En el último artículo, hablábamos de misioneros que no
evangelizaban y de que ese era el auténtico problema de la Iglesia en la
Amazonia. Se me ha ocurrido que podríamos completarlo analizando cuál es la causa principal de la decadencia
que sufren las órdenes religiosas, tomando como ejemplo un caso reciente
y relativamente cercano a aquella zona.
Se trata del escrito de un Abad
benedictino colombiano que explica que ha dejado de creer en la oración de petición
y que ya no le pide nada a Dios:
“Desde esa toma
de conciencia, que recapituló todo lo que yo había experimentado hasta
entonces, que recapituló mis dudas, las incoherencias de la doctrina en que yo
creía, se hizo posible que cambiara mi manera de orar, en concreto la “oración
de petición".
Ya no le pedía a
Dios que enviara desde el cielo la paz que sólo él puede dar porque es
todopoderoso, o que curara a un enfermo, o que le diera trabajo a un
desempleado, etc.”.
¿Por qué? Según nos dice, porque Dios no puede hacer nada en este mundo,
solo nosotros podemos actuar:
“¡Nada de eso
puede hacer él! ¡Nada tiene que ver él con la guerra, el conflicto, el que a
alguien le dé una enfermedad, o que alguien se cure, o que alguien consiga
trabajo o lo pierda! Sería un dios muy injusto enviando a unos una cosa y a
otros otra. Aliviando a un enfermo y dejando a otro enfermo que se muera en
medio de atroces sufrimientos. […]
EL DIOS OMNIPOTENTE,
EL TODOPODEROSO… ES EL DIOS NADA
PODEROSO.
Nada puede hacer
si nosotros no se lo permitimos. Habrá paz si nosotros dejamos que la paz de
Dios que ya está en nosotros fluya por nuestra vida”.
Por lo tanto, no tiene sentido pedir cosas a Dios, sino
solo contarle las cosas que deseamos, nuestros buenos deseos e
intenciones. Rezar por la paz es inútil, porque solo nosotros podemos lograr la
paz. Rezar por la curación de un enfermo es absurdo, porque Dios no puede
curarlo:
“Ahora cuando
“pido” por la paz de Colombia, más que pedir, le expreso a mi Padre, a mi ABBA,
a mi papacito lo que más deseo. Él ya nos dio la paz… la llevamos todos en el
corazón porque Dios habita en el corazón de cada uno. Entonces le digo: “¡Que todos los colombianos seamos agentes de
paz por el diálogo, la reconciliación y la justicia social!“.
O si he de rezar por un
enfermo: “Que fulano de tal, que ha pedido que
oremos por él, y todos los demás enfermos, experimenten la fortaleza y el
consuelo que tú les das en medio de su fragilidad"”.
¿Les suenan esas
oraciones (por llamarlas de alguna manera)? Hay parroquias en las que son las únicas que se oyen. Aunque este Abad
del Monasterio de Santa María de la Epifanía, en Guatapé (Colombia), nos cuenta
que abandonó la oración de petición por una “inspiración
del Espíritu Santo”, resulta que, al final de su escrito, cita al “gran
teólogo español” Andrés torres Queiruga, varias de cuyas tesis
fueron condenadas por la Iglesia, en particular, casualmente,
el rechazo de la oración de petición.
Está claro que hasta que
llegaron Andrés Torres Queiruga y este Abad benedictino, la Iglesia no sabía
rezar. Dos mil años pidiéndole cosas a
Dios para nada. La liturgia de la Iglesia, por supuesto, es inservible,
porque está llena de oraciones de petición. Tantísimos santos dedicados
ignorantemente a la oración de petición, tantísimos milagros que, por lo visto,
no fueron más que engaños y supercherías, tantísimos fieles llevados al error
por la Iglesia. Y no solo eso: el mismo Cristo no sabía cómo había que rezar y
nos engañó fingiendo que hacía milagros y al decirnos que rezáramos así: “Danos hoy nuestro pan de cada día”.
En fin, no creo que haya que
decir mucho más. Para solucionar un problema, lo primero que hay que hacer es
diagnosticarlo. Del mismo modo que parece fútil celebrar un Sínodo sobre los
problemas de la Amazonia cuando hay allí tantos sacerdotes e incluso obispos
que no creen y se dedican a acabar con la fe de los fieles, es inútil lamentarse de la decadencia de las
órdenes religiosas cuando en muchos casos esas órdenes han abandonado
partes fundamentales de la fe y de la vida religiosa. Hay muchos factores que
influyen en esa decadencia, pero ese es el principal.
Si un monje benedictino niega
los principios más básicos de lo que es la oración cristiana y, de hecho,
rechaza una gran parte de esa oración, ¿qué sentido
tiene la vida de ese monje, que precisamente debe estar dedicada a la oración? Si
el abad es así, ¿cómo serán los monjes que lo han
elegido y a los que gobierna? Si los monjes son semejantes a su
abad, ¿para
qué sirve ese monasterio? ¿No sería mejor que se derrumbase y no quedase
piedra sobre piedra? Por no hablar de que quien no cree en los milagros, ¿cómo va a creer en la Encarnación, la Resurrección, la
Ascensión, la Asunción, la Inmaculada Concepción y tantos otros dogmas
referidos a milagros mucho más milagrosos? Si rechaza lo enseñado por el
propio Jesús sobre la forma en que hemos de rezar,
¿no tendrá el resto de su “oración” el mismo valor que esas falsas peticiones
que nos cuenta? Quien rechaza la fe católica sobre la oración, ¿cómo va a creer en el mismo Dios en que creen los
católicos? Si la sal se vuelve sosa, ¿con qué se la salará? No sirve más que
para tirarla fuera y que la pise la gente.
Bruno
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