La libertad religiosa en Afganistán ya era precaria en el país. En la Constitución aprobada en 2004 se penaba con la muerte la conversión del islam a otra religión y las minorías religiosas, como el cristianismo, no tenían iglesias visibles y no podían practicar de manera pública su fe. Ahora, con el regreso del régimen talibán el 14 de agosto, el ejercicio de la libertad religiosa y de todos los Derechos Humanos se han desvanecido completamente.
Los talibanes habían gobernado por primera vez entre 1996 y 2001, cuando
fueron derrocados por la afgana Alianza del Norte apoyada por Estados Unidos,
que intervino en este país debido a que se había convertido en la base de Al
Qaeda, el grupo responsable de los ataques terroristas del 11 de septiembre.
En la Constitución aprobada en el año 2004, tras la salida del primer
gobierno talibán, se estableció que el presidente del país debe ser musulmán.
Se afirma que “los seguidores de otros credos son
libres, dentro de los límites de la ley, en el ejercicio y práctica de sus
ritos religiosos”, pero varias leyes, así como tradiciones locales,
restringen la libertad de las religiones minoritarias.
Según recoge el Informe sobre el
estado de la Libertad religiosa publicado en el año 2021
por la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada, ya antes del retorno
de los talibanes al poder las minorías religiosas ya tenían graves dificultades
para vivir la fe.
La apostasía o conversión del islam a otra religión ya estaba penado con
la muerte. Cualquier musulmán que se convierta a otra religión puede ser
ajusticiado, entrar en la cárcel o se le confiscarán sus bienes.
CONSTITUCIÓN DE
AFGANISTÁN
Asimismo, en la Constitución del 2004, aunque no se nombra de manera
explícita la Sharía o ley islámica, sus artículos están basados en ella.
Esta Carta Magna afirma que “el pueblo de
Afganistán” cree “firmemente en Dios
Altísimo, confía en su divina voluntad y se adhiere a la santa religión del
islam”; asimismo, aprecia “los sacrificios,
las luchas históricas, la yihad y la justa resistencia de todos los pueblos de
Afganistán, admira la suprema postura de los mártires de la libertad de país”.
Aunque no hay restricciones explícitas a que los grupos religiosos
minoritarios establezcan lugares de culto o formen a su clero, en realidad, sus
posibilidades eran tremendamente limitadas.
Algunas embajadas les proporcionan lugares de culto para no afganos. La
coalición militar a las órdenes de Estados Unidos cuenta con instalaciones en
las que pueden celebrarse actos de culto de los no musulmanes.
No hay iglesias públicas; el único lugar de culto católico está dentro
de la embajada italiana.
El cristianismo se consideraba una religión occidental ajena a
Afganistán. La presencia militar de las fuerzas internacionales añadió una
desconfianza generalizada hacia los cristianos. La opinión pública se
manifiesta abiertamente hostil a la idea de que los cristianos evangelicen
entre los musulmanes.
Los cristianos afganos rezan en privado o en comunidades pequeñas que se
reúnen en viviendas particulares.
El informe sobre el estado de la libertad religiosa subraya que según
las organizaciones misioneras cristianas, por todo el país se pueden encontrar
iglesias clandestinas en casas; en ninguna de ellas se reúnen grupos de más de
diez miembros. A pesar de la disposición constitucional que garantiza la
tolerancia religiosa, quienes se manifiestan abiertamente como cristianos o
como conversos del islam al cristianismo quedan en una situación muy
vulnerable.
La Iglesia Católica estaba presente en Afganistán en forma de misión sui iuris con
sede en la embajada italiana de Kabul. Su superior fue el sacerdote barnabita
Giovanni Scalese, italiano.
Respecto a las órdenes religiosas, había 3 Hermanitas de Jesús dedicadas
a la asistencia sanitaria; 5 hermanas de las Misioneras de la Caridad que
atendían a niños huérfanos discapacitados, niñas abandonadas, y proporcionaban
ayuda a 240 familias pobres; y 3 hermanas de la comunidad intercongregacional
Pro Bambini di Kabul (“Por los Niños de Kabul”) que
cuidaban de 40 niños discapacitados.
También estaban presentes dos sacerdotes jesuitas,
de origen indio.
Ahora todos estos religiosos han tenido que ser repatriados ante la
entrada del gobierno talibán en el país y el gravísimo riesgo que
afrontan.
¿QUÉ ES LA SHARÍA?
La Sharía significa “Camino a la paz”, y es la base del derecho
islámico. Se define como un conjunto de normas que rigen el código de conducta
y que está basado en el Corán, libro sagrado del Islam. En él se recogen las
rutinas, obligaciones familiares y religiosas que deben seguir los ciudadanos.
Hay muchas versiones de la sharía y su
implementación varía enormemente en el mundo islámico. En el caso de Afganistán
es la aplicación más radical.
Entre algunas de las normas que debe seguir el conjunto de la población
está la prohibición de escuchar música y ver
películas, la obligación de tener un nombre islámico, que los jóvenes lleven el
pelo rapado y vistan una determinada vestimenta; obligación de orar en la
mezquita cinco veces al día, entre otros.
Las mujeres son muy perjudicadas en la Sharía ya
que se les prohíbe trabajar fuera de casa, no pueden salir solas a la calle, no
acceden a educación. Se las obliga a llevar burqa,
o velo de cuerpo entero, que debe ocultar también los tobillos.
Se les prohíbe hablar o estrechar las manos a
varones, reír en voz alta, llevar zapatos de tacón o asomarse a los
balcones.
Se justifica dar azotes, palizas y abusos verbales
contra las mujeres que no vistan acorde con las reglas de la sharia, entre
otras muchas.
El portavoz de los talibanes Zabihullah Mujahid aseguró en su primera
rueda de prensa que “no se cometerán abusos contra
nadie” y que los derechos de las mujeres serán respetados “siempre dentro de las normas de la sharía”.
POR BLANCA RUIZ | ACI Prensa
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