jueves, 6 de septiembre de 2018

ALELUYA III (RESPUESTAS XIV)


5. ESPIRITUALIDAD Y CONTENIDO DEL ALELUYA

       Un pueblo en fiesta canta a su Señor, ¡Aleluya!, porque Cristo ha triunfado sobre el pecado y la muerte y ha sido constituido Señor de todo. El Aleluya es júbilo, como júbilo se llamaba musicalmente al desarrollo de la última sílaba del Aleluya con sus melismas y modulaciones. El Aleluya es gozo en el alma. El Aleluya es alegría interior que sólo puede expresarse cantando porque las palabras se quedan pequeñas e insuficientes.
    San Agustín es un poeta del Aleluya, su gran predicador y su gran mistagogo. En muchísimas ocasiones predicó a su pueblo sobre el Aleluya, los introdujo en su significado celestial. Vamos a empaparnos de las enseñanzas, elevadas, claras a un tiempo, de este Padre.
    Los fieles cantaban el Aleluya con gusto. “Llegaron los días de cantar Aleluya… Estad atentos los que sabéis cantar y salmodiar en vuestros corazones a Dios, dando gracias siempre por todas las cosas, y alabad a Dios, pues esto significa Aleluya” (En. in Ps. 110,1).
   Dice: “Cantamos el Aleluya en determinados días, pero en todo tiempo lo tenemos en el pensamiento. Si esta palabra significa alabanza de Dios, aunque no la tengamos siempre en la boca de la carne, sin duda la tenemos en la del corazón, pues su alabanza siempre se halla en mi boca” (En. in Ps. 106,1). ¡El Aleluya está grabado en el alma!
   A los neófitos, a los que tanto cuidaba con sus predicaciones pascuales, también les enseña el valor del Aleluya: “El Aleluya es el cántico nuevo. Todos nosotros lo hemos cantado: lo habéis de cantar vosotros, niños, que acabáis de ser renovados, lo hemos cantado nosotros que hemos sido rescatados con el mismo precio” (Serm. 255).
    Todos han de cantarlo, todos unirse a la alabanza festiva al Señor: “Oigamos ya, lleno el pecho del pueblo de Dios de alabanza divina” (En. in Ps. 110,1). Los fieles se hacen un solo corazón y una sola alma al cantar al unísono y concordes el Aleluya: “Somos hermanos; invocamos a un solo y mismo Dios, creemos en un solo Cristo, oímos el mismo Evangelio, cantamos el mismo salmo, respondemos con un solo Amén, prorrumpimos un solo aleluya, celebramos una sola Pascua” (En. in Ps. 54,16). Las respuestas y cantos comunes en la liturgia son la verdadera participación, muestran la unidad de un solo Cuerpo y la comunión de los corazones.
    Continúa san Agustín introduciéndonos en el Aleluya. El modo de cantarlo es importante: se trata de alabar y la mayor alabanza es la caridad y unidad de todos los fieles, sin divisiones ni cismas: “¿Qué es lo que cantas? Me respondes: Aleluya. ¿Qué significa Aleluya? Alabad al Señor. Pues bien, alabemos a una al Señor. ¿Por qué discordamos? La caridad alaba al Señor, la discordia le ultraja” (En. in Ps. 149,2).
    La caridad que alaba es real y se manifiesta, muy concreta, en obras de misericordia y en la unidad de la Iglesia misma:
     “Si, cuando cantas el aleluya, alargas el pan al hambriento, vistes al desnudo y recibes al peregrino, pues entonces no sólo sonará la voz, sino que la acompañarán las manos, porque las obras concuerdan con las voces” (En. in Ps. 149,8).
   ¡Canta el Aleluya! “Canta y camina”, dice san Agustín, alaba a Dios con tu vida y progresa en el bien, de gracia en gracia: “Canta como suelen cantar los viandantes; canta, pero camina; consuela con el canto tu trabajo, no ames la pereza: canta y camina. ¿Qué significa “camina”? Avanza, avanza en el bien. Según el Apóstol, hay algunos que avanzan para peor. Tú, si avanzas, caminas; pero avanza en el bien, en la recta fe, en las buenas obras: canta y camina” (Serm. 256,3).
     Sería triste alabar a Dios con la boca y el canto y que la vida desentonase, que las obras no correspondiesen, que la mente caminara por vías tortuosas; que cuestionásemos la providencia divina o sus planes para nosotros. Habríamos, dice san Agustín, “perdido el Aleluya”, “perdidisti Alleluia”, ¡perdiste el Aleluya! (En. in Ps. 148,12).
    ¡Siempre tenemos el Aleluya en el pensamiento! Nuestra vida terrena aquí, cantando el Aleluya, es anticipo y esperanza de la vida del cielo, con su constante Aleluya y alabanza plena al Señor: “Confesad al Señor, porque es bueno, porque su misericordia es eterna. El salmo comienza y termina con estas palabras, puesto que no hay cosa que más saludablemente agrade de todo lo que hemos hablado desde el principio hasta el fin, al que hemos llegado, como la alabanza de Dios y el sempiterno Aleluya” (En. in Ps. 117,23).
    El Aleluya habla, remite, desea, anticipa, los gozos eternos cuando se canta en la liturgia de la Iglesia: “Nuestro alimento, nuestra bebida, nuestro descanso y todo nuestro gozo allí será el Aleluya, es decir, la alabanza de Dios” (Serm. 252,9). Esta bellísima frase está en un contexto en el que el Doctor Gratiae habla de la vida eterna y del gozo feliz como un Aleluya eterno. Allí dice: “Cuando después del trabajo presente, lleguemos a aquel descanso, la única ocupación será la alabanza de Dios, todo nuestro obrar se reducirá al Aleluya. ¿Qué significa el Aleluya? Alabad a Dios. ¿Quién alaba a Dios sin desfallecer a no ser los ángeles? No sufren hambre ni sed, no enferman ni mueren. También nosotros hemos cantado el Aleluya; se cantó ya esta mañana, y hace poco, cuando yo aparecí, volvimos a cantarlo. Llega hasta nosotros un cierto olor de aquella alabanza divina y de aquel descanso, pero es más fuerte el peso de la mortalidad. El simple repetirlo nos cansa, y queremos reponer las fuerzas de nuestros miembros; si dura mucho tiempo, nos resulta gravoso el alabar a Dios por el estorbo de nuestro cuerpo. Si la plenitud ha de consistir en el canto ininterrumpido del Aleluya, tendrá lugar sólo después de este mundo y estas fatigas. Repitámoslo cuantas veces podamos para merecer cantarlo por siempre. Nuestro alimento, nuestra bebida, nuestro descanso y todo nuestro gozo allí será el Aleluya, es decir, la alabanza de Dios” (Serm. 252,9).
    La vida de los bienaventurados en el cielo, ya resucitados con Cristo y glorificados con Él, será un continuo Aleluya:  “Puedo decir algo, porque me apoyo en las Escrituras, sobre lo que constituirá allí nuestra actividad. Toda nuestra actividad se reducirá al “Amén” y al “Aleluya”. ¿Qué decís, hermanos? Estoy viendo que al oírlo os habéis llenado de gozo… “Amén” y “Aleluya” no lo diremos con sonidos pasajeros, sino con el afecto del alma… Como veremos la verdad sin cansancio alguno y con deleite perpetuo, y contemplaremos igualmente la más cierta evidencia, encendidos por el amor a la verdad y uniéndonos a ella mediante un dulce, casto y al mismo tiempo incorpóreo abrazo, con tal voz le alabaremos y le diremos también “Aleluya”. Abrasados en amor mutuo hacia Dios y exhortándose recíprocamente a tal alabanza, todos los ciudadanos de aquella ciudad dirán “Aleluya”, porque dirán “Amén”” (Serm. 362,29).
 “Se canta el Aleluya para indicar que nuestra actividad futura será alabar a Dios, como está escrito: Bienaventurados los que habitan en tu casa, Señor; por todos los siglos te alabarán” (Ep. 55,15,28).
    El Aleluya es el gozo y la felicidad de los santos, la alabanza divina ininterrumpida y alegre que aúna los corazones de los ángeles y de los santos en la Jerusalén del cielo, con una adoración continua: “¡Dichoso Aleluya aquel! ¡En paz y sin enemigo alguno! Allí ni habrá enemigo ni perecerá el amigo. Se alaba a Dios aquí y allí; pero aquí lo alaban llenos de preocupación, allí con seguridad plena; aquí quienes han de morir, allí quienes vivirán por siempre; aquí en esperanza, allí en realidad; aquí de viaje, allí en la patria” (Serm. 256,3).
    El canto del Aleluya aquí es consuelo en la tribulación, ancla firme de la esperanza, que acompaña los pasos –tal vez cansados- del hombre y le animan a progresar en el bien y la virtud hasta llegar a la patria eterna. “¡Canta y camina!” (Serm. 256,3).
     El Aleluya, con los melismas que desarrolla la voz del cantor con las sílabas, especialmente la última, es el gozo de la Iglesia. De hecho, a esos melismas se les llamó “iubilus”, “júbilo”, haciéndolo más sonoro y sumamente alegre. Explica san Agustín el sentido hondo del júbilo: “Ya sabéis qué es jubilare. Gozaos y hablad. Si al gozaros no podéis hablar, regocijaos (iubilate). Vuestro gozo dé a conocer el regocijo si no puede la palabra. Que no quede mudo vuestro gozo. Que no calle el corazón a su Dios; que no calle sus dones” (En. in Ps. 97,4).
   “Pero mira, es él quien te ofrece la modalidad del canto; no andes buscando palabras como para explicar de qué modo se deleita Dios. Canta con júbilo. Es así como se canta bien a Dios: cantando con júbilo. ¿Qué es cantar con júbilo? Comprender, pero sin poder explicar con palabras, lo que se canta con el corazón… El júbilo sería algo así como lo que da a luz el corazón para expresar algo imposible de decir con palabras. ¿Y a quién le gusta esta expresión jubilosa, sino al Dios inefable? Es inefable lo que no puedes expresar con palabras. Pero si no lo puedes pronunciar, y tampoco lo debes callar, ¿qué queda, sino que te desahogues en el júbilo, para que, sin palabras, se regocije tu corazón, y el campo inmenso de las alegrías no quede aprisionado por los límites de las sílabas. Cantadle bien con júbilo” (En. in Ps. 32,II,8).
    Para san Agustín, el tiempo propio del Aleluya es la cincuentena pascual exclusivamente. De ahí su gozo cuando llegaba el Aleluya y su forma de contagiar ese gozo a sus fieles: “Ved, hermanos míos, si en estos días se dice sin motivo, por el entero disco de las tierras: Amén y Aleluya” (En. in Ps. 21,II,23).
  “Ahora no en todas partes se observa cantar el Aleluya exclusivamente durante los cincuenta días; porque, aunque en esos días se canta en todas las iglesias, en algunas partes se canta también en otros días” (Ep. 55,17,32).
Javier Sánchez Martínez

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