cristal por ser translúcido» y «la
densidad del cuerpo glorioso no les quita transparencia, como la del cristal al
cristal» [13].
El cuerpo, por tanto, dejará
pasar la luz del alma, pero no será totalmente transparente, porque: «la gloria del cuerpo no le privará de su naturaleza,
sino se la perfeccionará. De aquí que el color que exige el cuerpo por la
naturaleza de sus partes permanecerá en él con la añadidura de la claridad de
la gloria del alma, lo mismo que vemos que los cuerpos con color suyo relumbran
al reverbero del sol, o por otra causa extrínseca o intrínseca» [14].
Precisa Santo Tomás que: «Así como la claridad de la gloria revierte del alma en
el cuerpo en su medida y está allí de otra manera que en el alma, así también,
en su medida, redundará en cada parte del cuerpo. Por donde no hay
inconveniente que las diferentes partes tengan diversa claridad según están de
suyo con distinta disposición para la claridad» [15].
1424. –¿LA CLARIDAD DE LOS CUERPOS GLORIOSO PUEDE SER
VISTA POR LOS OJOS DE LOS NO GLORIFICADOS?
–Santo Tomás responde
afirmativamente, porque en la transfiguración de Cristo en el monte Tabor «su rostro resplandeció» [16],
manifestó su claridad. «Por tanto, dicha claridad
fue vista por ojos no glorificados de los discípulos». Por consiguiente: «la
claridad del cuerpo glorificado será visible a los ojos no glorificados» [17].
Todavía Santo Tomás da otra
prueba basada en un pasaje del Libro de la
Sabiduría [18], sobre los condenados que verán la
glorificación de los que se han salvado. Comenta que: «Los impíos, viendo la
gloria de los justos, recibirán tormento en el juicio, como es claro por que se
dice en Sab 5, 1-2». Por consiguiente: «no
considerarían bien la gloria de los justos si no vieran la claridad de sus
cuerpos» [19].
Objetaron algunos que: «la claridad del cuerpo glorioso no puede ser vista por
ojos no gloriosos a no ser acaso por un milagro». Replica Santo Tomás que:
«esto no puede afirmarse de no ser que esa claridad se diga en sentido
equívoco»; es decir, que esa luz no sea como la natural, sino de otro
tipo, y, por tanto, desconocida por el hombre, porque sólo está capacitado para
el tipo de luz natural.
La razón de tal capacidad es
la relación mutua que hay entre la facultad y su objeto. De manera que: «la luz, de suyo, está destinada a impresionar la vista,
y ésta, de por sí, a recibir la luz, lo mismo que la verdad dice relación al
entendimiento, y el bien a la voluntad». Como consecuencia: «si hubiese vista que no pudiese percibir de algún modo
la luz, ésta o la vista se dirían equívocamente». No habría propiamente
visión, ni la luz natural sería visible,
Lo mismo se puede aplicar a la
luz que emite el cuerpo glorioso, porque: «al decir
que los cuerpos gloriosos serán lúcidos, no recibiríamos de ello información,
como el que dice que hay un can (la constelación) en el cielo, no le informa de
otra cosa, a aquel que no lo sabe, que del animal que es can». Si se
afirma la claridad de los cuerpos gloriosos no es porque sea percibida por la
facultad humana de la vista por un milagro, y, por tanto, se dice en sentido
equívoco, sino es vista de modo natural. «Por ello,
hay que decir que la claridad del cuerpo glorioso puede verse naturalmente por
ojos no gloriosos» [20].
1425. –PODRÍA AÚN OBJETARSE QUE «ES MENESTER QUE HAYA
PROPORCIÓN ENTRE LO VISIBLE Y LA VISTA», COMO YA SE HA DICHO, «ES ASÍ QUE EL
OJO NO GLORIFICADO NO GUARDA PROPORCIÓN CON LA CLARIDAD DE LA GLORIA QUE VE,
PUES ES DE OTRO GÉNERO QUE LA CLARIDAD DE LA NATURALEZA». POR CONSIGUIENTE: «LA
CLARIDAD DEL CUERPO GLORIOSO NO SERÁ VISTA POR OJOS NO GLORIOSOS» [21].
¿QUÉ RESPONDE EL AQUINATE?
–La respuesta de Santo Tomás
es que: «la claridad de la gloria será de otro
género que la claridad natural en cuanto a su causa, más no en cuanto a la
especie». La claridad que tendrá el alma no será natural, sino de la
gloria del alma producida por la visión o contemplación de Dios. No es, por
tanto, del mismo género que la luz natural. La luz de la gloria y la luz
natural pertenecen a dos géneros distintos porque sus causas son una
sobrenatural y otra natural.
Sin embargo, como la luz
gloriosa del alma redunda o rebosa en el cuerpo, éste es lúcido o luminoso,
pero la luz que desprende ya no es de la misma naturaleza de la del alma, sino
de la propia que desprenden los cuerpos naturales. Por ello, la claridad
gloriosa del cuerpo natural es de la misma especie que las otras claridades
naturales, Puede, por tanto decirse que: «así como
la claridad, por razón de su especie, está proporcionada a la vista, del mismo
modo la claridad gloriosa» [22],
que manifiesta a través del cuerpo y al modo del mismo.
A ello se podría objetar que
la claridad del cuerpo resucitado no puede ser visible por los hombres en esta
vida, porque los discípulos de Emaús, por ejemplo: «que
vieron el cuerpo del Señor después de la resurrección, no la vieron» [23].
La dificultad queda resuelta,
si se tiene en cuenta que: «la claridad del cuerpo
glorioso proviene del mérito de la voluntad, y por eso está bajo su control, de
suerte que a su arbitrio sea o no sea vista; y en poder del cuerpo glorioso
estará mostrar u ocultar su claridad» [24].
La luz gloriosa que rebosa el alma y que recibe el cuerpo, y solo poseen los
bienaventurados, porque por su voluntad, que ha secundado la gracia de Dios,
han recibido el premio de sus obras, puede ser controlada libremente por esta
facultad.
1426. –SI LA VOLUNTAD DEL BIENAVENTURADO PUEDE HACER
QUE LA CLARIDAD DE SU CUERPO GLORIOSO NO SEA VISIBLE A OJOS NO GLORIOSOS, ¿PODRÁ
HACER LO MISMO A OTROS GLORIOSOS?
–La respuesta de Santo Tomás
es que la claridad del cuerpo glorioso no es necesariamente visible por ningún
otro cuerpo glorioso o no glorioso, Se explica porque: «lo visible se ve en
cuanto que impresiona la vista», pero si no impresiona al ojo del que lo mira
no repercute en su cualidad de visible ni en cualquier otra. De manera que: «por el hecho de que algo influya o no en otra cosa
extrínseca, no sufre alteración en sí mismo».
Por consiguiente: «sin alteración de propiedad alguna de las que perfeccionan
al cuerpo glorificado, puede suceder que sea visto o no». Así se explica que:
«en mano del alma glorificada estará que su cuerpo sea visto o no, lo mismo que
cualquier otro acto corporal» y más concretamente por su voluntad, como
se ha dicho. «De otra manera, el cuerpo glorioso no
sería instrumento sumamente manejable por el principal agente» [25],
que es su alma.
En definitiva, en el
resucitado: «habrá suma sujeción del cuerpo al
alma. Por consiguiente podrá verse o no según la voluntad del alma» [26].
Conclusión que queda confirmada porque en el resucitado, como se ha dicho: «su cuerpo será glorificado en conformidad con el de
Cristo después de la resurrección». Además: «el
cuerpo de Cristo después de la resurrección no era visto por necesidad; por el
contrario, desapareció de los ojos de los discípulos en Emaús, como se dice en
San Lucas (Lc 24, 31). Por consiguiente: «tampoco el cuerpo glorioso será visto
por necesidad» [27];
de manera que: «su claridad estará controlada por
el cuerpo glorioso y así la podrá mostrar u ocultar» [28].
1427. –SE PRESENTA TAMBIÉN OTRA DIFICULTAD PORQUE, POR
UNA PARTE: «LA CLARIDAD DEL CUERPO GLORIOSO SERÁ MAYOR QUE ES AHORA LA CLARIDAD
DEL SOL», TAL COMO SE DICE EN LA ESCRITURA (IS 30, 26)»; POR OTRA: «EL OJO NO
GLORIOSO NO PUEDE MIRAR LA REDONDEZ DEL SOL POR LA GRANDEZA DE LA CLARIDAD»[29].
¿CÓMO SERÁ POSIBLE ENTONCES QUE PUEDA VERSE UN CUERPO GLORIOSO MÁS LUMINOSO
QUE EL SOL?
–Santo Tomás obtiene la
respuesta de la consideración del sumo dominio del alma sobre el cuerpo en los
resucitados. De ello se deriva que: «el cuerpo
glorioso no puede ser paciente de pasión alguna natural, sino sólo de la pasión
del alma». Por tanto, las cosas externas al cuerpo resucitado no le
afectarán o excitarán de modo directo como a los cuerpos mortales, sólo los
conocerá indirectamente a través de su alma gloriosa. «De
esa manera, por la cualidad de la gloria, no necesita sino de la acción del
alma», que es la única que actúa sobre él. Tampoco, como consecuencia,
el cuerpo glorioso actúa directamente sobre los demás. Siempre lo hace a través
del alma.
Así se explica que en el
cuerpo glorioso su «claridad intensa no hiere a la
vista» de los cuerpos mortales, «en cuanto
que obra por la acción del alma». La luz del cuerpo glorioso, que
manifiesta la de su alma, no actúa sobre los ojos de los no gloriosos. «Su claridad intensa no hiere la vista, en cuanto que
obra por la acción del alma, antes bien con ella se deleita más que en cuanto
obra bajo la acción de la naturaleza».
La luz del cuerpo glorioso no
actúa sobre el ojo corporal como la luz natural «calentando
y disolviendo el órgano de la vista y desparramando su humores», sino
sobre el alma. «Y por eso la claridad del cuerpo
glorioso, aunque excede la claridad del sol, con todo, por su naturaleza no
molesta la vista sino que la complace». Este deleite de la vista causado por la
claridad gloriosa «se compara a la claridad del jaspe en el Apocalipsis» [30].
Se dice de la Jerusalén celestial, la ciudad santa de los bienaventurados que: «tenía la claridad de Dios; su luz era semejante a una
piedra preciosa de jaspe, a manera de cristal» [31].
1428 –¿POR QUÉ EL CUERPO RESUCITADO DEL JUSTO TENDRÁ
LA CUALIDAD DE LA AGILIDAD?
–En el capítulo de la Suma contra los gentiles dedicado a las cualidades o dotes del cuerpo
glorioso, explica Santo Tomás, después de la exposición de la cualidad de la
claridad, que: «el alma que disfrutará de la visión
divina, unida a su último fin, experimentará el cumplimiento total de su deseo
en todo. Y como el cuerpo se mueve al deseo del alma, resultará que el cuerpo
obedecerá absolutamente a la indicación del espíritu. Por eso los cuerpos que
tendrán los bienaventurados resucitados serán ágiles» [32].
Sobre esta segunda cualidad se
dice en el Catecismo del Concilio de Trento: «Con la dote de la claridad va unida la que llaman
agilidad, en virtud de la cual el cuerpo se verá libre de la carga que ahora le
oprime; y tan fácilmente podrá moverse adonde quisiere el alma, que no será
posible hallarse nada más veloz que su movimiento» [33].
El hombre podrá moverse como si no tuviera cuerpo, porque éste obedecerá a la
voluntad del alma, sin ninguna oposición. Podrá así moverse con una velocidad
inconcebible comparable a la del pensamiento.
Lo confirma seguidamente Santo
Tomás en este capítulo al añadir: «Y esto es lo que dice San Pablo en el texto
citado sobre la cuatro cualidades de los cuerpos resucitados: «lo que es sembrado en debilidad, resucitará en poder» (1
Cor 15, 43). Pues experimentamos la flaqueza corporal, porque el cuerpo se
siente incapaz de responder a los deseos del alma en las acciones y movimientos
que impera; flaqueza que entonces desaparecerá totalmente por el poder que
redunda en el cuerpo de estar el alma unida a Dios. Por eso, en el Libro de la Sabiduría, se dice también de los
justos que: «correrán como centellas en el cañaveral» (Sab 3,
7), no porque tengan que moverse necesariamente,
puesto que, teniendo a Dios, de nada carecen, sino para demostrar su poder» [34].
1429. –¿CÓMO SE EXPLICA QUE EL CUERPO DE LOS
BIENAVENTURADOS POSEA ESTA CUALIDAD O DOTE DE LA AGILIDAD?
–La agilidad de los cuerpos
resucitados de los justos se explica por la redundancia de la gloria del alma
en el cuerpo, porque, por ella, el cuerpo le obedece en el movimiento. Explica
Santo Tomás en la Suma teológica que: «El cuerpo
glorioso estará completamente sometido al alma glorificada, no sólo para que
nada en él haya que resista a la voluntad del espíritu, porque esto lo tuvo
también el cuerpo de Adán, sino además para que haya en él cierta perfección
que fluya del alma glorificada en el cuerpo por la que se quede perfectamente
habilitado para dicho sometimiento, la cual perfección se llama dote del cuerpo
glorificado».
Como: «el
alma se une con el cuerpo no sólo como forma, sino también como motor», según
lo dicho: «de ambos modos conviene que el cuerpo
glorioso esté del todo sometido al alma glorificada». Como se verá más
adelante, así como el cuerpo con la cualidad o: «dote
de la sutiliza está sometido al alma totalmente, en cuanto que es forma que le
da el ser específico; del mismo modo «por la dote de la agilidad se le somete
en cuanto motor, para que esté expedito y hábil para obedecer al espíritu en
todo movimiento y acción del alma» [35].
De manera que: «Por la dote de la agilidad el cuerpo glorioso se vuelve
apto no sólo para el movimiento local, sino también para la sensación y para
ejercer todas las demás operaciones del alma» [36].
Observa también Santo Tomás
que: «Cuanto más domine el poder del alma al cuerpo
que mueve, tanto menor es el trabajo que ese movimiento le produce, incluso a
veces un trabajo contra la naturaleza de los cuerpos». Así se explica
que: «aquellos en quienes la virtud motora es más
fuerte o que por el ejercicio tienen más entrenado el cuerpo para obedecer al
espíritu que mueve, menos les molesta el movimiento».
Como: «después
de la resurrección, el alma dominará a la perfección al cuerpo, tanto por la
perfección de la propio poder, como por la habilidad del cuerpo glorioso por la
afluencia de gloria del alma a él, no habrá ningún trabajo en el movimiento de
los santos; y así podrán llamarse ágiles los cuerpos de los santos» [37].
1430. –¿AL UTILIZAR LA CUALIDAD DE LA AGILIDAD PARA
TRASLADARSE A DONDE QUIERE EL BIENAVENTURADO, DEJARÁ DE CONTEMPLAR A DIOS?
–Los bienaventurados no
dejarán nunca de contemplar la divina esencia, si usan la cualidad de la
agilidad para moverse a una velocidad superior a todas las conocidas por el
universo. La razón que da Santo Tomás es la siguiente: «Hay
que sentar por necesidad que alguna vez se han de mover los cuerpos gloriosos,
porque el mismo cuerpo de Cristo se movió en la Ascensión, y, de la misma
manera los cuerpos de los santos, que resucitarán de la tierra, subirán al
cielo empíreo». Ascenderán al cielo donde están los bienaventurados y
los ángeles, que no es el cielo que rodea a la tierra, o cielo atmosférico, ni
tampoco el firmamento, o cielo astronómico.
También, por tanto: «después de ascender a los cielos es verosímil que alguna
vez se muevan al arbitrio de su voluntad, para que, ejerciendo su poder,
muestren laudable la divina sabiduría y que su vista se alegre con la hermosura
de las distintas criaturas, en quienes resplandecerá la sabiduría de Dios, pues
los sentidos no pueden percibir sino las cosas presentes, si bien los cuerpos
gloriosos puedan percibirlas a más distancia que los que no lo son».
Cuando los bienaventurados se
muevan por los cielos no empíreos: «su
bienaventuranza no sufrirá menoscabo, la cual consiste en la visión de Dios, a
quien tendrán presente en todas partes, como de los ángeles dice San Gregorio
que: «en Dios corren a donde son enviados» (Cuarenta hom. s. los
Evang, II, hom. 34,)»
[38].
Aunque en la gloria el alma
quedara fijada en Dios, ello no impedirá que el cuerpo pueda recibir el
movimiento de su alma, porque: «el movimiento local
no disminuye en la nada la fijeza del alma en Dios, ya que no se produce según
lo intrínseco de ella» [39].
El cambio que comporta el movimiento local no lo es de algo intrínseco de la
cosa que cambia, sino algo extrínseco a ella como es el lugar.
Aunque es cierto que, como
dice Aristóteles, «el movimiento es acto de lo
imperfecto» (Física 3, c. 2, n. 4), sin embargo, «lo que se mueve con movimiento local es perfecto en
cuanto lo que está dentro de él, aunque sufra imperfección respecto del lugar,
porque mientras está en uno, está en potencia para estar en otro, ya que en
acto no puede estar en muchos lugares a la vez; esto es cosa sólo de Dios».
Podría inferirse que por esta
imperfección, aunque sea externa, no puede admitirse el movimiento de los
bienaventurados y, en último término, su agilidad. Sin embargo, como advierte
Santo Tomás: «este defecto no es contrario a la
perfección de la gloria, como tampoco lo es el defecto de la criatura de ser
hecho de la nada. Por eso, tales defectos permanecerán en los cuerpos
gloriosos» [40].
1431. –SEGÚN LO DICHO LA CUALIDAD DE LA AGILIDAD DE LOS
CUERPOS GLORIOSOS, QUE LES PERMITE MOVERSE A CUALQUIER PARTE A DONDE QUIERE EL
ALMA, Y HACERLO, CON TAN ALTA VELOCIDAD, QUE NO PUEDE HABERLA MÁS RÁPIDA EN
NUESTRO MUNDO. ¿SU MOVIMIENTO LOCAL, ES, POR TANTO, INSTANTÁNEO?
–Podría creerse que los
cuerpos resucitados se mueven instantáneamente porque su velocidad únicamente
se puede comparar con la del pensamiento. La velocidad de este último
ciertamente es instantánea, porque se puede pasar mentalmente de un lugar a
otro, sin importar la distancia, y sin pensar en el espacio intermedio que les
separa a ambos, y, por ello, tal movimiento es instantáneo.
Sin embargo, lo que hace el
pensamiento de no pasar por los lugares intermedios entre el punto de partida y
el punto de llegada es una operación instantánea, porque, en realidad no es un
movimiento. Explica Santo Tomás que en nuestro pensamiento no se da movimiento
local. En este caso hay sólo una sucesión de ideas con la inmovilidad de su
sujeto de manera que no es éste quien va a estos lugares, «sino que más bien son los lugares pensados los que están
en el sujeto»
[41],
y como pensados.
Como se lee en la Escritura,
después de la resurrección «ya no habrá tiempo» [42],
parece que los cuerpos resucitados no se moverán con el tiempo, sino
instantáneamente [43].
No es posible, porque observa Santo Tomás que: «aunque después de la
resurrección no habrá tiempo, que es el número del movimiento del cielo, sin
embargo, habrá un tiempo resultante del número anterior y posterior en
cualquier movimiento» [44].
En todo verdadero movimiento,
por rarísimo que sea, se requieren tres momentos, que implican un tiempo,
aunque sea imperceptible: el instante de dejar el
punto de partida; el instante del traslado al punto de llegada; y el instante
de llegar al punto final. Por tanto: «de
ninguna manera puede darse que un cuerpo pase de un lugar a otro sin atravesar
todos los lugares medios», que están ente ellos.
Si el cuerpo glorioso se
moviera instantáneamente se seguiría que: «en el
mismo instante estaría en dos lugares a la vez o en varios, es decir, en el
término medio y en todos los lugares medios, lo que no puede ser» [45].
Por consiguiente: «el movimiento local del cuerpo
no puede ser instantáneo» [46].
Aunque «el poder del alma glorificada excede sin comparación al del alma no
glorificada» [47],
no podrá mover su cuerpo de modo instantáneo, porque: «no
puede removerse del cuerpo que deje de estar en algún lugar o sitio de no
quitársele su corporeidad, por la que se le debe el lugar o el sitio. Por lo
cual, mientras conserve la naturaleza de cuerpo, en modo alguno puede moverse
instantáneamente, sea cual fuese el poder motor». Consecuentemente: «como el cuerpo glorioso nunca perderá su corporeidad,
nunca, por tanto, podrá moverse instantáneamente» [48]
1432. –SI EL MOVIMIENTO LOCAL DE LOS CUERPOS NO ES
INSTANTÁNEO ¿OCURRIRÁ EN UN TIEMPO?
–El movimiento del cuerpo
resucitado será lo más rápido que se quiera, pero no ocurrirá en un instante
indivisible, porque siempre habrá un lugar de partida, unos lugares
intermedios, y un lugar final. Por ello, hay que afirmar que: «el cuerpo glorioso se mueve en el tiempo, aunque
imperceptible por la brevedad». Incluso hay que decir que: «un cuerpo glorioso puede en menos tiempo atravesar el
mismo espacio que otro, porque el tiempo, por muy breve que se tome, es
infinitamente divisible» [49].
No es extraño, que se dé el
tiempo en el movimiento del cuerpo glorioso, porque: «en
toda mutación hay un antes y un después. Pero el antes y después del movimiento
se enumeran por razón del tiempo. Por tanto, todo movimiento es en el tiempo» [50].
Este tiempo: «no es lo mismo que el tiempo que mide
el movimiento del cielo y por el cual se miden todos los entes» [51].
Por consiguiente, hay que
sostener que: «aunque después de la resurrección no
habrá tiempo, que es el número del movimiento del cielo, sin embargo habrá un
tiempo resultante del número anterior y posterior de cualquier movimiento» [52].
1433. –¿EN QUÉ CONSISTE LA CUALIDAD DE LA IMPASIBILIDAD?
–En este capítulo de la Suma contra los gentiles dice Santo Tomás que:
«Así como el alma que disfruta de Dios tendrá el
deseo completo en cuanto a la adquisición de todo bien, así también lo tendrá
en cuanto a la remoción de todo mal, porque donde está el sumo bien no cabe mal
alguno. Luego también el cuerpo, perfeccionado por el alma y en proporción con
ella, será inmune de todo mal, no sólo actual, sino incluso posible. Del
actual, porque en ambos ni habrá corrupción, ni deformidad, ni defecto alguno.
Del posible, porque nada podrán sufrir que les moleste. Y por esto serán
impasibles» [53].
En el Catecismo del Concilio de Trento, se recoge
esta descripción de la tercera cualidad de los cuerpos gloriosos en la siguiente
definición: «La impasibilidad es una gracia y dote
que hará que no puedan padecer ninguna molestia ni sentir dolor o incomodidad
alguna; pues nada les podrá causar daño, ni el rigor del frío, ni la fuerza del
calor, ni el furor de las aguas. El cuerpo dice San Pablo «se siembra en
corrupción, resucitará en incorrupción» (1 Cor 15, 42)».
Se explica seguidamente que: «El motivo de haberla llamado los escolásticos
impasibilidad más bien que incorrupción, fue para significar lo que es propio
del cuerpo glorioso; porque la impasibilidad no les es común con los
condenados, cuyos cuerpos, aunque sena incorruptibles, pueden, no obstante, ser
abrasados, sentir frío, y ser atormentados de varios modos»
[54].
Otra indicación importante la
da Santo Tomás, después del texto citado de la Suma
contra los gentiles, al indicar que: «Esta
impasibilidad no excluirá en ellos las pasiones esencialmente sensibles, porque
usarán de los sentidos para gozar de aquello que no repugna al estado de
incorrupción. Y para demostrar dicha impasibilidad dice San Pablo: «se siembra
en corrupción, resucitará en incorrupción» (1 Cor 15, 42)» [55]
Esta significación de
impasibilidad se explica porque la palabra «pasión»
no tiene un único sentido. Tal
como indica Santo Tomás en la Suma teológica,
«la pasión se toma en dos sentidos: uno común y
así toda recepción se llama pasión, bien porque la cosa recibida se adapte al
que la recibe, o bien porque le sea contraria y destructiva». En este
sentido, pasión es el estado del sujeto que ha recibido algo, que le ha causado
gozo por ser conveniente para él, o porque ha sufrido algo que le es
perjudicial.
La otra acepción: «llámese propiamente pasión, que San Juan Damasceno la
define así: «Pasión es un movimiento que sobrepasa lo natural» (La fe
ortod. II, c. 22). Por eso, el movimiento
desmesurado del corazón se llama pasión, más el moderado se dice que es su
operación. La razón de esto es que todo lo que padece es arrastrado hasta los
límites del agente, pues el agente se asimila al paciente; y así, el paciente,
en cuanto tal, es sacado de sus propios límites en que estaba». Pasión
significa de este modo los movimientos de la apetición sensible.
Puede, por tanto, afirmarse
que: «tomando la pasión en este sentido propio, no
se dará en los cuerpos de los santos resucitados capacidad para la misma y
serán, en consecuencia, impasibles». El cuerpo glorioso, por la
impasibilidad, o negación de la pasión en sentido propio, no sufrirá dolor ni
quebranto, ni molestia alguna. Los cuerpos gloriosos serán insensibles a todo dolor.
No les afectará ningún mal que provenga de su cuerpo, como la enfermedad, o de
algo exterior que les causa dolor. No tendrán pena alguna.
En cambio, tomada la pasión,
en sentido general o común, como mera recepción, «los
cuerpos gloriosos no están libres de la pasión, puesto que no se les puede
quitar nada que perfeccione». Las pasiones, en este primer sentido,
unas, proporcionan gozo y satisfacción y, por ello, no están impedidos de
ellas, las otras, las dolorosa, como se ha dicho, no las pueden padecer.
1434. –¿DE DÓNDE PROCEDE LA CUALIDAD DE LA
IMPASIBILIDAD?
–La impasibilidad o
invulnerabilidad al dolor procede del absoluto dominio del alma sobre el
cuerpo. En la gloria, afirma Santo Tomás: «el
cuerpo humano y cuanto hay en él estará perfectamente sujeto al alma racional,
como ésta estará perfectamente sometida a Dios». Se infiere de ello que:
«en el cuerpo glorioso no podrá darse cambio alguno
contrario a aquella disposición con que el alma le perfecciona». De este
modo «tales cuerpos serán impasibles» [56].
Sobre este dominio del alma al
cuerpo explica Santo Tomás que: «La potencia es
doble ligada y libre. Y esto se aplica en verdad, no sólo a la potencia activa
sino también a la pasiva; pues la forma liga la potencia de la materia,
determinándola a una cosa concreta, en cuanto que domina sobre ella. Y como en
las cosas corruptibles la forma no domina perfectamente sobre la materia, no
puede ligarla tan perfectamente que no reciba a veces, por alguna pasión,
disposiciones contraria a la forma». Los agentes exteriores pueden así
influir en la materia, y así lo hacen las pasiones, porque el alma no domina
totalmente al cuerpo.
En cambio: «en los santos, después de la resurrección, el alma
tendrá pleno y absoluto dominio sobre el cuerpo, y tal dominio jamás
desaparecerá, ya que el alma estará inmutablemente sujeta a Dios, lo que no
ocurría en el estado de la primitiva inocencia». También en este estado,
llamado también de justicia original, el hombre tenía el don preternatural de
la impasibilidad, o inmunidad de todo lo nocivo o perturbador para el alma y el
cuerpo. Sin embargo, esta impasibilidad no era absolutamente perfecta, porque
tenía la posibilidad de perderla por el pecado, como de hecho ocurrió.
Por consiguiente: «en los cuerpos gloriosos permanecerá la misma potencia a
otra forma distinta de la que ahora tienen en cuanto a la substancia de la
potencia; pero estará ligada por la victoria del alma sobre el cuerpo, de tal
manera que no podrá jamás pasar a un acto de pasión» [57].
La imposibilidad que tendrán, por tanto, será absolutamente perfecta.
1435. –PARECE QUE, SI EL CUERPO GLORIOSO ES
TOTALMENTE IMPASIBLE, NO PODRÁ UTILIZAR SUS SENTIDOS QUE SE ACTUALIZAN POR LA
ACCIÓN DE ALGO EXTERIOR. SIN EMBARGO, COMO NOTA EL AQUINATE: «SE DICE EN EL
APOCALIPSIS: «LE VERÁ TODO OJO» (AP 1, 7). LUEGO ALLÁ HABRÁ SENSACIÓN EN ACTO» [58]
¿CÓMO SE COMPAGINAN LA IMPASIBILIDAD Y EL EJERCICIO DE LOS SENTIDOS?
–La impasibilidad de los
cuerpos resucitados no impide que sientan en acto. De manera que: «el sentido de los cuerpos gloriosos se ejercerá por la
recepción procedente de las cosas exteriores». Sin embargo, debe tenerse en
cuenta que «los órganos de los sentidos se inmutan por las cosas exteriores de
dos modos».
De un
primer modo se excita el sentido por: «inmutación
natural, o sea, cuando el órgano es afectado por la misma cualidad natural que
posee la cosa exterior, que obra sobre él, como cuando la mano se calienta y se
abrasa al contacto de una cosa cálida o despide olor por tocar por tocar una
cosa perfumada». El sentido recibe, por tanto, una inmutación material
orgánica.
El segundo
modo es por: «inmutación espiritual, que es
cuando la cualidad sensible se recibe en el órgano, pero según su ser
espiritual, es decir la especie o intención de la cualidad y no la misma
cualidad; como la pupila recibe la especie de lo blanco, y, sin embargo, no se
hace blanca». La acción de las cosas exteriores actúa sobre el sentido,
que es apta para recibirla, y el efecto, o la pasión, en el sentido, es la
especie o intención. La acción actúa por la forma de la cosa, no por su
materia, sobre un órgano animado o informado capacitado por recibir la forma
que porta la acción y en este sentido lo recibido es espiritual, tomado este
término en el sentido de inmaterial. La especie o intención, que recibe
sentido, por esta inmaterialidad ya no transmuta al órgano del sentido.
Advierte Santo Tomás que: «la primera recepción, hablando con propiedad, no produce
el sentido, porque el sentido es, como dice Aristóteles «receptor de las
especies de la materia, pero inmaterializadas» (El alma, II,
c.12, n. 1). Y esta recepción, inmuta la naturaleza
del recipiente, porque de esta manera se recibe la cualidad según su ser
material». La acción de la cosa que excita el sentido, que es una
potencia pasiva, actúa según su naturaleza. Por tanto, tal acción no sólo es
portadora de una forma que asimilará el sentido, sino es también material, y por
ello, le afecta materialmente.
Se infiere de ello que este
primer modo de la sensación se da en el hombre en su vida terrena y por medio
de la misma puede tener al segunda recepción, en la que se da el acto de
conocer. En cambio «el primer modo no existirá en
los cuerpos gloriosos», porque por su impasibilidad no pueden ser
afectados materialmente. En cambio: «la segunda sí,
porque, sin cambiar la naturaleza del recipiente, puede de por sí actualizar el
sentido» [59].
De manera que las cualidades sensibles de las cosas afectarán a los sentidos de
este modo espiritualizado o inmaterializado, sin ningún cambio material en los
órganos de los sentidos.
Eudaldo Formente
[1] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles,
IV, c. 86.
[2] ÍDEM, Compendio de Teología, c. 158, p.
318.
[3] Ibíd., c. 158, n. 319.
[4] Ibíd., c. 158, n. 321.
[5] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles,
IV, c. 86.
[6] ÍDEM, Exposición del Símbolo de los Apóstoles,
art. 11., nn. 1004-1007.
[7] Ibíd., art 11, n. 1008.
[8] 1 Cor 15, 40-44.
[9] Filp 3, 21.
[10] Santo Tomás de
Aquino, Exposición del Símbolo de los Apóstoles, art. 11., n. 1008
[11] ÍDEM, Suma
contra los gentiles, IV, c. 86.
[12] ÌDEM, Suma
teológica, Supl., q. 85, a. 1. in c.
[13] Ibíd.,
Supl., q. 85, a. 1, ad 2. Véase: SAN GREGORIO MAGNO, Libros de Moral,
XVIII, c. 48.
[14] Ibíd., Supl.,
q. 85, a. 1, ad 3.
[15] Ibíd.,
Supl., q. 85, a. 1, ad 4.
[16] Mt 17, 2.
[17] Santo Tomás de
Aquino, Suma teológica, Supl., q. 85, a. 2. sed c. 1.
[18] Sab 5, 1-2:
«Viéndolos serán turbados de un temor espantoso, estupefactos ante su
inesperada salvación»
[19] Santo Tomás de
Aquino, Suma teológica, Supl., q. 85, a. 2. sed c. 2.
[20] Ibíd., Supl,
q. 85, a. 2, in c.
[21] Ibíd., Supl,
q. 85, a. 2, ob. 1
[22] Ibíd, Supl,
q. 85, a. 2, ad 1.
[23] Ibíd.,
Supl., q. 85, a. 2. ob. 3.
[24] Ibíd., Supl.
q. 85, a. 2, ad 3.
[25] Ibíd.,
Supl., q. 85, a. 3, in c.
[26] Ibíd.,
Supl., q. 85, a. 3, sed. c. 2.
[27] Ibíd.,
Supl., q. 85, a. 3, sed. c. 1.
[28] Ibíd.,
Supl., q.85, a. 3. ad 1.
[29] Ibíd., Supl.
q. 85, a. 2, ob. 2.
[30] Ibíd., Supl.
q. 85, a. 2, ad 2.
[31] Ap 21, 11
[32] Santo Tomás de
Aquino. Suma contra los gentiles, IV, c. 86.
[33] Catecismo
del concilio de Trento, I, c. 12, n. 13.
[34] Santo Tomás de
Aquino. Suma contra los gentiles, IV, c. 86.
[35] ÍDEM, Suma
teológica, Supl., q. 84, a. 1, in c.
[36] ibíd.,
Supl., q. 84, a. 1, ad 3.
[37] Ibíd, Supl.,
q. 84, a. 1, ad 2.
[38] ÍDEM, Suma
teológica, Supl., q. 84, a. 2, in c.
[39] Ibíd.,
Supl., q. 84, a. 2. ad. 4.
[40] Ibíd.,
Supl., q. 84, a. 2, ad 1.
[41] ÍDEM, Suma
teológica, I, q. 53, a. 2, ad 2.
[42] Ap 10, 6.
[43] Cf. Santo Tomás
de Aquino, Suma teológica, Supl., q. 84, a. 3, ob. 5.
[44] Ibíd.,
Supl., q. 84, a. 3, ad 5
[45] Ibíd., Supl.
q. 84, a. 3, in c.
[46] Ibíd., Supl.,
q. 84, a. 3, sed c. 2.
[47] Ibíd.,
Supl., q. 84, a. 3, ob. 3.
[48] Ibíd.,
Supl., q. 84, a. 3, ad 3.
[49] Ibíd., Supl.
q. 84, a. 3, in c.
[50] Ibíd., I, q.
53, a. 3, sed c.
[51] Ibíd., I, q.
53, a. 3, in c.
[52] Ibíd.,
Supl., q. 84, a. 3, ad 5.
[53] ÍDEM, Suma
contra los gentiles, IV, c. 86.
[54] Catecismo
del Concilio de Trento, I, c. 12, 13.
[55] ÍDEM, Suma
contra los gentiles, IV, c. 86.
[56] ÍDEM, Suma
teológica, Supl. q. 82, a. 1, in c.
[57] Ibíd.,
Supl., q. 82, a. 1, ad 2.
[58] Ibíd, Supl.,
q. 82, a. 1, sed c. 1.
[59] Ibíd., q.
82, a. 3, in c.
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