Jesús nos enseña que
seremos medidos en el amor y que, al final de nuestra vida, no nos van a
preguntar por nuestras posesiones o títulos.
Por: Qriswell Quero de Pérez | Fuente: PildorasdeFe.net
Me crié en un mundo en donde me forjaron una
mala idea de que los mandamientos de Dios eran una imposición religiosa o
alguna forma de dominación. Mucho después en mi proceso de conversión descubrí
que los mandamientos en realidad son la senda para encontrar el sentido y el
gozo en la vida, dicho por Aquel que sabe más que nosotros y nos ama
mucho, y también nos quiere
enseñar a amar.
He descubierto que todos los caminos contrarios,
o que se oponen a estos divinos mandatos, solo conducen a muchas desdichas, a
sendas de dolor o sufrimiento que tarde o temprano abarrotan al alma sin
dejarle una salida visible.
Todo lo que Dios nos ha enseñado es para que encontremos vida en abundancia,
para que encontremos el amor y la mejor forma de amar.
El camino del mal siempre tiene su atractivo, y
se disfraza de lujos, placeres y bondades superficiales para presentarse como
si, solo a través de él, lograremos alcanzar la felicidad Pero dista mucho de
ser así.
El que vive como Jesús, practicando las virtudes
cristianas y haciéndolas parte de su vida, tiene mucha más felicidad en su
corazón que el que va por otras vías
"rápidas".
Jesús es el Camino, la Verdad que nos lleva a la
vida, a disfrutarla. Él nos enseña el verdadero amor y que seremos medidos en este amor.
Al final de nuestra vida, no nos van a preguntar
por nuestras posesiones o títulos, sino cuánto amor entregamos a los demás,
cuánto amor dimos. La única pregunta será sobre el amor concreto
a nuestros hermanos, porque en cada uno de ellos está Jesús mismo queriendo
ser amado.
ORACIÓN
Señor, hoy vengo ante Ti y
me rindo a tus pies para que guíes mis pasos e ilumines todos mis senderos con
tu luz poderosa.
Enséñame a recorrer tus
caminos, no quiero vivir lejos de Ti, de tu amor, de tu abrazo consolador, pues
solo Tú traes consuelo al alma.
Ven y transforma mi
corazón. Aleja de él todo vestigio de oscuridad, límpialo y sánalo para que
aprenda amar sin límites.
Reconozco que en mucho te
he fallado, pero tu amor puede levantarme, puede sanarme y puede transformarme.
Ven y enséñame a amar, a
entender que sólo en Ti encontraré la verdadera felicidad, que sólo Tú puedes
cambiar mi vida y mostrarme lo que mejor me conviene.
Deseo abrir la puerta de mi
corazón a tu presencia renovadora, al manantial de gracias que derramas a través
de tus Sacramentos.
Concédeme el don de la
alegría. Sana las heridas de mi corazón que han sembrado miedo y dolor, para
poder así actuar con todas las capacidades que me has regalado.
Confío en tu amor, en que
eres Tú eres el dueño de mi vida y que me das las fuerzas que necesito para
alcanzar mi propia felicidad.
Amén.
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