El yoga conlleva un trasfondo filosófico-religioso y que su fin no es una simple relajación física y psíquica...
Por: por Fray Santiago Cantera Montenegro, O.S.B. |
Fuente: Arvil
Hay que advertir que uno de los errores más
difundidos hoy en Occidente en torno a los “métodos orientales”, y más en
particular el yoga, es creer que se trata de simples métodos de relajación o de
ejercicios gimnásticos muy aptos para descargar al hombre moderno de su tensión
psicológica, afectiva, laboral, etc., sin caer en la cuenta de que conllevan
todo un trasfondo filosófíco-religioso y que su fin no es una simple relajación
física y psíquica, sino un vaciamiento de sí mismo
PLANTEAMIENTO DE LA CUESTIÓN.
Ante la fascinación orientalizante que existe en
buena parte de nuestra sociedad occidental, como fruto de la profunda
decadencia de valores que sufre actualmente y que le conduce hacia un desmedido
afán de novedad, de originalidad y de entusiasmo por lo exótico; y ante el
hecho cierto de que se puede descubrir esa misma fascinación en ámbitos
católicos, incluso dentro de comunidades religiosas, debido a un mal entendido
“ecumenismo” y al deseo de un “diálogo interreligioso” ajeno a cualquier norma
de prudencia; hemos considerado conveniente exponer unas breves notas acerca de
los riesgos principales que de estas actitudes se pueden derivar para un
católico, así como algunos de los puntos doctrinales que éste debe tener claro
con relación a unas filosofías y religiones, que en no pocos aspectos muestran
unas diferencias esenciales con la fe de la Iglesia. En especial, queremos
advertir de la ingenuidad con que muchas personas enfocan los denominados
“métodos orientales”, considerando equivocadamente que se trata de simples
técnicas de respiración y de relajación, sin otras cuestiones de mayor fondo.
Con relación a todo esto, debemos recordar, antes que nada, que la Iglesia
Católica ha dispuesto algunas normas al respecto, singularmente en los
siguientes documentos:
a) las indicaciones del Concilio Vaticano II, que reconocen los valores que se
hallan en las religiones no cristianas, pero que invitan a la prudencia en las
relaciones que se deriven de los mutuos intercambios (Nostra Aetate, 2);
b) las advertencias del Catecismo de la Iglesia Católica en torno a los
conceptos erróneos sobre la oración, poniendo en guardia sobre “los que ven en
ella una simple operación psicológica o un esfuerzo de concentración para
llegar al vacío mental” (CEC, 2726);
c) y por fin, las más precisas acotaciones de la Sagrada Congregación para la
Doctrina de la Fe (Carta de 15.10.1989, Algunos aspectos de la meditación
cristiana), donde habla de los “métodos orientales”, por los que entiende los
métodos que se inspiran en el hinduismo y en el budismo, como el zen o la
“meditación trascendental” o incluso el yoga, y a los que se refiere en el nº 2
al añadir que “con la difusión actual de los métodos orientales de meditación
en el mundo cristiano y en las comunidades eclesiales, se encuentra frente a
una renovación aguda de la tentativa, no exenta de riesgos y errores, de
mezclar la meditación cristiana y la meditación no cristiana”. Y después de
hacer un recuento bastante completo de tales tentativas, concluye el nº 2
diciendo que éstas “deberán ser continuamente examinadas con un cuidadoso
discernimiento de los contenidos y del método, para evitar caer en un
pernicioso sincretismo”.
BREVE EXAMEN DEL TRASFONDO DE
LOS “MÉTODOS ORIENTALES”.
En primer lugar, hay que advertir que uno de los errores más difundidos hoy en
Occidente en torno a los “métodos orientales”, y más en particular el yoga, es
creer que se trata de simples métodos de relajación o de ejercicios gimnásticos
muy aptos para descargar al hombre moderno de su tensión psicológica, afectiva,
laboral, etc., sin caer en la cuenta de que conllevan todo un trasfondo
filosófíco-religioso y que su fin no es una simple relajación física y
psíquica, sino un vaciamiento de sí mismo (el “vacío mental” que señala el CEC,
2726). El documento de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe de
15-10-1989, asimismo, hace referencia a los que se acogen a estos métodos “por
razones terapéuticas” y que “un cierto número de cristianos” busca “en ellos el
camino de la tranquilidad interior y del equilibrio psíquico”. Aunque dicho
documento no trate propiamente de este aspecto, sino más bien de la aplicación
de tales métodos a la oración cristiana, deja ver el peligro de que conduzcan a
formas de sincretismo y a una confusión de criterios.
No se puede olvidar que el yoga nace como un método ascético del brahmanismo-hinduismo
que busca la inactividad, la supresión de los actos (a los que se considera
fuente de sufrimientos), con el fin de “quemar” el karma y escapar al renacer
(escapar a la reencarnación o samsara), uniéndose (mokhsa) al Ser (Brahmán). El
karma es la energía o fuerza que afecta al alma del ser humano y que es el
resultado de sus acciones pasadas, por lo que determina la próxima
reencarnación y la condición del futuro nacimiento, aun cuando exista la
libertad en la vida presente de cara a una mejor reencarnación. Aquí hay que
considerar:
a) Que se entra en un determinismo fatalista
opuesto al concepto cristiano del libre albedrío y la armonía entre éste y la
Providencia divina.
b) Que esta idea determinista del karma y la
reencarnación conducen a la configuración de una sociedad de tipo hermético y
con graves injusticias: la denominada “sociedad de
castas” (brahmanes, kshatriyas, vaishyas y shudras y parias); sociedad
que por su estructura y por las terribles injusticias que genera es inaceptable
desde la perspectiva de las virtudes cristianas de caridad y justicia.
c) Que el
concepto de reencarnación es abiertamente ajeno e incluso contrario a la fe
cristiana. Además, en el hinduismo no se considera un principio del alma
humana, mientras que el cristianismo afirma claramente que ésta es creada por
Dios e infundida por Él en el cuerpo humano gestado por los padres en el
momento de la concepción.
d) Que el Ser Supremo (Brahmán) del hinduismo no
es perfectamente asimilable al Dios cristiano (si bien es cierto que dentro del
hinduismo existen muchas variantes, escuelas, etc.), pues el Dios cristiano, de
acuerdo con la fe católica, es Unidad de Esencia y Trinidad de Personas,
mientras que Aquél otro es más bien un Ser Absoluto impersonal, que entra más
en el terreno del panteísmo. De hecho, en el hinduismo se puede encontrar una
diversidad de elementos que van desde el politeísmo hasta un panteísmo
naturalista.
e) Que
esa unión con el Ser Absoluto a la que aspira el yoga, ya en esta vida terrena,
implica la disolución del alma humana en dicho Absoluto, lo cual es una
plasmación clara de ese panteísmo. Precisamente, la Santa Sede tuvo que
advertir también de los peligros y errores en que incurrían en este sentido las
obras de algunos autores católicos, como el jesuita Anthony de Mello, por
realizar una mezcla de elementos de las religiones orientales con el
cristianismo. La doctrina católica acerca de la unión del alma humana con Dios,
por el contrario, sostiene que, tanto en el éxtasis místico como en la visión
beatífica eterna, no hay un aniquilamiento de la sustancia del hombre, de la
persona humana, sino que permanece en esa unión perfecta de voluntades; no se
diluye la persona humana en un absoluto impersonal. Son totalmente diferentes
la visión del panteísmo y el concepto católico de la “deificación”
del hombre en la visión beatífica: mientras que en el primero el hombre
es absorbido completamente por el conjunto de que forma parte y que es Dios, en
el catolicismo, en cambio, el hombre, después de ser penetrado por la sustancia
divina, conserva aún la individualidad inviolable de su propia sustancia, y
ello por el respeto enorme que Dios guarda hacia la individualidad humana,
hacia la libertad humana. Además, la doctrina católica afirma que, después de
la muerte, el disfrute de la felicidad celestial y de la visión de Dios serán
plenamente completadas, hallarán su culminación, tras la resurrección de la
carne, cuando el hombre alcance la perfección de su naturaleza al poseer un
cuerpo como el de Jesucristo Resucitado y unido ya inseparablemente al alma.
f) Que la búsqueda de la inactividad para no
engendrar karma negativo puede conducir al peligro del “quietismo”,
el cual ha sido condenado en sus diversas formas por la Iglesia
Católica.
g) En
fin, las visiones monistas o panteístas en torno a este Ser Absoluto impersonal
también se pueden encontrar de una u otra forma en otras filosofías y
religiones orientales como el taoísmo y el sintoísmo.
Algunas de estas prácticas ascéticas y otras, con finalidades semejantes, han
sido recogidas y desarrolladas por otras corrientes filosóficas y religiosas
surgidas del hinduismo, en especial el jainismo y el budismo, ambos también con
numerosas variantes internas, escuelas y sectas. Y uno y otro, igualmente,
parten de las ideas del karma y de la metempsícosis o transmigración de las
almas y buscan por medio de tales prácticas la liberación temporal y la
definitiva de estas realidades, de sus consecuencias y de sus causas. La
liberación definitiva de la realidad a la que está sometido el hombre y todo el
cosmos es conocida como nirvana en el budismo y mokhsa en el jainismo, y en los
dos casos se halla bastante inclinada hacia aspectos de tipo panteísta, de una
aniquilación del ser personal.
El jainismo, entre sus prácticas, cuenta con la
ahimsa o “no violencia”, concepto que tuvo
gran aceptación dentro del movimiento pacifista de los años 60 en Occidente, y
grandes austeridades (tapas) que contemplan incluso la muerte voluntaria por
inanición, algo totalmente reprobado por el catolicismo, dada la valoración que
éste otorga a la vida humana como un don de Dios.
El budismo, en el planteamiento de sus “Cuatro
Nobles Verdades”, insiste en el “deseo”, la
“sed”, el “ansia
de vivir” (por tales conceptos puede traducirse el término trishna) como
causa del dolor, y considera que para suprimir éste hay que suprimir su raíz,
utilizando métodos como, por ejemplo, la meditación y el yoga. La metafísica
budista, por otro lado, entra en abierta contraposición con la cristiana, pues
para aquélla sólo hay fenómenos que se suceden; para el budismo, el ser, como
tal, no existe: sólo hay estados sucesivos, un
flujo incesante de fenómenos, así que se afirma la momentaneidad de todo. El
karma es la causa de ese flujo continuo, como una ley de causalidad, y en
relación con esta visión se halla también la metempsícosis o reencarnación,
cuyo motor es el deseo de vivir. Así que para extinguir el deseo de vivir, se
puede contar con el ascetismo, la meditación y el yoga, medios con los que se
podrá llegar a alcanzar el nirvana o liberación, un estado místico en que se
supera toda esa realidad.
Conclusiones.
El yoga y otros “métodos orientales”, entendidos
adecuada y completamente, no pueden ser considerados de forma parcial ni
superficial por sus aspectos externos de relajación física y mental, técnicas
de respiración, posturas y movimientos, etc., sino que parten de unos supuestos
que hunden sus raíces más profundas en unas doctrinas filosófico-religiosas,
cuyo núcleo central (si no se le quiere dar el nombre de dogma), el karma, es
totalmente opuesto a la fe católica, así como otras consecuencias derivadas del
mismo.
La Iglesia Católica reconoce lo positivo de estas corrientes filosóficas y
religiosas nacidas, en su entraña más profunda, del deseo de hallar la Verdad,
de buscar a Dios, deseo que el mismo Creador ha puesto en la mente y el corazón
de todos los hombres, y por ello pueden servir de cauce para acercarse a Él a
aquellas personas que no han conocido la Revelación cristiana. Pero eso no
significa que sus doctrinas estén exentas de errores, tal como se ha ido
viendo, ni que los católicos deban contribuir a su difusión, sino que, por el
contrario, el deber auténtico de caridad ha de mover a anunciar, también hacia los
seguidores de esas corrientes, la plenitud de la Verdad revelada en y por Aquél
que se ha manifestado a Sí mismo como “el Camino,
la Verdad y la Vida”.
Promover actividades en las cuales se incluyan prácticas derivadas de esas
corrientes orientales, aun cuando se trate de presentarlas de un modo
desvinculado respecto de ellas, es un riesgo en el que no debe incurrir
precipitadamente una comunidad religiosa o parroquial, y menos aún cuando en
los últimos años han sido tan claras las disposiciones de la Iglesia, pues
puede engendrar, cuanto menos, un estado de confusión que conduzca a formas de
sincretismo y de relativismo religiosos. Convendrá actuar con precaución,
claridad de criterios y un discernimiento prudente y oportuno a la hora de
realizar actividades que, en mayor o en menor medida, partan de supuestos
originados en dichas corrientes.
Bastante dolorosa ha sido la experiencia de descristianización y pérdida de
valores de la sociedad occidental, muy aguda desde los años 60 del pasado
siglo, y no debemos perder de vista que, a la vez como una de las muchas causas
y consecuencias de ella, ha contribuido la difusión de sectas y corrientes
filosófico-religiosas orientales. Ante la crisis de valores y la
descristianización, muchos jóvenes buscaron en ellas una respuesta a su vacío
espiritual, a la vez que el entusiasmo por lo exótico les impulso hacia las
mismas. Ante esta experiencia, los católicos, y más aún las comunidades
parroquiales y religiosas, no debemos favorecer todavía más el confusionismo y
el relativismo existentes, apoyando actividades que puedan contribuir a
difundir esas corrientes, pues nuestro deber es anunciar a Cristo y no otros
mensajes “liberadores”.
Incluso cuando ciertos cursillos promovidos por parroquias y comunidades
religiosas fueran del todo ajenos a la finalidad de difundir el budismo, el
hinduismo, etc., siempre pueden servir de base para que sus asistentes, en
lugar de verse inclinados a buscar a Cristo al ser recibidos, se encuentren
motivados a profundizar en esas corrientes orientales. Hay que evitar
simplismos como aquel del permisivismo hacia las “drogas
blandas”, pues la experiencia también ha demostrado que en muchas
ocasiones fueron la puerta de entrada hacia las “drogas
duras”.
Por otro lado, para llevar a cabo optimistas “encuentros
interreligiosos”, no se debe hacer de forma precipitada, sino con la
prudencia, la cautela, el discernimiento y la atención a las indicaciones de la
autoridad eclesiástica, de acuerdo con las normas dadas por el Magisterio de la
Iglesia (por ejemplo, Concilio Vaticano II, Nostra Aetate, 2; Juan Pablo II,
Vita Consecrata, 102). Hay que evitar dejarse llevar por un afán de novedad, de
originalidad y de entusiasmo por lo exótico.
En adelante, trataremos de ofrecer algunas otras notas aclaratorias sobre estos
temas, así como una reseña del libro del P. José María Verlinde, (La)
Experiencia prohibida. Del ashram a un monasterio (traducción de Manuel Ordóñez
Villarroel), Burgos, Monte Carmelo (Colección “Otra
mirada”),2003.
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