He venido ayer de dar dos charlas
en la abadía de Santo Domingo de Silos. Algunos leen El nombre de la rosa,
a mi me toca, de tanto en tanto, recorrer esa novela en la realidad. Capítulos
de edificios reales con monjes reales.
Una charla la di a los oblatos,
la otra a los monjes de la comunidad. No es éste ni el lugar ni el momento de
explicar que es un oblato.
Ha sido una estancia
agradabilísima en medio de una comunidad de más de treinta monjes. Es curioso,
en los rostros de algunos monjes se notaba de modo especial como brillaba la
luz de la bondad y el recogimiento en Dios. Una comunidad de almas moviéndose
alrededor de un claustro que es una obra de arte perfecta. Un exponente de
belleza tan admirable que me extraña que no haya sido derribada. Siempre hay
algún progresista para el que el claustro se interpone entre él y sus sueños.
Pero si el claustro era una gran
obra de arte, había algo más interesante que el claustro. Como le decía hoy a
un amigo profesor de universidad: Lo más interesante de un monasterio es su
comunidad. Cada comunidad de monjes es un microcosmos completamente único e
irrepetible.
También conocí a la gata de la comunidad. Encontrada por los montes
cuando era una cachorra y recogida caritativamente. Ella se encarga, sobre
todo, de patrullar la huerta.
P.
FORTEA
No hay comentarios:
Publicar un comentario