Al parecer era el peor día del año. El despertador no sonó y estaba tan retrasado que opté por tomar un taxi de Huaura a Huacho, pues los estibadores me esperaban en el almacén, molestos por mi tardanza.
Mi camión
tenía sucios los filtros de petróleo y era necesario purgar cada mañana para
lograr encender el viejo motor Perkins, detalle que olvidé debido al apuro.
Esto ocasionó que la bomba de inyección absorba una burbuja de aire, haciendo
necesario purgar y lavar los filtros, lo que hice mal debido a la prisa y la
atención, en mi insistencia por prender el motor la batería se agotó. Esto me
obligó a tomar otro taxi e ir en busca de un técnico de baterías.
En mi
paso por la calle con un humor de perros y preguntándome por qué a mí me
pasaban estas cosas. Contemplé en un semáforo a un delgado niño que hacía
piruetas, éste se acercó al taxi en el que viajaba, yo traté de ignorarlo y
poner mala cara, haciéndole comprender que también tenía muchos problemas, el
niño siguió con su rutina.
Llegué a
la cochera con el técnico e insistimos inútilmente con el arranque, nos dimos
cuenta que no encendería. Decidí jugármela ya que mi celular estaba sonando
constantemente a la insistencia de la gente que me esperaba. Hice un puente
eléctrico con mi batería de 12 voltios para intentar prender el motor con 24
voltios, logrando que mi motor gire más rápido, pero mi suerte ya estaba echada
pues mi arrancador se trancó, al parecer la nuez del bendice (elemento del
arrancador) se había partido, esto era el colmo de la desgracia; un huayco de
gastos.
Nuevamente
sonó el celular y esta vez contesté de mala manera, mandando a rodar a quienes
me esperaban desde hacía horas, recomendando que busquen otro vehículo.
Tomé una
mototaxi hacia el taller del electricista, llevando mi arrancador y en el
camino volví a toparme con el niño acróbata del semáforo, quien al contemplar
mi rostro no intentó pedir una colaboración.
Cuando el
electricista desarmó mi arrancador e hizo un recuento de todo lo que tendría
que gastar, maldije el ser camionero y opté por mandar a rodar todo. Pensando
ver en los próximos días la forma de solucionar el problema con mi reducido
presupuesto.
Eran las
tres de la tarde y no había desayunado ni almorzado. Caminé con la mirada en la
acera pensaba en cómo se habían alineado los astros para que todo me salga mal,
cuando al pasar por la comandancia de Huacho me volví a encontrar con el
delgado niño de las piruetas. Ya más relajado lo miré y pude ver que él tampoco
había descansado desde la mañana que lo vi por primera vez, me preguntaba si
habría comido.
Me
acerqué a él y tocándole su cabeza le pregunté: ¿Has
almorzado? ¡Ya casi señor! me falta sólo
cincuenta céntimos para completar el menú para mi mamá y mis hermanos.
Él seguía
luchando sin desmayar y yo hombre de cien batallas me hacía pipí ante un ajuste
insignificante de la vida. Mis bolsillos no estaban tan llenos pero cogí
algunas monedas gordas y las deposité en sus manitos, diciéndole: ¡Ve y da que almorzar a tu familia! -¡Eres todo un hombre!
Me alejé
silbando camino al taller del electricista, comprendiendo que todos los días, a
pesar de ser viejos aprendemos algo y a veces de quien menos pensamos.
Nota: Extraído de
la revista Sobre Ruedas, propiedad de la familia Pimentel.
De Darío Pimentel Delgado
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