Estamos atravesando una circunstancia espantosa, horrible. La pandemia del coronavirus se está cebando de un modo muy especial con la población más vulnerable por edad y/o enfermedad. A esa catástrofe se deben añadir los daños colaterales: personas que sufren o mueren por una atención que, en términos generales, es peor.
Las cifras de la siega que
todos estos factores ha cosechado es pavorosa; especialmente en las residencias
de ancianos. Hay de todo. Algunas han respondido muy bien, otras regular y
otras muy mal. Pero no cabe duda de que hay que “humanizar”
más el trato a las personas mayores. Se humanizan las calles. Se lucha
por el bienestar animal. ¿Y las personas mayores,
qué? ¿Qué garantías tienen – y tiene la sociedad – de que son tratadas en
conformidad con su dignidad de personas?
Estas dudas deberían llevarnos
a arrimar el hombro; a mejorar las cosas. Pero no. Algunos siguen con lo mismo,
con lo suyo: favorecer y ampliar la cultura de la
muerte. Algunos – siempre serán demasiados – quieren convertir lo que llaman
“eutanasia” en un derecho. O sea, en algo que exige, por parte de los demás, de
la sociedad, de las leyes, el cumplimiento de una obligación.
Si alguien pide ser eliminado
físicamente, los demás – la sociedad, las leyes, etc. – tendrían la obligación
de eliminarlo físicamente. De matarlo, para hablar con claridad. Un “derecho” de este estilo es aberrante, pues
pretende generar obligaciones aberrantes. Pretende obligar a que otros –
los demás – se conviertan, de modo activo o pasivo, en homicidas o en
consentidores del homicidio.
Se apela al ejercicio de la
libertad. Si yo lo pido, que me “ayuden a morir”. Pero
la apelación a la libertad personal no puede ser un cheque en blanco que
justifique cualquier cosa. Además, la libertad siempre está condicionada, más o
menos, pero condicionada.
¿Es libre quien
se ve empujado social y legalmente a no convertirse en una carga para los
demás? ¿No se ejerce una cierta presión para animarle a pedir que “ya”, que “ya
basta”, que le “ayuden” a morir? ¿Es eso libertad y es eso respeto a la
libertad? Lo dudo. No
creo que lo sea. En absoluto.
Tenemos ejemplos de adonde
conduce todo esto: a una pendiente resbaladiza. Como en Holanda. Se parte de
casos muy concretos, con muchas comprobaciones legales, con gran transparencia,
y se termina en algo muy diferente. En realidad, no tan diferente, pues lo que
empieza mal suele acaba peor.
Los obispos españoles – la
Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal - han dicho sobre la
tramitación de la ley sobre la eutanasia: “No se
entiende la propuesta de una ley para poner en manos de otros, especialmente de
los médicos, el poder quitar la vida de los enfermos. El sí a la dignidad de la
persona, más aún en sus momentos de mayor indefensión y fragilidad, nos obliga
a oponernos a esta ley que, en nombre de una presunta muerte digna, niega en su
raíz la dignidad de toda vida humana”.
No se entiende. O, quizá, se
entiende demasiado bien. Se trata, este proyecto de ley, de un retroceso, de un
signo – otro más – de pérdida de humanidad. De un paso a favor de un mundo
todavía más cruel y despiadado. Eso sí, revestido de una capa – muy superficial
y muy hipócrita - de bondad y de compasión: ¡Que no
sufran! Y, sobre todo, que no nos cuesten dinero y que no den la lata.
Guillermo Juan
Morado.
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