La “eugenesia” es el
estudio y la aplicación de las leyes biológicas de la herencia orientadas al
perfeccionamiento de la especie humana. En principio, nada que objetar, siempre
y cuando sea respetado, en su dignidad, cada ser humano.
No solo importa
la especie humana, sino que importa cada ser humano, cada persona humana, que,
como decía Kant, es fin en sí misma y no medio; tiene dignidad y no precio.
La razón humana es un
instrumento muy potente. Nos permite conocer, comprender, planificar, calcular…
Para que este grandioso medio no se ponga al servicio de lo peor, necesita
partir de bases adecuadas, de buenos principios. Sin ese fundamento estable,
cualquier cosa – hasta la más disparata – puede ser ejecutada según los
dictados de la razón. La historia y la experiencia de cada día lo atestiguan
más que de sobra.
Si la eugenesia se vuelve
loca, si en aras del supuesto perfeccionamiento de la especie humana, vale todo
o casi todo, estamos ya perdidos. Si vale “todo”, ese
todo incluirá el sacrificio de “un” individuo,
o de dos, o de los que sean necesarios, siempre y cuando salga – supuestamente
- beneficiada la especie.
Y, por otra parte, ese
perfeccionamiento que “todo” lo justifica
queda al dictado, o al capricho, de los pocos que mandan en el mundo y que
pueden – con el poder que da el dinero - hacer valer sus criterios.
Apliquemos esta cuestión al
problema del aborto. Si el principio del que partimos es el de que el embrión
humano es algo y no alguien, una cosa y no una persona, una realidad que puede
ser tratada como un objeto y no como un sujeto… empezamos muy mal. De ese
principio se puede seguir una aprobación completa del aborto, únicamente
sometido al albur del que manda.
Si el concebido aún no nacido
es solamente algo, un bien, que no tiene derecho a ser tratado como alguien,
resulta difícil, a mi modo de entender, oponer cualquier razón al argumento de
muchas feministas: “Nosotras parimos, nosotras
decidimos”. Argumento que las feministas usan a discreción, ya que ese
mismo motivo no parece convencerlas cuando se trata de los llamados “vientres de alquiler” (también paren las “madres de alquiler”, también podrían decidir…).
Si el concebido aún no nacido
es solamente algo, un bien, que no tiene derecho a ser tratado como alguien,
resulta difícil, a mi modo de entender, oponer razones de peso a los argumentos
proclives al mal llamado “aborto eugenésico” –
abortando a un individuo no veo cómo se mejora la especie - . La ley de aborto
vigente en España dice que se podrá abortar cuando “no
se superen las veintidós semanas de gestación y siempre que exista riesgo de
graves anomalías en el feto y así conste en un dictamen emitido con
anterioridad a la intervención por dos médicos especialistas distintos del que
la practique o dirija”.
Si el concebido aún no nacido
es solamente algo, un bien, que no tiene derecho a ser tratado como alguien,
resulta difícil oponerse a que, sin límite temporal, se pueda abortar cuando “se detecte en el feto una enfermedad extremadamente
grave e incurable en el momento del diagnóstico y así lo confirme un comité
clínico”.
Ya hace años que se ha
observado que el diagnóstico prenatal, que en principio es algo bueno, si se
trata de curar una enfermedad, se ha convertido, a la mínima “discapacidad” que se detecte, en un pretexto para
abortar.
Mucha gente suele decir: “Que venga sanito”. No es un mal deseo. Pero, ¿si no viene “sanito”, qué? ¿Y qué es “venir sanito”?
Si lo que “viene” es un objeto, cabe desecharlo si no está
del todo “sanito” (si no se adecua a las
expectativas de quien lo espera). Si el que acaba de venir ya era no solo algo,
sino alguien, entonces lo moral es acogerlo, sin evaluarlo como si fuese una
mercancía en más o menos perfecto estado.
Las palabras duras de un
periodista acerca del nacimiento de niños con discapacidad han motivado una
respuesta de la Fundación Lejeune: “Todo ser humano
tiene derecho a vivir, independientemente de las condiciones en que se produzca
esa vida. Por tanto, negar a una persona el derecho a la vida es siempre una
vulneración de derechos".
La Fundación Lejeune tiene
razón. Por desgracia, no solo un periodista particularmente atrevido justifica
como mejor, hasta desde el punto de vista moral, el aborto de un niño que viene
con alguna discapacidad. También, en cierto modo, la ley lo justifica. Y hasta
la opinión de muchos - ¡que venga sanito! -
que, al oír las consecuencias que se derivan de ciertos principios, se hacen
los escandalizados.
Contra ese periodista solo
pueden argüir coherentemente - así lo creo - aquellos que se oponen al aborto.
Aquellos que reconocen siempre la dignidad de la persona humana, también la del
incapacitado y del enfermo, sea niño o anciano. Aquellos que permiten que la
razón se amplíe al dejarse conmover por la presencia del otro, sin permitir,
sin embargo, el falso y voluble recurso al mero sentimentalismo, proclive al escándalo
de falso beato y a las lágrimas de cocodrilo.
Guillermo Juan
Morado.
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