martes, 17 de mayo de 2016

He vuelto de Silos


He venido ayer de dar dos charlas en la abadía de Santo Domingo de Silos. Algunos leen El nombre de la rosa, a mi me toca, de tanto en tanto, recorrer esa novela en la realidad. Capítulos de edificios reales con monjes reales.

Una charla la di a los oblatos, la otra a los monjes de la comunidad. No es éste ni el lugar ni el momento de explicar que es un oblato.

Ha sido una estancia agradabilísima en medio de una comunidad de más de treinta monjes. Es curioso, en los rostros de algunos monjes se notaba de modo especial como brillaba la luz de la bondad y el recogimiento en Dios. Una comunidad de almas moviéndose alrededor de un claustro que es una obra de arte perfecta. Un exponente de belleza tan admirable que me extraña que no haya sido derribada. Siempre hay algún progresista para el que el claustro se interpone entre él y sus sueños.

Pero si el claustro era una gran obra de arte, había algo más interesante que el claustro. Como le decía hoy a un amigo profesor de universidad: Lo más interesante de un monasterio es su comunidad. Cada comunidad de monjes es un microcosmos completamente único e irrepetible.

También conocí a la gata de la comunidad. Encontrada por los montes cuando era una cachorra y recogida caritativamente. Ella se encarga, sobre todo, de patrullar la huerta.

P. FORTEA

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