5. ESPIRITUALIDAD Y CONTENIDO DEL ALELUYA
Un pueblo en fiesta canta a su Señor, ¡Aleluya!, porque
Cristo ha triunfado sobre el pecado y la muerte y ha sido constituido Señor de
todo. El Aleluya es júbilo, como júbilo se llamaba musicalmente al desarrollo
de la última sílaba del Aleluya con sus melismas y modulaciones. El Aleluya es
gozo en el alma. El Aleluya es alegría interior que sólo puede expresarse
cantando porque las palabras se quedan pequeñas e insuficientes.
San Agustín
es un poeta del Aleluya, su gran predicador y su gran mistagogo. En muchísimas
ocasiones predicó a su pueblo sobre el Aleluya, los introdujo en su significado
celestial. Vamos a empaparnos de las enseñanzas, elevadas, claras a un tiempo,
de este Padre.
Los fieles
cantaban el Aleluya con gusto. “Llegaron los días
de cantar Aleluya… Estad atentos los que sabéis cantar y salmodiar en vuestros
corazones a Dios, dando gracias siempre por todas las cosas, y alabad a Dios,
pues esto significa Aleluya” (En. in Ps. 110,1).
Dice: “Cantamos el Aleluya en determinados días, pero en todo
tiempo lo tenemos en el pensamiento. Si esta palabra significa alabanza de
Dios, aunque no la tengamos siempre en la boca de la carne, sin duda la tenemos
en la del corazón, pues su alabanza siempre se halla en mi boca” (En. in
Ps. 106,1). ¡El Aleluya está grabado en el alma!
A los neófitos, a
los que tanto cuidaba con sus predicaciones pascuales, también les enseña el
valor del Aleluya: “El Aleluya es el cántico nuevo.
Todos nosotros lo hemos cantado: lo habéis de cantar vosotros, niños, que
acabáis de ser renovados, lo hemos cantado nosotros que hemos sido rescatados
con el mismo precio” (Serm. 255).
Todos han
de cantarlo, todos unirse a la alabanza festiva al Señor: “Oigamos ya, lleno el pecho del pueblo de Dios de
alabanza divina” (En. in Ps. 110,1). Los fieles se hacen un solo corazón
y una sola alma al cantar al unísono y concordes el Aleluya: “Somos hermanos; invocamos a un solo y mismo Dios,
creemos en un solo Cristo, oímos el mismo Evangelio, cantamos el mismo salmo,
respondemos con un solo Amén, prorrumpimos un solo aleluya, celebramos una sola
Pascua” (En. in Ps. 54,16). Las respuestas y cantos comunes en la
liturgia son la verdadera participación, muestran la unidad de un solo Cuerpo y
la comunión de los corazones.
Continúa
san Agustín introduciéndonos en el Aleluya. El modo de cantarlo es importante:
se trata de alabar y la mayor alabanza es la caridad y unidad de todos los
fieles, sin divisiones ni cismas: “¿Qué es lo que
cantas? Me respondes: Aleluya. ¿Qué significa Aleluya? Alabad al Señor. Pues
bien, alabemos a una al Señor. ¿Por qué discordamos? La caridad alaba al Señor,
la discordia le ultraja” (En. in Ps. 149,2).
La caridad
que alaba es real y se manifiesta, muy concreta, en obras de misericordia y en
la unidad de la Iglesia misma:
“Si, cuando cantas el aleluya, alargas el pan al
hambriento, vistes al desnudo y recibes al peregrino, pues entonces no sólo
sonará la voz, sino que la acompañarán las manos, porque las obras concuerdan
con las voces” (En. in Ps. 149,8).
¡Canta el Aleluya! “Canta y camina”, dice san
Agustín, alaba a Dios con tu vida y progresa en el bien, de gracia en gracia: “Canta como suelen cantar los viandantes; canta, pero
camina; consuela con el canto tu trabajo, no ames la pereza: canta y camina.
¿Qué significa “camina”? Avanza, avanza en el bien. Según el Apóstol, hay
algunos que avanzan para peor. Tú, si avanzas, caminas; pero avanza en el bien,
en la recta fe, en las buenas obras: canta y camina” (Serm. 256,3).
Sería
triste alabar a Dios con la boca y el canto y que la vida desentonase, que las
obras no correspondiesen, que la mente caminara por vías tortuosas; que
cuestionásemos la providencia divina o sus planes para nosotros. Habríamos,
dice san Agustín, “perdido el Aleluya”, “perdidisti
Alleluia”, ¡perdiste el Aleluya! (En. in Ps. 148,12).
¡Siempre tenemos el Aleluya en el pensamiento! Nuestra
vida terrena aquí, cantando el Aleluya, es anticipo y esperanza de la vida del
cielo, con su constante Aleluya y alabanza plena al Señor: “Confesad al Señor, porque es bueno, porque su
misericordia es eterna. El salmo comienza y termina con estas palabras, puesto
que no hay cosa que más saludablemente agrade de todo lo que hemos hablado
desde el principio hasta el fin, al que hemos llegado, como la alabanza de Dios
y el sempiterno Aleluya” (En. in Ps. 117,23).
El Aleluya
habla, remite, desea, anticipa, los gozos eternos cuando se canta en la
liturgia de la Iglesia: “Nuestro alimento, nuestra
bebida, nuestro descanso y todo nuestro gozo allí será el Aleluya, es decir, la
alabanza de Dios” (Serm. 252,9). Esta bellísima frase está en un
contexto en el que el Doctor Gratiae habla de la vida eterna y del gozo feliz
como un Aleluya eterno. Allí dice: “Cuando después del
trabajo presente, lleguemos a aquel descanso, la única ocupación será la
alabanza de Dios, todo nuestro obrar se reducirá al Aleluya. ¿Qué significa el
Aleluya? Alabad a Dios. ¿Quién alaba a Dios sin desfallecer a no ser los
ángeles? No sufren hambre ni sed, no enferman ni mueren. También nosotros hemos
cantado el Aleluya; se cantó ya esta mañana, y hace poco, cuando yo aparecí,
volvimos a cantarlo. Llega hasta nosotros un cierto olor de aquella alabanza
divina y de aquel descanso, pero es más fuerte el peso de la mortalidad. El
simple repetirlo nos cansa, y queremos reponer las fuerzas de nuestros
miembros; si dura mucho tiempo, nos resulta gravoso el alabar a Dios por el
estorbo de nuestro cuerpo. Si la plenitud ha de consistir en el canto
ininterrumpido del Aleluya, tendrá lugar sólo después de este mundo y estas
fatigas. Repitámoslo cuantas veces podamos para merecer cantarlo por siempre.
Nuestro alimento, nuestra bebida, nuestro descanso y todo nuestro gozo allí
será el Aleluya, es decir, la alabanza de Dios” (Serm. 252,9).
La vida de
los bienaventurados en el cielo, ya resucitados con Cristo y glorificados con
Él, será un continuo Aleluya: “Puedo decir
algo, porque me apoyo en las Escrituras, sobre lo que constituirá allí nuestra
actividad. Toda nuestra actividad se reducirá al “Amén” y al “Aleluya”. ¿Qué decís, hermanos? Estoy viendo que
al oírlo os habéis llenado de gozo… “Amén” y
“Aleluya” no lo diremos con sonidos
pasajeros, sino con el afecto del alma… Como veremos la verdad sin cansancio alguno
y con deleite perpetuo, y contemplaremos igualmente la más cierta evidencia,
encendidos por el amor a la verdad y uniéndonos a ella mediante un dulce, casto
y al mismo tiempo incorpóreo abrazo, con tal voz le alabaremos y le diremos
también “Aleluya”. Abrasados en amor mutuo
hacia Dios y exhortándose recíprocamente a tal alabanza, todos los ciudadanos
de aquella ciudad dirán “Aleluya”, porque
dirán “Amén”” (Serm. 362,29).
“Se
canta el Aleluya para indicar que nuestra actividad futura será alabar a Dios,
como está escrito: Bienaventurados los que habitan en tu casa, Señor; por todos
los siglos te alabarán” (Ep. 55,15,28).
El Aleluya
es el gozo y la felicidad de los santos, la alabanza divina ininterrumpida y
alegre que aúna los corazones de los ángeles y de los santos en la Jerusalén
del cielo, con una adoración continua: “¡Dichoso
Aleluya aquel! ¡En paz y sin enemigo alguno! Allí ni habrá enemigo ni perecerá
el amigo. Se alaba a Dios aquí y allí; pero aquí lo alaban llenos de
preocupación, allí con seguridad plena; aquí quienes han de morir, allí quienes
vivirán por siempre; aquí en esperanza, allí en realidad; aquí de viaje, allí
en la patria” (Serm. 256,3).
El canto
del Aleluya aquí es consuelo en la tribulación, ancla firme de la esperanza,
que acompaña los pasos –tal vez cansados- del hombre y le animan a progresar en
el bien y la virtud hasta llegar a la patria eterna. “¡Canta
y camina!” (Serm. 256,3).
El
Aleluya, con los melismas que desarrolla la voz del cantor con las sílabas, especialmente
la última, es el gozo de la Iglesia. De hecho, a esos melismas se les llamó “iubilus”, “júbilo”, haciéndolo más sonoro y
sumamente alegre. Explica san Agustín el sentido hondo del júbilo: “Ya sabéis qué es jubilare. Gozaos y hablad. Si al gozaros
no podéis hablar, regocijaos (iubilate). Vuestro gozo dé a conocer el regocijo
si no puede la palabra. Que no quede mudo vuestro gozo. Que no calle el corazón
a su Dios; que no calle sus dones” (En. in Ps. 97,4).
“Pero mira, es él quien te ofrece la modalidad del canto;
no andes buscando palabras como para explicar de qué modo se deleita Dios.
Canta con júbilo. Es así como se canta bien a Dios: cantando con júbilo. ¿Qué
es cantar con júbilo? Comprender, pero sin poder explicar con palabras, lo que
se canta con el corazón… El júbilo sería algo así como lo que da a luz el
corazón para expresar algo imposible de decir con palabras. ¿Y a quién le gusta
esta expresión jubilosa, sino al Dios inefable? Es inefable lo que no puedes
expresar con palabras. Pero si no lo puedes pronunciar, y tampoco lo debes
callar, ¿qué queda, sino que te desahogues en el júbilo, para que, sin
palabras, se regocije tu corazón, y el campo inmenso de las alegrías no quede
aprisionado por los límites de las sílabas. Cantadle bien con júbilo” (En.
in Ps. 32,II,8).
Para san
Agustín, el tiempo propio del Aleluya es la cincuentena pascual exclusivamente.
De ahí su gozo cuando llegaba el Aleluya y su forma de contagiar ese gozo a sus
fieles: “Ved, hermanos míos, si en estos días se
dice sin motivo, por el entero disco de las tierras: Amén y Aleluya” (En.
in Ps. 21,II,23).
“Ahora no en todas partes se observa cantar el Aleluya exclusivamente
durante los cincuenta días; porque, aunque en esos días se canta en todas las
iglesias, en algunas partes se canta también en otros días” (Ep.
55,17,32).
Javier Sánchez
Martínez
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