La nueva embestida
abortista del actual gobierno argentino vuelve a poner sobre el tapete hasta
dónde llegan las contradicciones de los que dicen defender a los árboles y las
mascotas, y demuestran un desprecio absoluto hacia la vida humana más indefensa.
Este viernes 14, memoria de
los Santos Cirilo y Metodio, copatrones de Europa; y de San Valentín, mártir,
como lo hago diariamente, antes de la salida del sol, recé el Oficio de Lectura
y las Laudes, en el templo de mi parroquia; y, luego, hice la meditación.
Después, para evitar los latigazos del sol casi africano que tenemos estos
días, aproveché las últimas sombras para realizar un poco de limpieza en el
jardín, y tras algunos ejercicios físicos en la plaza, fui a pagar algunos de
los servicios parroquiales. Como era bien temprano, ya había fila a la espera
de su apertura. La polémica entre los que aguardábamos, como de costumbre, era
el costo de la luz, el gas, el teléfono y demás cargas; con tarifas que buscan
ser del primerísimo mundo y, claro está, con sueldos e ingresos del penúltimo
mundo...
Uno de los más exaltados era
un hombre mayor que se quejaba de las habituales pícaras maniobras, siempre
dirigidas a meros fines recaudatorios. Y ponía, como ejemplo, las veces que se
reclaman deudas ya canceladas. Si uno no conserva los tiques de pago,
inevitablemente debe volver a pagarlas. Indignado decía que le habían
respondido más de una vez, en las empresas proveedoras, que ahora «todo es digital. Y no hay que tener tantos papeles, para
'no matar árboles'...». Inmediatamente le dije: «Está
bien que se preocupen por no matar árboles... Deberían tener tanta o más
preocupación por no matar bebés, con el aborto»... Silencio absoluto. El
ruido de la cortina metálica anunciaba la apertura del local; y la consiguiente
extinción paulatina de la cola... Era claro que el quejoso cliente no
estaba a favor del homicidio intrauterino; que el Concilio Vaticano II
definiera como «crimen abominable». Era
claro, también, que no quería polémicas en la tórrida mañana, al aire libre; o
no deseaba demorarse en el trámite...
La nueva embestida abortista
del actual gobierno argentino -mejor dicho, la profundización de la agenda
abortista, ya iniciada con el gobierno anterior- vuelve a poner sobre el tapete
hasta dónde llegan las contradicciones de los que dicen defender a los árboles
y las mascotas, y demuestran un desprecio absoluto hacia la vida humana más
indefensa. Patéticas, particularmente, resultan ser las posturas más
radicalizadas de la izquierda y la extrema izquierda; que en nombre de los derechos humanos, y el supuesto derecho de la mujer a elegir sobre su cuerpo -en realidad sobre un cuerpo que no es el suyo-
terminan siendo serviles, cuando no sostenidas, por el imperialismo antinatalista,
antivida y antifamilia. Basta repasar los aportantes de ciertas multinacionales
a determinadas ONG verdes, para
comprender quiénes financian estas campañas.
Duele muchísimo, de cualquier
modo, comprobar que algunos provida, y defensores de los auténticos derechos
humanos, sean poco comprometidos, poco sacrificados e, incluso, poco valientes
a la hora de cristalizar, en hechos, lo que creen y piensan. Por ejemplo, ¿puede entenderse que, después de tantas marchas provida,
y del milagroso rechazo de la ley del aborto -gracias a la intervención
indudable de la Santísima Virgen, que nos cubrió con su celeste manto- los
candidatos abortistas en las elecciones hayan superado ampliamente el 90 por
ciento de los votos? ¿Puede explicarse que la preocupación por la economía
-siempre desastrosa, en nuestra Argentina saqueada- se centre, exclusivamente,
en el bolsillo; cuando todo es parte de un mismo paquete del globalismo, y sus
ejecutores, como el Fondo Monetario Mundial, el Banco Mundial, y las Naciones desUnidas,
entre otros? ¿O es que no terminamos de entender que el ajuste ecónomico
-o sea, el seguir metiéndoles la mano en el bolsillo a los más pobres- es solo
parte de una exigencia mucho mayor, que incluye, limitación de los nacimientos,
injusticia social, liberalización de la droga, eutanasia, y toda otra práctica
perversa, y antivida?
Nuestra sociedad está
legítimamente indignada con el asesinato de un joven, Fernando Báez Sosa; a
manos de una manada de salvajes, a la
salida de un boliche bailable, en Villa Gesell. Y muestra, también, su
conmoción ante la perfectamente evitable muerte, por hambre, y por sed, de como
mínimo siete niños compatriotas, de la etnia wichí, en nuestra provincia de Salta. Son, sin dudas,
muertes escandalosas; que muestran hasta dónde llega la insensibilidad y hasta
el desprecio a los más vulnerables. ¿Esta misma
sociedad, sacudida por estos horrendos crímenes, permitirá que su dirigencia
-oficialista, y supuestamente opositora-, que hoy se desgarra las vestiduras
ante estas muertes, con tanto impacto mediático, institucionalice el crimen de
argentinos, de uno y otro sexo, en el seno materno? ¿Tendrán estos
políticos, que supimos conseguir, la valentía necesaria de
reconocer que buscan legalizar el aborto, para quedar bien con sus mandantes de
afuera; a cambio de algunos dólares, para refinanciar la deuda?
La gravísima emergencia antropológica que estamos viviendo en Occidente es consecuencia
de la negación y hasta el desprecio de la metafísica. Como el constructivismo
todo «lo construye» por acuerdos -cada vez
más efímeros-, y circunstanciales votaciones, no hay lugar para el concepto de naturaleza. Para
este hombre posmoderno, poscristiano, posverdad, y todos los pos que le quieran poner, nada nos es dado
desde afuera; todo se construye desde adentro. En consecuencia, el obrar no
sigue al ser; sino el ser al obrar. En vez de ortodoxia, ortopraxis. En vez de
reconocimiento sereno de los dones -claro está, venidos desde lo Alto-, para
multiplicarlos en pos del bien común, solo cabe fabricar realidades y situaciones no naturales, y hasta
antinaturales. Ahora lo importante es cómo uno se autopercibe... ¿Qué sería de este pobre servidor, por caso, si se autopercibiera
Obispo o Papa?
Ante la negación de lo
evidente, ante el desprecio de la razón, ante incluso el rechazo de la
Constitución Argentina, que en su artículo 75 manda a proteger la vida humana
desde la concepción, seguiremos dando la batalla que sea necesaria, para
anunciar y dar testimonio del Evangelio de la Vida, y la vida en abundancia
(Jn 10, 10). Y, en obediencia a lo que nos manda San Pablo,
continuaremos proclamando la Palabra de Dios, insistiendo con ocasión o sin
ella, arguyendo, reprendiendo, exhortando, con paciencia incansable, y con afán
de enseñar (2 Tm 4, 2). Nuestro combate no es contra nadie, sino a favor de la
vida, la familia, el bien común, y la Patria que Dios nos regaló... Como no
queremos más excluidos, ni nuevas muertes atroces, nos oponemos firmemente al
ahogo y el descuartizamiento de bebés, en el útero. ¿Cómo
puede ser que nos quejemos -y con sobrada razón- de la inseguridad, en
nuestro país; y trasformemos el seno materno en el lugar más oscuro e inseguro
de todos?
Como era de esperar, muy poco
se habló en este viernes 14 de los santos Cirilo y Metodio; hermanos de sangre
que, llenos de audacia y celo apostólico, evangelizaron en el siglo noveno de
nuestra era cristiana, a los pueblos eslavos. Con razón, el papa San Juan Pablo
II los proclamó «Copatrones de Europa»; pues
por ellos, en buena medida, medio continente fue cristiano. Se habló mucho más
-como también era previsible- de San Valentín; sacerdote mártir del siglo
tercero que, en plena persecución del imperio romano, casaba «clandestinamente» a los cristianos, y que fue
decapitado por Claudio II, en el 270. No se trata aquí, claro está, de generar competencia entre la popularidad de los
santos. Duele, y mucho, que se desconozca la verdadera vida de ellos; y que,
peor aún, se busque manipularlos, con claras intenciones ideológicas, y de
mercadotecnia.
Los «festejos»
paganos por San Valentín, en la práctica, se han trasformado en un vale
todo, con escasa o nula referencia religiosa. Tanto es así que, incluso para
evitar cualquier vínculo con la fe, se habla de Día
de los enamorados; y, claro está, de todos
los enamorados; sean cuales fuesen los sujetos y objetos del «amor»... Y, como era de esperar, en estos días
del llamado poliamor -algo así como
el endiosamiento de la promiscuidad, la poligamia, la infidelidad y el
adulterio, disfrazados de presunta «legalidad»-, hasta
las variaciones más perversas van quedando superadas... Por eso, no es de
extrañar que animadores televisivos, influencers, y deformadores de opinión, entre otros, hayan
hablado, también, de amor a los objetos, animados e inanimados; desde árboles
hasta mascotas, pasando por instrumentos musicales, y de otro tipo...
Puede resultar tragicómico,
pero todo esto es la consecuencia del obstinado capricho, como decíamos, de la
guerra contra la naturaleza. Y de divinizar la creatura, en remplazo del
verdadero Dios. Pero los árboles y las mascotas
también son creaturas de Dios, se nos replica una y otra vez... Ya
lo sabemos, por supuesto. Pero no son hijos de Dios. Están a nuestro servicio;
y, nosotros, al servicio del Señor. Dos mil años de Iglesia, desde la Sagrada
Tradición y la Sagrada Escritura, y la Doctrina Social, hasta la exhortación Querida Amazonía, del papa Francisco,
publicada esta semana, nos ubican perfectamente, a cada uno, y a las cosas, en
el auténtico plan amoroso de Dios.
Bellamente dice el Catecismo
de la Iglesia Católica, en su punto 220: «El amor
de Dios es 'eterno' (Is 54, 8). 'Porque los montes se correrán y las colinas se
moverán, mas mi amor de tu lado no se apartará' (Is 54, 10). 'Con amor eterno
te he amado: por eso he reservado gracia para ti' (Jr 31,3)». En otras
palabras: ninguna creatura podrá apartarnos del
amor personal, único e irrepetible, que el Señor tiene para cada uno de
nosotros. Va siendo hora, entonces, de que devolvamos en parte, como
corresponde, tan grande regalo. Y que, en clave de una auténtica ecología humana, entendamos definitivamente
que esta, nuestra casa común de la tierra, no es un fin en sí misma; sino el
anticipo de la verdadera Casa, en donde todo será Vida, y para siempre...
P. Christian Viña
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