Hace ya unos años
escribí sobre la visión empobrecida y casi diríamos que caricaturesca de San Francisco de Asís, que nos lo
presenta como un hippie y un revolucionario. El Francisco real con el que,
escribía entonces, uno de sus biógrafos, Augustine Thompson se había topado,
era, en palabras de ese autor, un
“purista en cuestiones de liturgia”, que cuidaba cada detalle y para
nada cultivaba esa estética poco cuidada con que tantos sacerdotes nos han
castigado en tiempos recientes. Por eso cuando tuve noticia de la aparición de
un libro en italiano, obra de Guido Vignelli, titulado “San Francesco
antimoderno. Il vero volto del Santo di Assisi”, me lancé a leerlo.
El libro aborda
a fondo y con abundante documentación la misma cuestión: el “espíritu del tiempo” y las ideologías de
moda han deformado al santo de Asís, presentándonos una falsa imagen al
gusto hodierno: buenista, pacifista, contrario a las Cruzadas, ecumenista,
filomusulmán, ecologista, vegetariano y revolucionario.
Ante esta manipulación, el
estudio de las fuentes históricas nos permite descubrir al verdadero San
Francisco, un reformador combativo, austero, exigente, noble y generoso. Un santo medieval y “anti-moderno",
como afirmó Chesterton, que, precisamente por este motivo es muy
actual.
Vignelli señala que la
manipulación tiene ya una larga historia. Al principio fueron los humanistas,
los protestantes, los “libertinos” y los
ilustrados quienes se burlaban de San Francisco, denigrándole como idiota,
masoquista, alucinado, asocial. Estos
ataques cambian a partir del Romanticismo, en que el santo pasa de insultado a
elogiado… pero por falsas características. Así, se le presenta como
campeón de un ascetismo anti-eclesial, de la herejía pauperista, del “pensamiento libre” masónico e incluso de la
revolución socialista.
Se quiso trasladar a San
Francisco la dialéctica modernista entre el “Cristo
de la historia” y el “Cristo de la fe” y
entre la “Iglesia primitiva” y la “Iglesia institucional". El “Francisco de
la historia” sería un personaje profético que trató de crear una
hermandad de “espíritus libres", liberados
de las instituciones eclesiásticas y prontos para regresar al
comunismo primitivo. Contra éste, se habría elaborado un “Francisco de la fe", impuesto
por los Papas y encarnado en una orden religiosa sometida al poder de
Roma. Pero el primero habría subsistido en las comunidades minoritarias
disidentes, como las de los Espirituales y los Fraticelli. De aquí nace un
Francisco imaginario, melancólico y sentimental, escéptico en materia dogmática
y permisivo en moral, “abierto al mundo” y “amigo de todos".
Ya en 1921 el Papa Benedicto XV advirtió: «Ese personaje de
Asís, invención puramente modernista, que algunos nos presentan
recientemente como poco respetuoso con la Sede apostólica y como defensor de un
ascetismo vago y vacío, no puede ser identificado con Francisco ni considerado
como un santo».
Los puntos que caracterizan al
Francisco imaginario y progre, y que Vignelli va destruyendo uno por uno, son
los siguientes:
SAN FRANCISCO NO FUE BUENISTA
Francisco de Asís habría
inventado un modelo de apostolado del mero “testimonio",
negándose a recurrir no solo a cualquier tipo de polémica o condena,
sino también a la imposición o la prohibición.
Pero la verdad es que San
Francisco no sólo empleó palabras y formas suaves, sino también muy duras
cuando lo creía conveniente. No disimulaba las culpas, sino que las mostraba
tal cual. Ante el pecado, no empleaba excusas, sino amargos reproches. Además, Francisco solía estimular el santo temor de
Dios amenazando con el castigo del infierno.
En la Segunda carta a los
fieles escribe: «Los que aman las tinieblas más
que la luz, negándose a observar los Mandamientos de Dios, son maldecidos por
Él […]. En cualquier lugar, tiempo y manera en que el hombre muere en pecado
mortal, el diablo […] le arranca el alma del cuerpo, causándole tal angustia y
tribulación que nadie puede entenderlo si no lo ha sufrido […]. Así, el pecador pierde su alma y su cuerpo en su
breve vida y termina en el infierno donde es atormentado eternamente».
Una curiosa anécdota acaba de
destruir esa imagen buenista del Santo: solía
entregar los frailes ingobernables en “manos del boxeador florentino", esto
es, de un fraile de Florencia, fra
Giovanni, que era conocido por su capacidad para dar puñetazos. Parece
ser que el remedio era bastante eficaz.
SAN FRANCISCO NO FUE PACIFISTA
La paz que San Francisco
predicaba está radicalmente alejada de la paz de los pacifistas y consistía en
la conversión de la criatura al Creador. «La paz franciscana no es la paz que el hombre
encuentra en sí mismo, sino la paz que el hombre encuentra en Dios
cuando, […] en la humildad de un abandono perfecto, se confía solo a Dios»,
escribe Barsotti en su libro sobre el Santo.
Tras su conversión,
Francisco adaptó su espiritualidad juvenil a su nueva misión de conquista
religiosa, transfiriendo la batalla de lo natural a lo sobrenatural. Así,
gustaba de presentarse como un “soldado de Cristo” y
un “heraldo del gran Rey". Al
contemplar a su Orden reunida en el primer Capítulo general, el Santo la
describió en términos militares como “el ejército
de los caballeros de Dios” y solía llamar a sus primeros compañeros “mis caballeros de la mesa redonda".
Y en su Primera Regla escribe
que “los hermanos no lleven armas ofensivas, si
no para defender a la Iglesia Romana, a la fe cristiana o a su tierra natal, o
con el permiso de sus ministros“. O sea, que cuando estaba justificado, San Francisco no ponía reparo al empleo de las
armas.
SAN FRANCISCO NO ESTUVO EN CONTRA DE LAS
CRUZADAS
Al contrario, mostró un
sincero entusiasmo y admiración por aquella empresa.
San Francisco no se limitó a
decir bellas palabras, sino que quiso
participar personalmente en la Quinta Cruzada, proclamada en 1213 por el
Papa Inocencio III, para poder predicar a los musulmanes y ayudar a los
cruzados ante los peligros físicos y especialmente espirituales a los que se
enfrentaban.
Como recogió Fray Illuminato
de Rieti, que acompañó a San Francisco cuando se presentó ante el sultán, éste
le habría espetado lo siguiente: “Cuando invaden las tierras que has usurpado,
los cristianos actúan con justicia, porque blasfemas del Nombre de
Cristo y te esfuerzas por alejar de la verdadera Religión a tantas personas
como puedes. Si, por el contrario, quisieras conocer, confesar y adorar al
Creador y Redentor del mundo, los cristianos te amarían como a ellos mismos”.
Cómo salió con vida de allí es realmente un milagro notorio.
SAN FRANCISCO NO FUE “ECUMENISTA”
Entiéndase, nos referimos a
ese “ecumenismo”, falso si quieren, que
apuesta por disolver todas las religiones en un sincretismo relativista. San
Francisco fue especialmente virulento
al enfrentarse contra la herejía cátara, especialmente odiosa para el
Santo por cuanto negaba la bondad de la creación material.
De hecho, prohibió estrictamente que las personas
sospechosas de herejía fueran aceptadas tanto en su Orden regular como en la
Tercera Orden: «Si alguien, de palabra o
con hechos, se aleja de la fe y de la vida católica, y si no se enmienda, sea
expulsado totalmente de nuestra fraternidad», se recoge en la
Primera Regla. Y en su Testamento exige que los frailes sospechosos de herejía
o cisma sean encarcelados y entregados al cardenal protector de la Orden para
ser investigados.
SAN FRANCISCO NO FUE FILOMUSULMÁN
Ya hemos hablado de su
participación en la Quinta Cruzada, motivada por su intención inequívoca de “predicar la Fe de Cristo a los Sarracenos para
favorecer su conversión“. Y en su Regla recoge la obligación de “Anunciar la palabra de Dios, para que [los
incrédulos] pueden creer en Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo,
creador de todas las cosas, y en su Hijo Redentor y Salvador, a fin de que sean
bautizados y convertido en cristianos, porque quien no nazca de nuevo por el
agua y el Espíritu Santo no podrá entrar en el Reino de Dios”.
Al enviar a los primeros
frailes franciscanos a Marruecos, San Francisco les dio este mandato: “Jesucristo me ha ordenado que os envíe al país de los
sarracenos, como ovejas en medio de lobos, para predicar y confesar su fe y combatir la ley de Mahoma.
¡Disponeos pues a cumplir la voluntad del Señor!“. Aquellos heroicos
frailes llevaron a cabo con admirable radicalidad las órdenes de su Fundador: no se limitaron a “predicar la fe de Cristo y las
enseñanzas del Evangelio", sino que les echaron en cara a los musulmanes
su infidelidad al único y verdadero Dios, diciéndoles que: “Mahoma os guía
por un camino falso y mentiroso que os llevará al infierno, donde ahora sufre
ya tormento junto con sus seguidores”, tal y como recoge Giacomo da
Vitry.
Cinco de aquellos hermanos
fueron torturados y decapitados por el califa de Marrakech en enero de 1220 y
exaltados por San Francisco como los primeros verdaderos frailes menores, algo
confirmado por la Iglesia cuando los beatificó como mártires.
Y ya hemos explicado las
palabras del Santo ante el sultán, quien, perplejo ante la sinceridad de
Francisco, le pidió que orara para que Dios le aclarara cuál es el camino más
seguro para la salvación.
SAN FRANCISCO NO FUE ECOLOGISTA
No al modo moderno, pues a
amor a la Creación no hay quien le ganara. Pero en su Regla, escribe: «No debemos desear nada más, ni querer nada más, ni en
nada más encontrar placer y deleite, si no en nuestro Creador, Redentor y
Salvador, el único Dios verdadero, que es el sumo bien, y todo bien, y el único
que es bueno».
«Y si él mismo
pareció dejarse llevar por el más tierno amor hacia las creaturas, y «por más
pequeñas que fueran» las llamaba «con el nombre de hermano y hermana» -amor que, por lo demás, si no
se sale del debido orden no está prohibido por ninguna ley-, era movido a amarlas tan sólo por el amor de
Dios, porque «sabía que todas ellas tenían
con él un mismo principio», y porque veía en ellas la bondad de
Dios » escribió Pío XI en Rite expiatis,
19. Y concluye el Papa: «El que fue heraldo de
tan gran Rey, quiere a los hombres conformes con la vida evangélica y con el
amor a la Cruz, y no sólo amantes y
enamorados de las flores, las aves, los corderos, los peces, y las liebres».
Como escribiera B. Tomasso de
Celano, su amor a la naturaleza era para «alabar
en todo al Artífice divino, refiriendo al Creador todo aquello que admiraba en
las criaturas […]. En la belleza de la
Creación veía un reflejo de la suma Belleza celestial».
Y en su Cántico de las
criaturas no encontramos ni rastro de veneración idolátrica a la “madre naturaleza", sino que Francisco
reafirma la bondad intrínseca de las realidades terrenales en tanto obras de
Dios; “teofanías” que manifiestan la bondad
divina y permiten al hombre contemplar, en la belleza creada, la Belleza
increada.
SAN FRANCISCO NO ERA VEGETARIANO
Al contrario, tal y como
numerosos episodios testimonian. Como cuando San Francisco invitó a sus
discípulos a que comieran la carne que habían recibido como limosna, exclamando
con alegría: “¡Como dice el Evangelio, comamos
libremente la comida que recibimos!“.
El Santo gustaba de celebrar
las Navidades con un almuerzo a base de carne y decía: «Cuando es Navidad, ¡no hay abstinencia que
valga! Y si las paredes pudieran comer carne, ¡habría que dársela
también a ellas!»
SAN FRANCISCO NO ERA REVOLUCIONARIO
Ya desde el inicio, Francisco
ve su misión más bien como una restauración: no en vano el encargo del mismo Cristo había sido aquel “restaura
mi casa”.
Francisco nunca animó a los
pobres a rebelarse. A diferencia de los pauperistas, no estaba obsesionado con
el problema de la pobreza económica, sino con el de la pobreza espiritual,
tanto que a menudo repetía que hay que preocuparse no por las condiciones
terrenas, sino por el destino en el otro mundo: “Hay que desear no tanto la salvación del
cuerpo como la de las almas“.
Francisco no predicó ningún
tipo de lucha de clases, sino que siempre trató de promover la concordia y
armonía entre señores y súbditos. En su Asís natal se recuerda aún al Santo con
gratitud también porque reconcilió las clases superiores e inferiores de la
ciudad en el acto que tuvo lugar en noviembre de 1210 en el gran salón del
Ayuntamiento.
En cuanto a un presunto
compromiso político de San Francisco, hay que recordar que prohibió a sus
frailes cualquier injerencia en asuntos estrictamente sociales o económicos: “¡Que los frailes no se inmiscuyan en cuestiones
temporales!“. Si necesitásemos alguna prueba de su carácter no
revolucionario bastaría recordar esta admonición suya: “No es lícito tomar las cosas de otros o
distribuir a los necesitados la propiedad de otros“.
Lo decíamos al principio, el
verdadero San Francisco no ha perdido ni un ápice de actualidad.
Jorge Soley
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