En el barrio de Tambo Blanco, en la peluquería de “Chimpo”, que era como un pequeño club social, después de las nueve de la noche, se reunía un grupo de veteranos, que eran páginas abiertas de los tiempos idos.
Hablaban
de las danzas con que se celebraban las festividades religiosas en los
diferentes barrios. De los «puntuosos» mayorales.
De los milagros de San Martín. De los montoneros. De los chilenos que quedaron
enterrados por diferentes lugares. De los más «finos
brujos». De los entierros, etc.
De
ellos cogimos, a su manera, sus refranes, sus dichos, sus sentencias, etc., y
las anotamos:
- Simiamo se va a los toros, vámonos todos.
- Pa qué tantos brincos cuando el suelo ta parejo.
-
Recíbeme ese trompo enluña.
- Cuando
la mujer con marido se pinta, ya es paloma que quiere abandonar el nido.
- Líbrame
Dios de la mar mansa, que de la brava me libro yo.
- Pa
cuatro días de vida que nos queda, salú,
compadre, y que en salú se lo convierta.
- Más
vale un abrazo, en su cumple, compadrito de mi alma, que una botella.
- Pa que crías cólera, que tiase
daño. Cría cuycitos, patitos, pá comerlos el
día de tu cumple.
- No come
plátano pa no votar la cáscara.
- En la
muerte todos somos iguales: el blanco, el negro, el
rico, el pobre. - Pa qué ambicionar tanta plata cuando no se lo va a
llevar uno a la otra.
- Onde vas a ir, que mis ojos tian de ver.
Y el viejito Pindongo siempre
ponía las suyas. Dijo que él desde el tiempo de colegial tenía fresquesitos en
la mente varios apodos que en compañía de otros «inteligentes»
como él, salían igualitos y bien pintaditos. Y se despachaba
enumerándolos: mono sabio, pata de bandera, llanta
baja, lechuza, cara e gallo, grillo e monte, buen plato, boca e lorna, buen
beso, boca e sapo, cara e macho, palo de chifa, mono riendo... En la
forma salerosa como lo decía, el más serio aunque sea se sonreía.
De Isaías Nicho Rodríguez
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