lunes, 17 de septiembre de 2018

POBREZA


Cuando los discípulos de Juan Bautista preguntan a Jesús si es verdaderamente el Mesías, Jesús les muestra los hechos que evidencian que se cumple la profecía que le anuncian: los cojos andan, los ciegos ven, y también los pobres son evangelizados.
En su vida pública es notoria su pobreza, aunque esté revestida de dignidad, como lo muestra su túnica inconsútil la cual, por su valor, es echada a suertes por los soldados al pie de la Cruz para ver quien se la quedará porque no la desprecian ni quieren dividirla. Pero la vida oculta en Nazaret también nos habla de pobreza, con acentos que conviene matizar.

¿Cómo era el hogar de Nazaret en cuanto al modo de vivir la pobreza? Desde luego es impensable en él la ostentación, la riqueza o el lujo. Pero tampoco consta que fuese una pobreza a nivel de miseria o carencia de lo más elemental. La pobreza de los que allí viven es la propia de los que tienen que alimentarse con la riqueza de su trabajo. Viven del trabajo de sus manos. Este dato es esencial para entender la pobreza que enseña Jesús y que tiene que ser accesible a cualquier ser humano. Primero estar desprendido de lo que se tiene, después trabajar, y en tercer lugar, prescindir de lo sobrante.

Un dato sirve para calibrar el nivel de vida de María y José. En el acto de Presentación de Jesús en el Templo. Era costumbre hacer una ofrenda; si eran pudientes, consistía en un cordero, y, quizá, una limosna material. Los pobres ofrecían un par de tórtolas. Esta es la ofrenda de María y José. Es lógico pensar que, si hubiesen podido dar más, lo hubiesen hecho, ya que la magnanimidad es una virtud propia de almas generosas. Pero los hechos muestran que lo que está a su alcance es poco. No poseen abundancia de bienes materiales, aunque no vivan en la miseria: la pobreza es el tono de su vida.

Otros datos, aparentemente pequeños, ayudan a vislumbrar la pobreza de aquel hogar modelo. Uno de ellos es el vestido; se viste con dignidad y sin ostentación. Los pañales preparados por María para el esperado Niño-Dios serían de buena calidad. María los prepararía con cuidado y amor. Es fácil ver aquí la diligencia de la joven Madre, que sabe quién es el Niño que va nacer, y como se desvela para que tenga lo mejor que esté a su alcance, cueste lo que cueste. Cuando Jesús es llevado al Calvario para crucificarle vestía con una túnica de calidad, aunque fue despojado de ella. Estos detalles muestran desprendimiento, pobreza hasta el despojo, pero no abandono ni dejadez.

Por lo demás, la vida de Jesús, María y José sería sencilla y normal. En la vivienda, en la alimentación y en el vestido, nada les distinguiría del resto de habitantes de su ciudad, si no era la sobriedad llevada con alegría, con que vivían. No es difícil imaginar aquella casa abierta a la hospitalidad; y también a la limosna cuando se hiciesen presentes otros más necesitados. Aún hoy es frecuente que sea más fácil la limosna entre pobres, que entre otros que andan sobrados de bienes materiales. Quizá sea debido a que saben bien lo que es la carencia de algo y lo que humilla pedir limosna. En el caso de la Sagrada Familia este actuar sería fruto ante todo de la caridad.

El ejemplo es claro: Jesús sigue el camino de una pobreza real, llena de trabajo y sin nada superfluo. Todo el que quiera seguirle debe seguir el camino de la pobreza, pero ¿será exclusivo este camino para los que carecen de bienes materiales? ¿Y si un cristiano nace en un ambiente de riqueza? ¿Qué hacer si las vueltas de la fortuna enriquecen a una persona? Es más ¿qué hacer cuando el trabajo produzca un fruto abundante y rico? Dejarlo todo no parece la solución correcta, ya que entonces el mundo quedaría en manos de personas no cristianas, o al menos poco practicantes, si es que no son desaprensivos. La pobreza debe ser una virtud para todo cristiano, sea cual sea su situación en la vida. Pero, ¿cómo? Una condición parece indispensable para vivir la pobreza con el espíritu de Cristo: vivir el desprendimiento. Después vendrán otras concreciones como la sobriedad y la generosidad con los bienes que posee, pero el desprendimiento es condición indispensable.

Concretemos más. Como todas las virtudes la pobreza debe comenzar en el interior del corazón. Si esto falla, todo comportamiento extremo sirve de poco o es un acto de hipocresía. La clave de la pobreza es el desprendimiento, el desapego de los bienes materiales.

Esto no es fácil porque requiere humildad, y, con ella, superar la concupiscencia de los ojos que es como una avaricia de fondo muy metida en el corazón humano. El soberbio busca poseer; unas veces querrá tener cosas para satisfacer la sensualidad; otras buscará aparentar ante los demás para gozo de su vanidad; otras, en fin, la meta del poseer será poder dominar a otros. Pero la realidad es que cuando alguien centra su felicidad exclusivamente en las cosas de aquí abajo -he sido testigo de verdaderas tragedias-, pervierte su uso razonable y destruye el orden sabiamente dispuesto por el Creador. El corazón queda entonces triste e insatisfecho; se adentra por caminos de eterno descontento y acaba esclavizado ya en la tierra, víctima de esos bienes que quizá se han logrado a base de esfuerzos y renuncias sin cuento (84).

Después de conseguir un cierto grado de desprendimiento, el camino de la pobreza será trabajar mucho y bien. No son compatibles en un cristiano la pereza y la pobreza. Si los medios escasean, no se perderá la alegría y se trabajará lo más posible. Si los medios abundan, convendrá hacer actos externos e internos de desprendimiento; por ejemplo, a través de la limosna o la beneficencia, o privándose de caprichos innecesarios; pero siempre no dejando el trabajo.

En resumen, podemos decir que el ejemplo de Cristo, junto a María y José, en cuanto a la virtud de la pobreza se puede condensar en lo siguiente: primero, humildad, sin quejarse ante lo que falta y se estime como necesario. Segundo, trabajar mucho y bien, haciendo rendir los propios talentos lo más posible. En tercer lugar, no crearse necesidades, ya que la línea que separa el capricho y la necesidad es muy tenue y se desplaza con facilidad. En último lugar podemos añadir la generosidad con lo que se posee, tanto si se ha recibido sin esfuerzo, como si es producto de un trabajo duro. La virtud de la pobreza se nos presenta así hermanada a la virtud más alta: la caridad.

4 Beato Josemaría Escrivá. amigos de Dios n. 118
Reproducido con permiso del Autor,
Enrique Cases, Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias

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