–Con la Traditionis Custodes se ha armado un buen lío…
–Así es. Yo publico
ahora esto, y proyecto otros dos artículos. Sea lo que Dios me conceda.
–PRECEDENTES HISTÓRICOS DE CAMBIOS (A GRANDES RASGOS)
(En realidad, a los «grandes
rasgos» habría que llamarlos «pequeños rasgos»).
La
historia da grandes bandazos alternantes a un lado y al otro, como bien sabemos. Veámoslo en
Roma, como ejemplo típico. –Con la expulsión de último rey (509 a.Cto.), se
terminó la Monarquía (uno). –Y
se inició la República (todos), Senatus Populusque Romanus, que
duró algo menos de tres siglos, y que acabó en un caos de guerras civiles.
–Después de la Dictadura de
Julio César (100-44 a.Cto), –comenzó el Imperio
romano que se inició con el emperador Octavio (27 a.Cto.) (uno), y que duró unos cinco siglos,
cayendo por las invasiones bárbaras (476 d.Cto)…
Está claro: los criterios comunes que rigen la vida de los pueblos en cualquier cuestión –educación, valoración del trabajo manual o intelectual,
hábitos dietéticos, etc.–, siendo humanos, son imperfectos, y con el
tiempo acaban degradándose y fatigando al pueblo. Por eso al paso de unos años
o de unos siglos se cambian a un régimen
diverso y a veces opuesto. Pues bien, aunque con una mayor continuidad, en la
Iglesia sucede también algo semejante, pues es “una
realidad compleja, que está integrada por un elemento humano y otro divino”
(Lumen Gentium 41). Y ese elemento humano, guiado por la Providencia
divina, modifica con el cambio de épocas la fisonomía accidental de la Iglesia.
Y con esto llegamos a nuestro tema.
–Concilio
de Trento (1545-1563). Después de la crisis protestante, la Iglesia, reunida en
Concilio, reafirma la fe y disciplina eclesial, y se inicia la época
tridentina: gobierno capital de Roma (uno),
liturgia estable de San Pío V, Santo Tomás, exigencia eficaz de ortodoxia y
ortopráxis, infalibilidad pontificia en el Vaticano I, unidad teológica
considerable, vocaciones sacerdotales y religiosas, misiones potentes.
–II Guerra
Mundial (1939-1945), el nazismo alemán y el fascismo italiano (uno) son vencidos por las democracias de
los Aliados (todos). Y después de los
inmensos sufrimientos del período bélico, vienen unos años de paz y progreso.
Esa victoria potenció mucho el liberalismo iniciado en los siglos XVIII y XIX –inspirador y corruptor de todos los regímenes políticos,
democráticos, socialistas, comunistas, nazis, fascistas–. En ese tiempo
se impuso ya casi totalmente en la cultura de Occidente.
Se desprecia todo lo venerado
en la Edad Media y en los siglos tridentinos. Se odia la ley tanto como Lutero:
«Cristo nos liberó de la maldición de la ley» (Gal
3,13), «La mejor ley es la que no se hace», «Prohíbido prohibir» (mayo
de 1968), «Viva la libertad», aggiornamento
total: «hagamos nuevas todas las cosas» (cf. Apoc 21,5),
optimismo eufórico… Más tarde se llegará al horror de las naciones partidas en
partidos, en permanente guerra civil –aunque no sea armada–, al aumento de
suicidios y divorcios, a la imposición legal del derecho al aborto, a la unión
homosexual estable, a la eutanasia. Se irá así configurando el mundo en un
antropocentrismo que destruye al hombre y aleja de Dios.
* * *
EL CONCILIO VATICANO II – AGGIORNAMENTO
El
Concilio se celebró en los años de la nueva cultura eufóricamente liberal. Reafirmó la ortodoxia e impulsó desarrollos valiosos. Pero mostró una
benevolencia hacia el mundo antes impensable. Fue el Aggiornamento. Las poquísimas falsedades que
se hallan en el Concilio, más literarias que teológicas, van casi todas en esa
dirección.
«El hombre
contemporáneo camina hoy hacia el desarrollo pleno de su personalidad [sic!]
y hacia el descubrimiento y afirmación crecientes de sus derechos» [sic!] (Gaudium et
spes 41a). Por supuesto que el Vaticano II no se refiere aquí a los
perversos «derechos» falsos: aborto, homosexualidad
activa, eutanasia, etc. Pero celebrándose el Concilio en el inicio de la
Gran Apostasía de Occidente, cumplió con la obligación optimista de su tiempo. Pelagianismo y semipelagianismo. Cito otros
textos indicativos de esa tendencia.
Juan
XIII, en la solemne apertura del Concilio, descubre honradamente al principio
de su discurso que «una nube de tristeza y de
prueba» se cierne sobre la Iglesia (11-10-1962). «Los hombres o están con Él [Cristo] y con su Iglesia, y gozan
entonces de luz y bondad, orden y paz, o están sin Él o contra Él, y
deliberadamente contra su Iglesia, con la consiguiente confusión y aspereza» en
la sociedad y en las guerras (nn. 4-5).
Pero se reintegra pronto en la
euforia del mundo, obligada en su tiempo, y acusa a los «profetas de calamidades, que siempre están anunciando infaustos
sucesos como si fuese inminente el fin de los tiempos» (10).
Sin embargo, «al iniciarse el Concilio es evidente como nunca [sic!]
que la verdad del Señor permanece para siempre» (14)… Reconoce el
Papa muchos errores, que «frecuentemente [la
Iglesia] los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, por el
contrario, la Esposa de Cristo prefiere usar de la medicina de la
misericordia más que de la severidad»… Hay muchos errores en el
presente, es cierto, pero «ya los hombres, por
sí solos [sic!], hoy día parece que están por condenarlos» (15)…
Sin comentarios.
* * *
–LA MISA NUEVA NACE DEL VATICANO II
La
Misa de San Pío VI parte de la voluntad del
Concilio de Trento, y la Misa de Pablo VI nace del Concilio Vaticano II.
El Vaticano II impulsa la constitución Sacrosanctum Concilium
(1965) sobre la Sagrada Liturgia, en la que da
enseñanzas de gran calidad, y produce valiosas renovaciones, como la realizada
en la Liturgia de las Horas,
recuperándola para los laicos como oración máxima (100). Son renovaciones
positivas, plenamente lícitas,
realizadas «porque la liturgia consta de una parte que es inmutable,
por ser de institución divina, y de otras partes sujetas a cambio, que en el
decurso del tiempo pueden y aún debe variar… En esta reforma, los textos y
ritos se han de ordenar de manera que expresen con mayor claridad las
cosas santas que significan» (SC 21).
Este gran documento del
Concilio orienta la reforma litúrgica mediante varias
instrucciones princiipales.
Nadie debe cambiar nada
por su cuenta (22); haya continuidad entre la liturgia tradicional y la
renovada (23); conviene mejorar y acrecentar las Lecturas de la Biblia (24,
35); dése primacía a la celebración comunitaria (27); foméntese la
participación activa de toda la comunidad (28-30); sea la Liturgia para los
fieles un gran instrucción, y respétense los signos visibles elegidos por
Cristo o por la Iglesia «para significar realidades
divinas invisibles» (33). «Los ritos deben
resplandecer con una noble sencillez; deben ser breves, claros, evitando las
repeticiones inútiles; adaptados a la capacidad de los fieles, y, en general,
no deben tener necesidad de muchas explicaciones» (34).
«Se conservará
el uso de la lengua latina», reconociendo también que «el uso de la
lengua vulgar es muy útil para el pueblo en no pocas ocasiones» (36). «La Iglesia no pretende imponer una rígida uniformidad en
aquello que no afecta a la fe o al bien de toda la comunidad ni siquiera en la
liturgia» (37; «se admitirán variaciones y
adaptaciones legítimas a los diversos grupos, regiones, pueblos, especialmente
en las misiones» (38), sujetando estas adaptaciones a la Autoridad
eclesial correspondiente (39), que tiene «la
facultad de permitir y dirigir las experiencias previas necesarias en algunos
grupos preparados para ello». La diócesis, la parroquia, y las
diferentes Comisiones nacionales y regionales, deben ayudar en esta renovación
(40-46).
El Concilio impulsó la homilía
(52), la oración de los fieles (53), el latín junto a la lengua vernácula (54,
y 63), la comunión bajo las dos especies (55), el domingo y su Misa (57), la
concelebración (56). Dió también orientaciones sobre la renovación de los Ritos
de cada uno de los sacramentos (59-82).
«El celo por
promover y reformar la sagrada liturgia se considera con razón como un signo de
las disposiciones providenciales de Dios sobre nuestro tiempo, como el paso del
Espíritu Santo por la Iglesia» (43).
* * *
–LA MISA NUEVA
–PRECEDENTES
Al impulso del Concilio de
Trento, y existiendo ya la imprenta, el papa San Pío V estableció una
síntesis depurada de las anteriores tradiciones del Misal Romano, Y
promulgó en 1570 el que con el tiempo vino a llamarse el Misal de San Pío V. Es el que estuvo
vigente en la Iglesia católica latina hasta el Vaticano II. Se mantuvieron
vivos, sin embargo, algunos ritos particulares de más de 200 años de
antigüedad.
El
Misal tridentino recibió algunas modificaciones en los siglos siguientes.
Clemente VIII las introdujo mediante una Bula (1604). San Pío X introdujo algunas adiciones y variaciones, y reafirmó e
impulsó el uso del canto gregoriano (1903). Pío XII estableció un comisión para la liturgia, que duró 12 años
en sus trabajos, de la cual era secretario Mons. Annibale Bugnini. Mediante
ella modificó profundamente los ritos de la Semana Santa y de la Vigilia
Pascual (1951). Juan XXIII modificó
varias rúbricas de la Misa (1960), e introdujo en el Canon romano el nombre de
San José, detrás del de María y seguido de la citación de los apóstoles y los
mártires.
–GÉNESIS CONFLICTIVA DE LA MISA NUEVA
La constitución Sacrosanctum Concilium fue la primera constitución promulgada por el
Concilio (4-12-1963), y en seguida Pablo VI creó un Consejo
para ejecutar la Constitución de la Sagrada Liturgia, el Consilium (29-02-1964).
Al frente de él nombró prefecto al Cardenal Lercaro y Secretario a Mons.
Annibale Bugnini, dos progresistas con deficientes tendencias ecuménicas, que
iniciaron sus trabajos dejando completamente de lado la Congregación de Ritos.
El Consejo
integraba una cuarentena de miembros con voz deliberativa, la
mayoría de los cuales eran cardenales y obispos; y un gran número de
consultores liturgistas, entre los cuales había unos pocos de alta calidad,
como Jungmann y Vaggagini. A los tres años de sus trabajos, el Consilium presentó el proyecto de la Misa
nueva postconciliar, celebrándola ante 183 prelados (24-10-1967). Predicó la
homilía Bugnini. Y hecha la votación sobre la nueva Misa, fue rechazada: Placet: 71. Non
placet: 43. Placet juxta modum: 62. Abstenciones: 4…
Se presentaron después graves
objeciones contra la Misa pretendida. Especialmente valiosas fueron las del
cardenal Alfredo Ottaviani, prefecto de la Doctrina de la Fe, escritas al papa
Pablo VI, que éste tuvo en cuenta con presteza, corrigiendo y precisando el
borrador de la Misa, como reconoció el Cardenal:
«Me he alegrado
profundamente al leer los discursos del Santo Padre sobre las cuestiones del
nuevo Ordo Missae y sobre todo sus precisiones doctrinales contenidas en
los discursos para las audiencias públicas del 19 y el 26 de noviembre [de
1967]. Creo que, después de esto, ya nadie puede escandalizarse sinceramente.
En lo demás, hará falta una obra prudente e inteligente de catequesis, para
solucionar algunas perplejidades legítimas que puede suscitar el texto». Él celebró ya siempre hasta su
muerte la Misa nueva.
La
Misa nueva, revisada y
corregida, fue promulgada por el papa San Pablo VI (3-04-1969) como la forma ordinaria de
la Misa del Rito Romano. Fue editada como Misal
Romano en 1970, y en edición
revisada en 1975. Vino a ser llamada la Misa de Pablo VI, en la intención del cual venía a sustituir
la Misa tridentina, la de San Pío V. Así lo declaró en un Consistorio cardinalicio (24-05-1976), en el
que rechazó las impugnaciones que la nueva Misa venía sufriendo de parte de
Mons. Lefebvre y de ciertos grupos filolefebvrianos.
«Es en nombre de
la Tradición que pedimos a todos nuestros hijos, a todas las comunidades
católicas, que celebren, con dignidad y fervor, la liturgia renovada. La
adopción del nuevo Ordo Missae no se deja en absoluto al libre albedrío
de los sacerdotes o los fieles». Aceptada la nueva Misa por Juan Pablo II, fue también bendecida por
Benedicto XVI, y hoy por el papa Francisco.
–VALORES DE LA MISA NUEVA
La
Misa de Pablo VI (1969) es una Misa ortodoxa y tradicional, que recupera
ciertos ritos y modifica otros. Señalo algunos ejemplos, citando de memoria,
quizá con algún error. La Misa del Novus ordo dispone
que la oración penitencial y el padrenuestro sean rezados juntamente por
sacerdote y pueblo; acrecienta notablemente el Leccionario en tres ciclos
(ABC); reconfigura la homilía; incluye las preces de los fieles; amplía el
número de prefacios; establece cuatro plegarias eucarísticas, manteniendo como
primera el Canon Romano antiguo; el sacerdote recita el canon de modo audible;
establece la procesión para recibir la comunión; da en el Año Litúrgico una
primacía grande a la Misa dominical; recupera en ciertas ocasiones la
concelebración y la comunión bajo las dos especies; separa del altar el
sagrario, asignándole un lugar propio. Aunque algunas de estas normas
puede tener su lado deficiente, en general son desarrollos positivos del Rito
eucarístico, que ignora algunas indicaciones del Vaticano II, pero cumple
otras.
–sencillez
en gestos (SC 34).Durante muchos
siglos el lenguaje no-verbal era muy usado en las diferentes culturas; por
ejemplo, las postraciones y las inclinaciones de respeto. Hoy ese lenguaje se
ha limitado mucho: en nuestro tiempo se saluda con el saludo normal al rey, que
viste como un ciudadano más; la mujer casada y la soltera llevan el mismo
peinado y vestido; las inclinaciones de cabeza escasean, y las profundas
sólo se mantienen en Japón y en algún país en desarrollo. La Misa nueva, «con una noble sencillez», simplifica y reduce en
número los gestos de veneración. El trazado de la cruz o la inclinación
profunda, que en la Misa tridentina se hacían muchas veces, se reducen en la
Misa nueva –quizá en exceso– a unos pocos momentos más importantes de la
Eucaristía.
–brevedad (SC 34). La Misa tridentina era bastante larga, lo que era
natural y conveniente en una vida humana que, en culturas predominantemente
agrícolas, transcurría con más calma y lentitud. Hoy, en un marco industrial y
urbano, abundante en servicios, comunicaciones y movilidad de viajes, el hombre
común vive más deprisa, y no es raro que trabajo y familia acaparen al
cristiano, sin dejarle cada día para la liturgia tiempos largos. Sin embargo,
hoy el cristiano de Misa diaria, con la Misa nueva, puede normalmente mantener
tan santa costumbre, que quizá no podría mantener si durase bastante más
tiempo, como sería con la Misa de San Pío V.
Por otra parte, antiguamente
era muy grande el número de sacerdotes, pero en el tiempo moderno es mucho
menor, Y son numerosos los sacerdotes que, sobre todo sábados y domingos, han
de celebrar bastantes misas en su parroquia o incluso en diferentes
lugares; lo que realizan esforzadamente con la Misa nueva, pero que con la
antigua sería imposible.
Estamos,
como se ve, en consideraciones prudenciales, donde el demasiado breve o demasiado
largo, siempre
expresa un discernimiento, que no debe ser tenido como cierto, como el único
verdadero. Pero que no constituye un mayor problema al sacerdote que celebra
digna y fielmente la Misa, ateniéndose a lo que la Iglesia ordena en el
rito.
–DEFICIENCIAS
Son
no pocas. La
brevedad excesiva, como el Canon II, que se alarga en la liturgia de la Palabra, para
precipitarse en la consagración muy en breve. Son demasiadas las moniciones
improvisadas, cuando a la celebración del Mysterium
fidei no le conviene un parloteo del sacerdote y de monitores, que
contraría al Vaticano II, que pide claridad en los ritos, y «que no necesiten de muchas explicaciones» (SC
34). Son quizá también excesivas las ocasiones en las que se deja al juicio del
celebrante hacer algo u omitirlo –incienso, asperges en tiempo pascual,
etc–. Parece que la rúbrica clásica pro
oportunitate, viene así a
significar demasiadas veces deleatur. Son
insuficientes las signaciones con la cruz, genuflexiones e inclinaciones
profundas. Pero hay deficiencias más graves:
–La vuelta
del altar «coram populo» creo que es la más grave
deficiencia de la renovación postconciliar de la Santa Misa. La instrucción Inter Oecumenici (26-09-1964, n. 91), firmada durante el Concilio por el Cardenal Larraona, prefecto de la Sagrada Congregación de Ritos, y por el
Cardenal Lercaro, presidente del Consilium
ya citado, estableció lo siguiente: «Constrúyase
el altar separado de la pared, de modo que se le pueda rodear fácilmente y la
celebración se pueda realizar de cara al pueblo (versus populum)».
La norma, siendo papa Pablo
VI, fue integrada literalmente en la Instrucción
General del Misal Romano (1975,
n.262) en lo que trata del altar. Este importante documento fue revisado en
tiempo de Juan Pablo II, que publicó la misma Instrucción (2000), conservando
literalmente la misma norma sobre la orientación del altar, a la que añadió: «lo cual conviene que sea posible en todas partes» (n.
299).
Nunca
se dio a esta norma ninguna válida fundamentación teológica, pastoral o
litúrgica, pues no tenía precedente alguno en la historia de la Misa. Focalizar
la mirada y atención del pueblo en el sacerdote, dando a éste un protagonismo
inconveniente, y volviéndolo en posición de mirar al pueblo, fue una decisión
arbitraria y de pésimas consecuencias. Estudio el tema en los artículos (266) y (267).
–La
comunión en la mano se introdujo de mala manera
contra la voluntad del Papa y contra la mayoría del Episcopado católico
consultado (estudio el proceso en mi artículo (280). Es verdad que
antiguamente era un modo común de comulgar, como se ve en esta enseñanza de San
Cirilo de Jerusalén (315-386): «Cuando te acerques,
no lo hagas con las manos extendidas o los dedos separados, sino haz con la
izquierda un trono para la derecha, que ha de recibir al Rey», etc. (Catequesis
V,21ss). Normas análogas se encuentran en otros autores, como San
Jerónimo (+420), Teodoro de Mopsuestia (+428) o San Agustín (+430).
Siglos después se generalizó
la comunión en la boca, como lo prescribe, por ejemplo, el concilio de Ruán
(878), llegando a ser el modo universal en la Iglesia durante doce siglos. Pero
después del Vaticano II, al impulso de liturgistas renovadores, fue extendiéndose
la costumbre de la comunión en la mano, primero como abuso tolerado,
después como excepción pedida y permitida. Pablo VI, sin embargo,
reafirma la norma general de la comunión eucarística en la boca (Memoriale
Domini, instrucc. Congregación del Culto,
28-05-1969) Había consultado el Papa antes a todos los Obispos católicos de
rito latino: «¿Se ha de acoger el deseo de que, además
del modo tradicional, se permitan también el rito de recibir la Sagrada
Comunión en la mano? Placet: 567. Non placet: 1.223. Placet
juxta modum: 315. Votos inválidos: 20»… Amplia oposición del
Episcopado a la comunión en la mano.
No se cumplió, sin embargo, el
Roma locuta, causa finita. Prosiguió
la presión pro-comunión-mano. Finalmente, la Congregación del Culto, autorizada
por Juan Pablo II, publicó la instrucción Notificación acerca de la
comunión en la mano (3-IV-1985):
«La Santa Sede,
a partir de 1969, aunque manteniendo en vigor para toda la Iglesia la manera
tradicional de destribuir la Comunión [en la boca], acuerda a las Conferencias
Episcopales que lo pidan y con determinadas condiciones, la facultad de
distribuir la Comunión dejando la Hostia en la mano de los fieles».
Juan Pablo II y Congregación,
publica la Instrucción general del Misal Romano revisada
(2000). En ella establece que cuando la Comunión se da sólo bajo la especie de
pan, «se recibe en la boca, o donde haya sido
concedido, en la mano, según su deseo» (nº 161).
Y en ésas estamos. Aún se da
el caso de sacerdotes, pocos, que con gran abuso niegan la
comunión a quien pide comulgar en la boca. Y lo que también es muy grave: Aún
hay personas que dicen o insinúan que «la comunión en la mano es la causa principal
de la apostasía de Occidente»… Increíble. ¿Cómo cristianos fieles y cultos pueden proferir esa
enormidad? Durante los siglos en que era común la comunión en la mano se
produjo, por la gracia de Dios, una gran difusión del cristianismo en
Occidente. ¿Ese dato indiscutible no les dice nada?… Tampoco
creen lo que la Instrucción general del Misal Romano (Pablo VI, 1975; revisado por Juan Pablo II y el cardenal
Arinze en el 2000, por el que cito) afirma en el Proemio en sus
dos primeros subtítulos: «Testimonio de la fe inalterada» (2-5) y
«Manifestación de una tradición ininterrumpida»
(6-9).
Ellos siguen echando pestes
contra la Misa de San Pablo VI. La Misa postconciliar, aseguran
piadosamente, cambia la Lex orandi, cambia así la Lex
credendi, y al cambiar en consecuencia la
fe, edifica una Iglesia nueva,
distinta de la católica. Son lefebvrianos o filolefebvrianos.
–LA MISA ABUSADA
Desde
su nacimiento la Misa de Pablo VI sufrió innumerables abusos. Por muchas razones:
–porque buena parte del clero estaba más o menos afectado por la aversión
luterana a la ley, –y por el espíritu postconciliar del aggiornamento universal mal entendido: «He aquí que hago nuevas todas las cosas» (Ap
21,9). Porque el Concilio, concretamente la Sacrosanctum
Concilium,–dispuso con liberal generosidad: «se
admitirán variaciones y adaptaciones legítimas» según pueblos y
culturas, sobre todo en misiones (38). –Porque se dio a las Conferencias
episcopales «la facultad de permitir y dirigir
experiencias» (39-40), y –alentar la formación de Comisiones litúrgicas
nacionales, diocesanas o parroquiales (44-46), que en muchas ocasiones, más de
las convenientes, dieron lugar a una anomía intolerable en la disciplina
litúrgica. –Porque los Obispos y la Santa Sede no frenaron suficientemente los
abusos, pues siguiendo la orientación de San Juan XXIII, prefirieron la misericordia a la severidad
–por no decir a la justicia, pues los fieles tiene derecho a una
celebración correcta de la sagrada Liturgia–.
Casi
cualquier abuso podía darse impunemente. Suprimir totalmente el latín, eliminar inclinaciones leves o
profundas, partir la sagrada Hostia en el momento de la consagración (tomó
Cristo el pan, lo partió, y),
eliminar el lavabo, sustituir las genuflexiones por mínimas inclinaciones,
mantenerse en pie los fieles durante la misma consagración, introducir lecturas
nuevas (de autores profanos algunas), recitar un Credo
de creación local, celebrar sin ornamentos, usar en vez de cáliz un
vaso normal de agua o un tarrito de barro, ofrecer con una sola oración el pan
y el vino, favorecer la invasión piadosa del presbiterio, confiar las lecturas
a cualquiera, incluso a niños, etc. Todo podía ser materia de abuso, y
normalmente esa funesta creatividad no era frenada con la prontitud y la severidad
necesarias. No sigo enumerando enormidades por no abrumar a los lectores y no
fatigarme yo.
En ese tiempo anómico, la
Congregación del Culto hizo algunas notificaciones denunciando abusos
concretos, pero sin la fuerza y la eficacia necesarias. Obispos y sacerdotes
seguían en las mismas. Con el tiempo, sin embargo, aunque sólo fuera por
cansancio, se fue moderando la producción de abusos, pero algunos habían
arraigado tanto que aún se producen con frecuencia, como la eliminación del
lavabo.
Pasaron más de treinta años
desde el inicio de la Misa nueva (1969), tan abusada, hasta la recopilación de los abusos más frecuentes y graves que Juan Pablo II ordenó hacer a la Congregación
del Culto, presidida por el cardenal Arinze –africano, casualmente, como el
cardenal Sarah–. Así se publicó la instrucción
Redemptionis Sacramentum
(25-03-2004). Es un documento pontificio extraordinario, muy largo,
con 186 números, que en su Capítulo I (14-35) dirige una urgente llamada de atención a
Obispos, Conferencias episcopales, sacerdotes e incluso laicos, contra el
horror de los abusos en las celebraciones de la Sagrada Liturgia . Y que hace
después un elenco de los abusos cometidos contra la Misa,
reprobándolos con fuerte argumentación.
Pero el valioso documento no
logró la eficacia por falta de colaboración en los Obispos y sacerdotes
liberal-tolerantes. Aún conozco situaciones en que los padres de familia
católica hubieron de buscar en las parroquias de su población alguna en la que «se celebre bien la Misa», consiguiéndolo a veces
o viéndose obligados los domingos a participar en la Misa viajando a otra
población.
–LA MISA CALUMNIADA
Los
abusos en la Misa no tiene su causa en ella misma, sino en quienes los cometen.
Si una buen Sinfonía es
interpretada por la orquesta pobre de un municipio pobre, el resultado será
miserable. «¡Qué Sinfonía tan mala, qué mal
suena!»… Pero la culpa no la tiene la buena Sinfonía, sino la mala
orquesta. Es obvio… Pues bien, entre los que arremeten contra la Misa nueva son
muchos los que ignoran esta verdad tan clara. En realidad no hacen crítica de
la propia Misa, sino de la Misa abusiva que ellos conocen aquí y allá. Trato de mostrarlo
con un ejemplo muy grave:
SE CALUMNIA A LA MISA DE PABLO VI ACUSÁNDOLA DE NO
SER «SACRIFICIAL».
La celebra «una Iglesia que no tiene ya necesidad del sacrficio de
Nuestro Señor porque, habiendo perdido la noción de pecado, no tiene nada que
expiar» (Don Davide Pagliarini, Superior General de la FSSPX,
en Carta del 22 de julio del 2021).
Es falso. Las cuatro Plegarias
eucarísticas afirman repetidamente en sus textos la condición
sacrificial de la Misa de Pablo VI (1969). Lean en el Misal romano actual y podrán comprobarlo. No
podía ser de otro modo, porque ésa era la convicción firmísima de Pablo VI, su
autor, quien el año anterior la había profesado nada menos que en el Credo del Pueblo de Dios: «Nosotros creemos que la misa, que es celebrada por el
sacerdote representando la persona de Cristo, es realmente el sacrificio del
Calvario, que se hace sacramentalmente presente en nuestros altares»
(1968, n. 24). ¿Cómo, pues, un
cristiano honrado puede negar el sentido sacrificial de la Misa nueva, si tanto ella misma como su Autor directamente lo afirman
con toda claridad?…
Más. ¿Y cómo
entonces pudo casi desaparecer en la conciencia de curas y fieles la convicción
de que la Misa es un sacrificio de expiación? Es muy fácil explicarlo.
Porque sobre el tema ciertos teólogos o liturgistas habían sembrado abundantes
errores, afectados más o menos por la negación luterana de la Misa como sacrificio.
Va un ejemplo: Olegario González de Cardedal, en su obra
Cristología (BAC, Madrid 2001, 601 pgs.), integrada en la colección Sapientia fidei (manuales
promovidos por la Conferencia Episcopal Española, nº 24), dice:
«Sacrificio. Esta palabra suscita en muchos
[¿en muchos católicos?] el mismo
rechazo que las anteriores [sustitución, expiación, satisfacción]. Afirmar que Dios necesita sacrificios o que Dios exigió el sacrificio de
su Hijo sería ignorar la condición divina de Dios, aplicarle una comprensión antropomorfa y pensar que
padece hambre material o que tiene sentimientos de crueldad. La idea de
sacrificio llevaría consigo inconscientemente la idea de venganza, linchamiento
[…] Ese Dios no necesita de sus criaturas: no es un
ídolo que en la noche se alimenta de las carnes preparadas por sus servidores»
(540-541). Él propone: «Ciertos términos han
cambiado tanto su sentido originario que casi resultan impronunciables.
Donde esto ocurra, el sentido común exige que se los traduzca en sus
equivalentes reales […] quizá la categoría soterilógica más objetiva y cercana
a la conciencia actual sea la de “reconciliación”» (543)
El terrorismo verbal de
Olegario no se detiene ante el lenguaje sacrificial de la Biblia, ni de la
Tradición de los Padres, ni de las liturgias de Oriente y Occidente, ni de las
modernas declaraciones de Pablo VI (Mysterium
fidei, 1965, 4) o de Juan Pablo
II (Ecclesia de Eucaristia, 2003,
11-13), que con su Autoridad docente suprema presentan la palabra sacrificio como
la más precisa expresión de la santa Misa. “El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía
son, pues, un único sacrificio” (Ecl. Euc. 14, citando al Catecismo
n. 1367).
No bastan esos testimonios.
Él, Olegario, acompañado de otros, declara impronunciable el término. ¡Y son
muchos los Obispos y sacerdotes que siguieron y siguen su consejo!… En
consecuencia, de hecho, la mayoría actual del común de los fieles practicantes casi nunca ha oído hablar de la Misa como sacrificio. No le han dado esta fundamental
convicción de la fe católica ni en catequesis, ni en prédicas, ni en libros,
revistas o reuniones. Cohibidos por el ataque verbal de algunos teólogos y
liturgistas contrarios al término, no lo usan porque nadie da lo que no tiene;
y ellos no creen o no viven la Misa como sacrificio. Pero incluso muchos de los
mismos curas y catequistas que creen en la Misa como sacrificio no se atreven a
usar la palabra impronunciable, prohibida por «el
mayor teólogo español del siglo XX»… Contra su palabra, nada valen las
enseñanzas de los Papas.
Basta ya. Pregunto: ¿Alguno de ustedes ha oído decir a «el que preside»
(también está prohibida la palabra “sacerdote”) en la introducción a
la Misa: “Para celebrar dignamente el Sacrificio eucarístico, pidamos al Señor que perdone nuestros pecados”»… Algún
feligrés diría por lo bajo o para sus adentros: «¿Pero
qué dice este hombre?»…
NO ES LA MISA DE PABLO VI LA QUE DISMINUYE O
SUPRIME EN LA EUCARISTÍA «EL SACRIFICIO», SINO QUIENES LA MAL-CELEBRAN,
SILENCIANDO DE MODO SISTEMÁTICO LA SIGNIFICACIÓN DEL TÉRMINO.
Y así ocurre con otras
palabras o gestos rituales de la Misa nueva, tan abusada y tan calumniada.
* * *
–HAY QUE RECUPERAR LA CELEBRACIÓN DE LA MISA EN LA
ESTRICTA FIDELIDAD A SUS INTERNAS NORMAS
Hay que «salvar» la Misa post-conciliar de abusos y
calumnias. El Capítulo I de la Redemptionis
Sacramentum lo exhorta con
energía a Obispos y presbíteros, laicos y religiosos. Tenemos que recuperar
entre todos la verdad de la Misa de Pablo VI, la Misa del Novus Ordo, la
Misa actual, celebrándola «como Dios manda», respetando
siempre las rúbricas internas del Misal Romano,
y las dispuestas más ampliamente en la Institutio
Generalis Missalis Romani (2000).
Con el favor de Dios, el
próximo artículo será el Elogio y defensa del
Misal de S. Pío V; y el siguiente, Recuperemos
con fidelidad la Misa de S. Pablo VI.
José María Iraburu, sacerdote
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