La opción benedictina sacudió el mundo católico en 2017 y, en cierto modo, también a ciertas ramas del protestantismo y la ortodoxia. Rod Dreher consiguió con su libro abordar una cuestión clave en el momento preciso: el mundo secular, explicaba con una prosa periodística y numerosos ejemplos, es crecientemente hostil a la religión. Un diagnóstico obvio. Pero además se atrevía a proponer una estrategia, la opción benedictina, consistente en una cierta retirada del espacio público por parte de los cristianos para enfocarse prioritariamente en establecer y fortalecer pequeñas comunidades en las que vivir y transmitir la fe. La opción benedictina provocó interesantes debates en los que se discutió sobre sus aciertos, carencias, sugerencias y limitaciones que no es el momento de reproducir aquí.
Ahora Dreher vuelve con un
nuevo libro, Vivir sin mentiras, que es en cierto modo una continuación de la
reflexión que dio lugar a La opción benedictina. Las cosas no han
mejorado desde entonces, al contrario, nuestras sociedades ofrecen crecientes
síntomas de lo que Dreher no duda en calificar de nuevo totalitarismo cada vez
más excluyente y amenazante hacia los cristianos que viven en Occidente. No es
necesario recurrir a conspiraciones varias, lo vemos a diario a poco que
sigamos mínimamente la actualidad.
Dreher dedica una parte
importante de su nueva obra a analizar este nuevo totalitarismo emergente y lo hace con su estilo, periodístico, de fácil
lectura, jalonado por numerosos ejemplos y vivencias; un estilo que no le
convertirán en un prestigioso académico, pero que sus muchos lectores le
agradecen. El diagnóstico que nos ofrece Dreher es muy revelador y explica
satisfactoriamente algunos de los rasgos más característicos del mundo hacia el
que nos dirigimos y que ya es una realidad en constante expansión. No es
ninguna sorpresa cuando nos fijamos en los autores a los que acude como guías
para interpretar el momento en que vivimos: Solzhenitsyn, Arendt, Orwell,
Huxley, Benda…
Con Arendt señala que en este totalitarismo blando la ideología derriba todas las
tradiciones e instituciones, que deben amoldarse a ésta o desaparecer. El
Estado, pero también el mundo empresarial (el capitalismo woke, con sus Big
Tech a la cabeza y sus “políticas de vigilancia”),
ya no se contenta con controlar las acciones, sino también los pensamientos y
emociones, al tiempo que demanda adhesión a una agenda woke y castiga con el
ostracismo al disidente. Eso sí, a quienes se suman a este nuevo y esplendoroso
mundo feliz se les asegura una vida cómoda y segura (aunque la realidad se
asemeja más, para la inmensa mayoría que no pertenece a la élite, a un
empobrecedor horizonte de videojuegos, series y sexo virtual). A cambio,
solamente hay que asentir a la neolengua contemporánea. Los ejemplos que trae
Dreher nos resultan familiares: “Los hombres
menstrúan… La equidad significa tratar a las personas de manera desigual…” Y
aunque a quien lea estas líneas le pueda parecer ridículo, lo harán con
entusiasmo, porque como escribe Dreher, son muchos, la mayoría, quienes estarán
dispuestos a aceptarlo “porque estará más o
menos satisfechos con las comodidades hedonistas” que les ofrecen a cambio
de vivir en la mentira.
Al señalar los paralelismos
entre las sociedades occidentales de nuestra modernidad tardía y las sometidas
al comunismo soviético, Dreher no se desvía mucho del grito de alarma lanzado no hace mucho por Legutko
en Los demonios de la democracia (otro libro muy recomendable).
¿Cómo debemos
reaccionar los cristianos ante esta situación, ante estos signos de los
tiempos? Dreher
señala que son mayoría quienes, frente a la nueva “religión
woke”, apuestan por buscar una tregua y ser aceptados tras pagar el
peaje de transformar el anuncio evangélico (a fin de cuentas siempre molesto)
por lo que llama un “deísmo terapéutico
moralista”: una “decadente forma de cristianismo… que consiste
en la creencia general de que Dios existe y que lo único que quiere de nosotros
es que seamos simpáticos y felices”. No voy a extenderme,
pero la caracterización que hace Dreher de lo woke, o el culto a la “Justicia Social” como pseudorreligión tiene
momentos brillantes. Como cuando señala que en ese marco “el «diálogo» es el proceso mediante el cual los opositores
confiesan sus pecados y se someten con miedo y temblor al credo de la justicia
social”. Al más puro estilo de la revolución cultural.
Frente a este panorama, la
propuesta de Dreher es inspirarse en los cristianos que resistieron, con éxito,
al totalitarismo comunista en el siglo XX. Para ello no solo ha leído con
atención sus libros, sino que ha viajado por los países que estuvieron sujetos
al yugo del comunismo para conocer y hablar de primera
mano con los disidentes, para comprender cómo lograron sobrevivir a
la persecución. Así van a ir desfilando ante nuestros ojos disidentes checos,
eslovacos, húngaros, polacos, rusos, croatas, serbios…
El objetivo de Dreher es, a
partir de esa experiencia, convertirnos en disidentes cristianos del siglo XXI.
¿Y eso en qué consiste? Pues ni más ni menos
que en vivir en la verdad, en negarse a vivir en la mentira. Inspirándose en
Solzhenitsyn, propone “no decir, escribir, afirmar ni distribuir nada que deforme la verdad”
y “no participar en ninguna reunión en la que se
imponga una línea de debate y nadie pueda decir la verdad”. Parece
sencillo, pero es cada vez más inusual y ya se puede calificar de heroico.
Cuando Dreher quiere traducir este compromiso a términos concretos y actuales
nos damos cuenta de su dificultad: “No permitas que los medios de comunicación y las instituciones hagan
propaganda a tus hijos. Enséñales a identificar las mentiras y a rechazarlas.” El capítulo dedicado a la memoria (siguiendo a
Leszek Kolakowski: “la gran ambición del
totalitarismo es el control y la posesión total de la memoria humana”) nos
hace comprender mejor el porqué de la obsesión en nuestro país con las leyes de
“memoria histórica” o “memoria democrática”. Y por supuesto, lo sabemos
bien, el lenguaje es el campo de batalla primordial contra este totalitarismo
que desea a toda costa configurar nuestras almas.
Reaparece aquí la «opción
benedictina» orientando la tarea del disidente cristiano del siglo XXI: el
disidente no puede sobrevivir solo, necesita un liderazgo espiritual y “formar pequeñas células de compañeros creyentes con
quienes pueda orar, cantar, estudiar las Escrituras y leer otros libros
importantes para su misión”. Los ejemplos entre los resistentes al
comunismo en Europa del Este abundan. Empezando por las familias, que de
células primeras de la sociedad, en la disociedad que nos presenta Dreher se
han convertido en las primeras células de resistencia, siguiendo el ejemplo del
clan de los Benda en la Praga comunista, del que extrae numerosas lecciones. En
el mundo del totalitarismo blando, advierte con razón Dreher, ya no podemos
simplemente “vivir como viven
todas las familias, con la única diferencia de ir a la iglesia los domingos…
Los padres cristianos han de ser deliberadamente contraculturales”.
La «opción
benedictina» fue recibida con entusiasmo por algunos y con acervas
críticas por otros. Vivir sin mentiras no pretende discutir estas últimas sino que sigue
avanzando por el camino trazado por Dreher, enriqueciéndolo con un sólido
análisis del totalitarismo blando en que ya vivimos y con el ejemplo de los
disidentes del comunismo. Propone así agudas y muy necesarias reflexiones y
propuestas prácticas que uno no puede dejar de recomendar, pero persisten
algunas limitaciones que Dreher no soluciona. Más allá del debate sobre el
abandono del ámbito político, a uno le asalta la duda de, por ejemplo, en qué
medida será posible encontrar un espacio para desarrollar la propuesta de
Dreher en un mundo en el que los instrumentos para
supervisar cada instante de nuestras vidas son mucho más potentes y
omnipresentes que aquellos de los
que disponía el totalitarismo comunista del siglo pasado. Algo de lo que el
propio Dreher es consciente al escribir que “dondequiera
que nos escondamos, nos rastrearán, darán con nosotros y nos castigarán si es
preciso”.
Estamos ante un libro que hay que leer, subrayar,
meditar, discutir; que sugiere muchas otras lecturas y que nos propone,
aplicando el método “ver, juzgar, actuar” tan
querido por el padre Kolakovic, cambiar probablemente algunos aspectos del modo
en que vivimos. Lo que podía leerse como una invitación en tiempos de La opción benedictina, ahora ya es una urgencia que mañana (o quizás
esta misma tarde) ya será una oportunidad perdida.
Jorge Soley
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