Tengo que reconocer que la publicación del motu proprio “Traditionis custodes” me ha venido muy bien. Servidor en jamás de los jamases ha celebrado con el misal de san Pío V, aunque fui monaguillo preconciliar y me acuerdo de algunas cosas. El caso es que leyendo la carta y el motu me he visto en la obligación de repasar y conocer.
Repasar los grandes documentos sobre la celebración de la eucaristía y las rúbricas
del misal, porque pudiera ser que uno vaya cogiendo vicios y
tomándose ciertas libertades que no hay por qué, y conocer un poco
mejor la celebración de la misa tradicional,
que hoy, con toda la información y los videos que hay en internet, tampoco es
tan complicado.
De
la misa tradicional me han impresionado los silencios y la cantidad de gestos y
signos
a lo largo
de la celebración. Del repaso de las rúbricas del misal de Pablo VI
descubro también bastantes gestos que con demasiada frecuencia pasan
desapercibidos si no se omiten
por completo, como el caso del lavabo. Un gesto penitencial que pide a Dios,
tanto en la misa tradicional como en la actual, que nos lave del pecado para
poder celebrar con mayor pureza el santo sacrificio, lo hemos desechado tantas
veces porque eso es “carca” y porque ya
venimos con las manos limpias de casa.
Es mucho más rico y
desde luego más fiable el lenguaje de los gestos que el de las palabras, tanto que, en caso de contradicción entre ambos,
siempre serán los gestos los que determinen una verdad.
Creo que, en nuestra
liturgia actual, en considerable medida, hemos ido suprimiendo gestos y
silencios para cambiarlos por una verborrea infinita, cansina, repetitiva, vulgar que en lugar
de mover a devoción mueve a agotamiento.
El repaso de los documentos y
las rúbricas, así como el estudio de la liturgia tradicional me ha hecho caer
en la cuenta, de nuevo de estas dos cosas.
SILENCIO.
Nos
agobia y nos pone nerviosos. Por eso la
necesidad que tenemos de rellenar los
silencios con algo, que siempre son palabrería barata, o música, o un poema, o una
aclaración. El misal romano actual marca silencios, que rara vez guardamos y
hacemos en la misa. O se omite el silencio o se rellena con improvisaciones
varias del celebrante que acaban siendo sus muletillas de siempre. Es urgente recuperar el silencio,
y más ahora cuando vayas por donde vayas, todo es comunicación sea verbal o
electrónica. SILENCIO.
GESTOS
Vuelvo a la sobredimensión del lenguaje oral. Parece que es la única forma de comunicar algo. Por eso el rechazo al latín “porque la gente no entiende”. Cuando en la misa que llaman ahora
tradicional llegaba el momento de la consagración ¡en
latín y en silencio!, había otras formas de dar a conocer el misterio: posición del sacerdote, vela en el altar, campanilla,
elevación, genuflexiones, el pueblo de rodillas. Un taiwanés ateo no
necesitaba más para saber que ahí estaba sucediendo algo sublime. La supresión de los gestos, el no dar importancia a los
mismos en aras de “normalidad” ha supuesto empobrecimiento. Es verdad que en la misa en latín la gente no entendía algunas
cosas, y digo algunas porque solían tener su misalito con la traducción, pero
son tantos los gestos que aún sin saber latín hay un comprender suficientemente
las cosas.
Añadamos
a esto cálices de barro, ausencia total o parcial de ornamentos, no
arrodillarse, quitar la campanilla, el lavabo y hablar, hablar, hablar… y la
liturgia, solemne, misteriosa, evocadora se convierte en simple palabrería
descuidada… Qué pena.
Mi propósito va en estas dos
direcciones. Por una parte, cuidar cada gesto,
desde los elementos materiales a cada signo litúrgico según indica el misal, y
por otra guardar esos momentos de silencio como tesoros en cada celebración de la eucaristía.
Jorge González
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