“No
piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz,
sino la espada.“ (Mt.10, 34-36)
***
“Él
ha enviado su Palabra a los hijos de Israel, anunciándoles la Buena Nueva de la paz por medio de Jesucristo
que es el Señor de todos” (Hechos
10, 36)
***
“Todo cuanto habéis aprendido y recibido y
oído y visto en mí, ponedlo por obra y el Dios de la paz estará con vosotros”.
(Fil. 4, 9)
***
“Que la paz de Cristo presida vuestros
corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo”
(Col. 3, 15)
***
“No; no habrá paz verdadera, si ésta no se
funda en las enseñanzas de Jesucristo y en su santo servicio. Se gritará
¡paz, paz! y no habrá paz; y ya que la paz es el asunto del día, de la paz nos
vamos á ocupar para haceros ver qué es la paz, dónde se puede encontrar y cuán
inútilmente se espera de las modernas libertades é instituciones.” San
Ezequiel Moreno Díaz
La paz es sin duda uno de los bienes más preciados no sólo de los
hombres de hoy, sino de todos los tiempos. En el nuestro, particularmente, el
incremento de violencia de todo tipo –física, espiritual, psicológica, política
y económica- es uno de los signos más patentes que nos debería hacer
reflexionar sobre la multitud de crímenes y pecados que han atraído sobre
nosotros este justo castigo como flagelo jamás visto, empezando por la
globalización del aborto, la guerra contra la familia y todas las que se
desarrollan entre los estados y grupos sociales, sin excluir el propio cuerpo
eclesial.
Sin embargo hay que decir que en la búsqueda desesperada de un poco de paz,
corremos el riesgo de hundirnos en un abismo tal vez mucho más oscuro que el de
la violencia, como es el abrazo de una falsa paz; la paz de los
cementerios, a un precio mucho más alto que el de la sangre derramada, que es
el precio de las almas condenadas eternamente por el ocultamiento de la Verdad.
No estamos dispuestos a pagar ese precio. No queremos esa paz fétida,
sino la Paz de Cristo, en el Reino de Cristo.
Sabiendo que no somos nadie,
pero reclamando el derecho sagrado de nuestro bautismo, en cumplimiento de la
obligación que de él se desprende, hemos
de defender y conservar la fe, y que no nos la tuerzan.
Y para que se comprenda mejor,
y para animar con
nuestros ruegos a los pastores fieles a levantar la cabeza por su rebaño, y
denunciar la gravedad y peligro de confundir la paz verdadera con la falsa,
recordamos aquí las palabras del valiente obispo San Ezequiel Moreno Díaz, misionero incansable y pastor solícito
del bien de las almas puestas bajo su cuidado, quien se refirió puntualmente a
la verdadera paz en circunstancias muy semejantes a las que hoy protagonizamos.
De las páginas de su Decimoquinta Carta Pastoral -Cuaresma de 1933- (Cartas Pastorales, Circulares
y Otros Escritos, Madrid, 1908; pp.422 ss.), seleccionamos los párrafos más
elocuentes, aconsejando vivamente su atenta meditación:
————————————————————-
Explica el Sr Obispo qué es la paz y dónde se puede
encontrar
La Santa
Cuaresma, que ya llega, es el tiempo más serio y más interesante del año; (…)
porque ese tiempo lo dedica nuestra Santa Madre la Iglesia, y quiere que lo
dediquen sus hijos, á lo más serio é interesante que hay para ellos, que es
atender á su salvación eterna y procurar conseguirla á todo trance.
(…) porque ese es su tema único, ese su solo
pensamiento, esa su misión, ese el fin para que fue instituida por Jesucristo,
el de salvar á los hombres y llevarlos á la ciudad del cielo; (…) ¡cuántos de entre los creyentes viven
olvidados del Cielo en que creen!
(…) Ahora, más que nunca, hace falta el recuerdo
de esas verdades, no sólo para la reforma individual de la vida, sino para el
bien de la sociedad. Sin el recuerdo de esas verdades y práctica de lo que nos
enseñan, no es posible el bienestar, ni el orden, ni la paz.
No; no habrá paz verdadera, si ésta no se funda en las enseñanzas de
Jesucristo y en su santo servicio. Se gritará ¡paz, paz! y no habrá paz; y ya
que la paz es el asunto del día, de la paz nos vamos á ocupar en la presente
Carta Pastoral para haceros ver qué es la paz, dónde se puede encontrar y cuán
inútilmente se espera de las modernas libertades é instituciones. ¡Quiera
el Señor que hagamos este trabajo de modo que resulte gloria para Él y provecho
para las almas!
Todos los hombres hablan de la
paz con placer; todos la desean con ardor, y todos la buscan con empeño. Podrán
muchos equivocarse en los medios de buscar la paz, ó buscarla donde no es
posible hallarla; pero todos la desean y la buscan, como se desea y se busca la
felicidad. Sucede, sin embargo,
respecto de la paz, lo que sucede respecto de la misma Religión; que mientras
hay muchas falsas, sólo hay una verdadera. Por este conviene saber lo
que es la paz, y tener idea precisa y exacta de ella.
I - ¿QUÉ ES LA PAZ?
Todos los teólogos, con Santo
Tomás, han adoptado y hecho suya la definición que dio mi Gran Padre San
Agustín, de la paz en su monumental obra De Civitate Dei libro XIX, cap. XIII,
donde dice: «La paz es la tranquilidad del orden.» (…)
Orden es, colocación de las cosas en el lugar que les corresponde, ó concierto,
buena disposición de las cosas entre
sí, según el fin que tienen. (…)
No se puede decir que las cosas ocupan el lugar que les corresponde, ni
que estén ordenadas, por consiguiente, cuando lo que debe estar lo primero está
lo último; cuando lo
principal ocupa un lugar secundario; cuando el fin se haga medio, y el medio
fin; cuando se cambien y alteren los oficios propios de las cosas, según el fin
á que estén destinadas. (…) Siendo el orden causa de la paz, es también claro y
evidente que la paz sólo durará lo que
dure el orden, y que, perturbado éste, no habrá ya paz. Entra, pues, en concepto de paz, no
sólo la idea de orden, sino también la idea de resistencia á todo elemento ó agente que intente perturbar el orden.
Debemos, pues, sentar como
principio que es necesario el orden para que haya paz; pero ¿cuál es el
origen y fundamento del orden? Es indudable que es Dios, Creador
de todas las cosas el que señaló sapientísimamente a cada una el lugar que le
corresponde según su divino querer.
(…) En los seres racionales
debe también haber orden, y lo hay, en efecto, llamado orden moral, que lo constituye la voluntad de Dios, manifestada á
los hombres en los Mandamientos que les ha dado, ya directamente, ya por medio
de su Iglesia Santa.
El que quebranta ese orden, el que no hace lo que manda Dios, es un
perturbador dé la paz, é incurre en su indignación divina. (Ps. CXVIII, 165.) No pudiendo
haber orden sino en el cumplimiento de la voluntad divina, manifestada en sus
Mandamientos, se deduce que es falsa
toda paz que no se funda en ese cumplimiento.
Falsa es, pues, la paz que se
quiere fundar en una vida exenta de ciertas privaciones, y abundante en
riquezas y medios de evitar sufrimientos.
Falsa es la paz que se hace
consistir en el goce de las delicias y placeres de este mundo.
Falsa es la paz que se busca
en los puestos elevados, en la fama, en la estimación y respeto de los hombres.
Falsa, por último, y funestisima es la paz que nace del endurecimiento en el mal, efecto de una vil condescendencia
con las pasiones, por la que, á fuerza de vivir en pecado permanece en él sin
oír la voz del remordimiento que le perturbe é inquiete.
La manera, pues, de conseguir la paz es unir nuestra voluntad con la
voluntad de Dios, pues Dios es la fuente del or- den, y la paz es la
tranquilidad del orden.
II - LA VERDADERA PAZ QUE TRAJO JESUCRISTO AL MUNDO
Y DIO A LOS HOMBRES
La paz establecida por Dios
entre el cielo y la tierra »la perdió el
hombre con el pecado. (…) pero en el mismo instante de la rebelión» Dios,
en su infinita misericordia, habla al hombre de reconciliación y de paz, y le
promete un Redentor que establecería esa paz.
Los Profetas vinieron
consolando al mundo con la promesa y esperanza del Redentor (…) Llegada la
plenitud de los tiempos vino al mundo el Redentor esperado, y los ángeles con
alegre cántico anuncian al mundo la paz que traía (Lc. 2, 14.)
Jesucristo, en efecto, nos dio, en primer lugar, la paz con Dios,
reconciliándonos con El mediante su pasión y muerte, y ese beneficio es el que
recuerda con frecuencia el Apóstol en sus cartas. En la que escribió á los
fieles de Éfeso (11, 13, 14), les dice: Vosotros
los que en otro tiempo estabais lejos habéis sido aproximados por la sangre de
Jesucristo; Él es quien constituye nuestra paz» (…)
Esta paz que trajo Jesucristo,
y que se dignó depositarla en sus discípulos (…) se nos aplicó en el bautismo
en el que fuimos recibidos a la amistad de Dios, y si después llegamos a
perderla por el pecado, de nuevo se nos aplica en el sacramento de la Penitencia, donde se nos repiten las palabras de
Jesús: Vete en paz.
(…) ¡Que
la voluntad no se aparte jamás del dictamen de la razón, y que la razón no se rebele altanera contra el
orden del Hacedor Supremo, esto es, contra su fe revelada y su religión
sacrosanta. De este hermoso concierto procede la tranquilidad de
la mente, el sosiego del corazón, y que
el reino de Dios permanezca en nosotros, y, por consiguiente, la paz completa.»
(…)
III - LAS MODERNAS LIBERTADES SON CONTRARIAS A LA
PAZ
Hemos dicho que la paz es la
tranquilidad del orden, y que el orden consiste en la sujeción de todo nuestro
ser a la voluntad divina, fuente y origen del orden. Ahora bien: las modernas libertades, no
sólo no nos sujetan a la voluntad divina, origen del orden, sino que
tienden a emanciparnos de ella, y, por consiguiente, a colocarnos en el
desorden, y a quitarnos la paz.
Que las libertades modernas
tienden a emanciparnos del querer divino, y á que obremos fuera del orden
establecido por Dios, es una verdad que
proclaman á voz en grito los mismos defensores y propagadores de esas
libertades.
En efecto, no cesan de repetir
que «no debe haber otra autoridad que la propia
razón, y que hay que abolir la fe, porque la humilla, y acabar con la Iglesia,
porque la oprime. El progreso rechaza las trabas de las religiones positivas,
aclama la razón emancipada, y hace desaparecer los dogmas revelados. Mientras
los pueblos se hallaron en la infancia, fué necesario dominarlos con los
terrores del infierno, y engañarlos con las alegrías del cielo; pero hoy los
pueblos son adultos, y sacuden el yugo de las creencias que los habían
oprimido, y se levantan arrogantes proclamando independencia y aspirando á
gozar de la luz de la razón y del calor de la libertad.»
(…) eso escriben los
periodistas liberales de las capitales y de los pueblos; eso enseñan los amigos
del progreso, de la civilización y de las modernas libertades. Si pues es claro
y evidente que esas libertades nos
apartan de Dios, es también claro y evidente que nos apartan del orden, y, por
consiguiente, de la paz. Puede decirse que llevan en sí mismas la
negación de la paz, porque es propio y esencial en ellas apartar del orden
establecido por Dios, y, por tanto, apartar de la paz.
Las libertades modernas son rebelión contra el orden, y por eso ha dicho nuestro Santo Padre León XIII, (…) lo siguiente:
«Hay ya muelles
imitadores de Lucifer, cuyo es aquel nefando grito no serviré, que con
nombre de libertad defienden una licencia absurda Tales son los hombres de
ese sistema tan extendido y poderoso que, tomando nombre de la libertad, se
llaman á sí mismos liberales»
(…) «Lanzad
una mirada sobre lo que pasa en las naciones donde el liberalismo se ostenta
victorioso y se han llevado á la práctica las doctrinas liberales (…) Ved esa multitud de victimas sacrificadas en
las continuas guerras que se suscitan. Mirad esas huellas sangrientas, esas
lágrimas amargas, esa cruel persecución á todo lo que es bueno, justo y santo,
ese trastorno espantoso que asusta a toda la gente de orden»
¿Quién ha
enseñado a cometer esos monstruosos delitos que harían temblar á los mismos
salvajes? (…) ¿Quién, repito,
ha abortado semejantes monstruos, que por todas partes introducen el desorden y
quitan la paz, sino esas libertades, esa doctrina abominable del liberalismo
que ha destruido toda la moral; que sofoca todos los nobles sentimientos; que
ultraja la dignidad humana; que rechaza las autoridades más respetables, que no
reconoce otra ley que la de las pasiones? ¿No son los dogmas del liberalismo? (…)
(…) Las columnas del mundo
social se estremecen, y ese mundo bambolea como un ebrio. Las ruinas de los
poderes públicos se confunden con las de los altares. Las instituciones, las leyes, las costumbres, todo se halla como
sumergido en el volcán devorador de la anarquía. ¡Oh Dios Santo! Si Vos, que habéis fijado límites al furor del
Océano, no ponéis un dique al torrente devastador de las execrables doctrinas
del liberalismo, ¿adónde llegaremos y qué será de
las sociedades?
Es indudable que á este desorden actual seguirá la destrucción entera
del género humano, el desorden final que haga venir al Hijo del Hombre en
grande majestad para poner orden, colocando á cada uno en el lugar que le
corresponda, pero de tal modo, que sólo resulte paz para los que siempre
vivieron según el orden por él establecido.
(…) Es preciso convenir en que
las modernas libertades son contrarias
á la paz, porque «quitados todos los
frenos del deber y de la conciencia, sólo queda la fuerza, que nunca es
bastante á contener por sí sola los apetitos de las muchedumbres. De lo cual es
suficiente testimonio la casi diaria lucha contra los socialistas y otras
turbas sediciosas, que tan profundamente maquinan por conmover hasta en sus
cimientos las naciones.» (EncíclicaLibertas.)
IV - NO ES POSIBLE LA. PAZ ENTRE EL CATOLICISMO V
EL LIBERALISMO
Hay en el liberalismo un espíritu mil veces maldecido y condenado por la
Iglesia católica, Maestra de la verdad, porque ese espíritu es puro y neto el espíritu de Lucifer,
y con él no puede estar en paz el espíritu del Catolicismo.
En efecto, el espíritu del
liberalismo y el del Catolicismo son irreconciliables. ¿Qué
acuerdo cabe entre Dios y Belíal? (…) y dijo también el gran Pontífice Pío IX en ocasión solemne: «En estos tiempos de confusión y desorden, no es raro ver a cristianos, á católicos que
tienen siempre en la boca las palabras de término medio, de conciliación
y transacción. Pues bien, yo no titubeo en declararlo: estos hombres están
en un error, y no los tengo por los enemigos menos peligrosos de la
Iglesia. (…)
Más solemne es aún la
condenación que sobre el particular hizo el mismo Pío IX en el Syllábus,
(…) La última proposición condenada dice lo siguiente: El Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y
transigir con el progreso, con el liberalismo y la civilización moderna.
Condenada esa proposición como
errónea, resulta verdadera, la contraria, ó sea, que el Romano Pontífice ni
puede ni debe reconciliarse ni transigir con el progreso, con el liberalismo y
con la civilización moderna (…)
Acaso dirán algunos: ¿cómo es, pues, que ha resultado la paz de tratados que
acaban de celebrarse entre católicos y liberales?
Se dice que se han dado el abrazo de la paz, que estamos
en paz, y, en efecto, se canta la paz, y se festeja la paz con regocijos
extraordinarios» ¿Cómo debe entenderse todo eso?
Esa pregunta quedará
contestada distinguiendo, con Santo Tomás (2.a 2.ae? q. 29, a.1), entre paz y
concordia, y diciendo que si bien donde
hay paz hay concordia, no siempre donde hay concordia hay paz. Y concordar pueden, y concuerdan á veces hasta
los mismos malvados para realizar sus planes infernales, como se
comprueba con la misma Sagrada Escritura, que dice: Se
mancomunaron los príncipes contra el Señor y contra su Cristo. (Ps. II, 2.)
¿Se puede,
acaso, decir que esos malvados tienen paz? No, porque donde hay impiedad no
hay orden, y donde no hay orden no hay paz. No
hay paz para los impíos dice el Señor. (Is., XLVIII, 22.)
Con esta doctrina, ya se
comprende que lo que ha habido entre
católicos y liberales ha sido convenio, pactos, tratados, lo que se quiera
llamar; pero de eso no ha resultado, no ha podido resultar la paz entre
liberalismo y catolicismo.
El liberalismo, en el
convenio, pacto, tratado, o lo que sea, no ha podido dar paz, porque el liberalismo es pecado, y el pecado es desorden en su esencia, y no
puede dar paz, porque nadie da lo que no tiene.(…)
El jefe liberal, en el
Manifiesto que dio en Poen, después del tratado o pacto, da a entender que ha convencido, que
ha dejado en toda su brillantes el honor del Partido liberal, que la
intransigencia ha cedido el campo á la tolerancia, y, en una
palabra, en todo el Manifiesto da a conocer que ha conseguido algo a favor del
partido liberal, y que está satisfecho. SI eso es verdad; si algo ha conseguido
a favor del partido teniendo en cuenta los principios que hemos sentado sobre
la paz, la lógica nos lleva á sacar una consecuencia muy triste, pero por
triste que sea, hay que sacarla. La consecuencia es que tenemos ahora menos paz que antes de la guerra, y durante ella.
Es cierto que ya no hay, por ahora, cañonazos; tifos de
fusil, heridas, derramamiento de sangre, muertes, etc.; pero hay menos paz que
antes, y tanto menos, cuanto mayor sea la ventaja que ha sacado el partido
liberal: porque lo liemos dicho y lo repetimos, el
liberalismo envuelve en sí mismo el desorden, es la negación de la paz, y, por consiguiente, cuanto
más avance, cuantas más ventajas obtenga, menos paz habrá.
Si existe la lógica, es una
verdad lo que decimos, y si han obtenido ventajas los liberales, hay que
exclamar con el profeta Jeremías: Curaban la
quiebra de la hija de mi pueblo con ignominia, diciendo: Paz, paz; y no había paz, (Cap, VI,
14)
V - EL GRAN PELIGRO
Queda probado que no cabe la
paz entre el liberalismo y catolicismo, que cuanto más liberalismo haya, más desorden tiene que haber, y, por
consiguiente, menos paz.
Esta doctrina no la comprenden o no la quieren comprender muchos de
nuestros hombres, que se llaman católicos, que pasan por ilustrados, y figuran
en la sociedad, y por lo mismo se
empeñan, no sólo en que anden juntos y del brazo el catolicismo y el
liberalismo, sino en que así unidos gobiernen la nación.
(…) Lo último que hemos
llegado a leer, sobre el asunto que tratamos, en uno de los poquísimos impresos
que hemos recibido en estos meses pasados, es lo siguiente:
«Los
conservadores guardianes de creencias salvadoras que retiemplan el alma en las
horas de la prueba, se confundirán con los verdaderos liberales, y su unión
será fuente de prosperidad para todos, y resultado de una política grande y noble.
Dejemos las creencias aparte. Si los liberales no creen, tendrán para ello
tanto derecho como los conservadores para creer. No critiquemos ní á los que
creen ni á los que no creen.»
El mismo autor de esas cosas tan contrarias á la
doctrina católica, dice en otro artículo o comunicado:
Hay que «lanzar al infierno o á los diablos ese principio fatal
de nuestra política, que consiste en creer que los conservadores son malos
porque no son liberales, o en que éstos son malvados, porque no son conservadores.»
No nos detenemos a combatir el
gran error de que los liberales tienen derecho para no creer, ni a probar que
los liberales son malos, no por no ser conservadores, sino precisamente por ser
liberales, una vez que el liberalismo
es pecado, y pecado mayor que el robo, el
asesinato y otros, por ser contra la fe, que es, el fundamento de
todo el orden sobrenatural. (…)
Resulta de todo que existe muy
marcada esa tendencia hacia la unión del liberalismo y catolicismo, y el deseo
de que anden juntos, y juntos gobiernen, que es el gran peligro que enunciamos,
porque el liberalismo es desorden por esencia, y
no puede dar paz.
Por esta misma razón, el liberalismo no tiene, no puede tener
derecho a ser elegido ni á gobernar, como ya hemos dicho en Circular que hemos
dado hace unos días con motivo de las elecciones.
Antiguamente la táctica de Lucifer era desunir á los católicos, envidiando que fueran una
sola alma para servir a Dios, v tuvieran todos ellos un solo corazón para
amarle; pero hoy ha mudado de táctica,
y trata de unir a los que deben estar separados,
porque conoce perfectamente que cada paso que avance el liberalismo en el campo
católico, es nueva conquista para él.
No: a esas uniones de Lucifer, a esas mezclas
infernales, a esos horrendos contubernios, no deben, no pueden concurrir los
que aman la integridad de la doctrina católica y la quieren ver brillar
en toda su pureza.
Conozcamos que el mundo, enemigo de la verdad, extiende cada
día más sus dominios, y que hay una corriente avasalladora que arrastra a los
individuos á sacudir el yugo de Jesucristo, Señor nuestro. Pudiéramos decir que
hoy el peligro es mayor que nunca, y parece que es más difícil guardar
fidelidad a Jesucristo, nuestro Rey, que en los tiempos en que los
perseguidores de la Iglesia hacían correr á torrentes la sangre de los
cristianos.
Entonces estaba perfectamente
deslindado el campo de los que seguían á Jesucristo, del de los secuaces de ‘Satanás; y aunque era necesario valor heroico para declararse cristianos, no había el gran
peligro de andar mezclados con los enemigos.
Hoy, por el contrario, hay
enemigos que se quieren meter con nosotros; andar con nosotros; gobernar con
nosotros, y aun oír Misa con nosotros, cuando conviene á sus miras, y esa amalgama repugnante, anticatólica, y
contraría al orden y a la paz, la aclaman, la buscan y la quieren muchos de los
que pasan por católicos, y éste es el gran peligro para la nación, para la
Iglesia y para las almas.
Sí eso se realizara* y en eso
buscaran la paz, y con eso nos. dijeran que había paz aseguramos que no se
cantaría en la Diócesis de Pasto, por esa paz, el alegre Te Deum y que en su
lugar se oiría el triste clamor del profeta Ezeqniel, tan igual al de Jeremías,
que arriba copiamos: Engañaron á mi pueblo,
diciendo: Paz y no hay paz> (XIII,10..)
VI - CONCLUSIÓN
Todos estamos en el deber de hacer frente al peligro que acabamos de
denunciar.
Incumbe ese deber en primer
lugar, a las autoridades» Éstas deben hacer que reine la paz de Jesucristo
mediante la observancia de la Ley de Dios, y procurando que las leyes,
decretos, mandatos, órdenes y disposiciones que den, se funden siempre
en la Ley divina, en el querer de Dios. Miren siempre a la. Iglesia católica,
como obra de Jesucristo, maestra de la virtud, custodia de la verdad, guía de
los que gobiernan y expresión viva de la doctrina de su Divino Fundador,
que es doctrina de orden.
Enseñar esa doctrina, fomentarla, llevarla á la vida práctica es
fomentar el orden y procurar la paz. Pero es preciso mantener ese
orden y para mantenerlo es también necesario remover o reprimir, si es preciso,
los agentes que lo pueden perturbar, como la mala enseñanza, la mala prensa,
las malas lecturas (que tantas se introducen, por desgracia), los amancebamientos y escándalos
públicos, la propaganda del error, y, en una palabra, todo lo que sea
contra la ley o voluntad de- Dios, porque todo eso es desorden y negación de
paz.
Siguen a las autoridades los
padres de familia, cuya misión no. consiste sólo en alimentar, vestir y dar una
carrera más ó menos brillante a sus hijos, sino en infundir en sus corazones el
santo temor de Dios y hacer que estén en paz con Él por la observancia de sus
santos Mandamientos, de la que necesariamente nacerá también la paz con sus
semejantes. Esa educación ordena el Apóstol, diciendo: «Educad
a vuestros hijos, instruyéndolos y corrigiéndolos según la doctrina del Señor (Efesios
XVI, 4)
En los actuales tiempos la vigilancia de los padres
sobre sus hijos debe ser especial, porque son muchos los enemigos que tratan
de perderlos, atacando sus creencias y corrompiendo sus costumbres. La impiedad
podrá hacer poco, aunque se esfuerce, sí los padres de familia, con su ejemplo,
con sus enseñanzas, con sus consejos y vigilancia, apartan a sus hijos de los peligros,
en especial de malos profesores y amigos, y de malas lecturas«
Sacerdotes del Altísimo y amados cooperadores: vosotros, como
centinelas de la casa de Israel, sois los especialmente llamados a vigilar por
la pureza de la fe, a defenderla en toda su integridad, y combatir con decisión
y valor todo eso que trata de borrarla, ó de achicarla, ó empañada, y que se
llama civilización, ciencia, progreso, liberalismo moderno, y de donde, como ya
queda dicho, vienen los desórdenes aterradores que se observan, en especial
donde más dominan esas ideas.
No entréis jamás en pactos con el liberalismo;
rechazad con indignación toda propuesta en ese sentido, y detened y apagad en
los fieles toda tendencia a eso mismo que observéis en ellos, repitiéndoles
siempre que la Iglesia ha dicho que ni puede ni debe transigir y reconciliarse
con la civilización, el liberalismo y progreso modernos. Buscad siempre la paz
para los pueblos, pero la paz que trajo Jesucristo, y que se da sólo a los que
guardan su santa Ley y viven según sus enseñanzas.
Los particulares
pueden y deben también oponerse a reconciliaciones y transigencias imposibles y
condenadas por la Iglesia, con sus escritos, sí tienen dotes para escribir, con
sus conversaciones netamente católicas, con sus buenos ejemplos, confesando con
valor, a Jesucristo delante de los hombres, despreciando con entereza las
burlas de la impiedad, contrarrestando la influencia de las modernas
libertades, que son desorden, y promoviendo las obras buenas, que son orden, de
donde viene la paz«
Los verdaderos católicos deben negar muy alto y en absoluto que el error
y el vicio tengan derecho alguno de ponerse al lado de la verdad, y deben
rechazar toda componenda en ese sentido.
La responsabilidad alcanzará
tremenda y pavorosa a los que busquen esas componendas, pero también a los
apáticos, a los cobardes, a los que se ocultan, a los que se cruzan de brazos, á
los que tienen más cuenta con su amor propio, interés de bando o comodidad
personal, que a los supremos derechos de Dios y la salvación de la patria, que sólo puede gozar de verdadera
paz sirviendo a Jesucristo y practicando en todo sus doctrinas.
Sabemos que hay peligro, que
se trabaja por perseguir, mutilar por lo menos nuestra fe, y no hay que ser de los que cierran los ojos
para no ver ese peligro, o se tapan los oídos; para no oír que existe, y
repiten eso de estamos en paz, para
justificar su pereza, su quietismo, su silencio, y llevar una vida tranquila.
Estamos en tiempos de combate,
y ni se ganan batallas, ni se remedian los males, ni se salvan los pueblos
estando- ; sin moverse y sin hacer nada.
Hay que trabajar, pues, pero
nuestros trabajos tienen que ser fecundados por Dios nuestro Señor, y hay que
pedirle con fervor que los fecunde.
Nos estamos como asfixiando en
la atmósfera del liberalismo que nos rodea por todas partes, y pare ce que ha
llegado la hora de estar de continuo con los brazos levantados al cielo,
repitiendo como los Apóstoles en el peligro de zozobrar en la tormenta: Sálvanos, Señor, que perecemos (Mat., VIH, 25.)
Pidamos al Señor uniendo
nuestras oraciones á las de Nuestro Señor Jesucristo, á quien San Pablo nos
representa orando en el cielo por nosotros, y orando sin cesar. (Hebr., VII,
25.) A esa oración añade la oblación perpetua que hace de su cuerpo y sangre en
los altares, (…) y pidiéndole en especial y con fervor que guarde el precioso
don de su fe en esta República, y reine en ella, pero de un modo absoluto y
completo.
Interesemos a nuestro favor a
la Santísima Virgen, nuestra buena Madre, suplicándole humildemente haga fuerza
al Sagrado Corazón de su Divino Hijo para que derrame sobre todos nosotros los
incendios de su divino amor, a fin de que, unidos todos en caridad, tengamos
paz en Él y con Él, y como pacíficos seamos hijos de Dios y bienaventurados.
Esto os desea a todos vuestro
Obispo, que os bendice en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén
——————————————————————————————–
Nos adherimos a la
Súplica filial para que NO se confunda
a los fieles elevando a los altares al obispo pro-marxista y montonero
Angellelli -
Mª Virginia
Olivera
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