"Jesús le contestó:
– El que me ama
hace caso a mi palabra; y mi Padre le amará, y mi Padre y yo vendremos a vivir
con él. El que no me ama no hace caso a mis palabras. Las palabras que estáis
escuchando no son mías, sino del Padre, que me ha enviado.
Os he dicho todo
esto mientras permanezco con vosotros; pero el Espíritu Santo, el defensor que
el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todas las cosas y os recordará todo
lo que os he dicho.
Os dejo la paz. Mi
paz os doy, pero no como la dan los que son del mundo. No os angustiéis ni
tengáis miedo. Ya me oísteis decir que me voy, y que vendré para estar otra vez
con vosotros. Si de veras me amaseis os habríais alegrado al saber que voy al
Padre, porque él es más que yo. Os digo esto de antemano, para que, cuando
suceda, creáis."
El evangelio de hoy nos da tres
lecciones:
La primera: el verdadero amor es la fidelidad a la Palabra. Esto es amar a Jesús: vivir como Él vivió; seguir sus enseñanzas. Este auténtico amor nos une con Dios y con los hombres. Si somos fieles a su Palabra, nuestra actitud con los demás será la misma actitud de Jesús. Nos acercaremos al otro para amarlo. Unos haremos uno con él.
La primera: el verdadero amor es la fidelidad a la Palabra. Esto es amar a Jesús: vivir como Él vivió; seguir sus enseñanzas. Este auténtico amor nos une con Dios y con los hombres. Si somos fieles a su Palabra, nuestra actitud con los demás será la misma actitud de Jesús. Nos acercaremos al otro para amarlo. Unos haremos uno con él.
La segunda: No estamos solos. El Espíritu está con nosotros; pero debemos saber escucharlo. La verdadera Iglesia es la que se deja conducir por el Espíritu. La que está atenta a los signos de los tiempos y a la voluntad de Dios. El Espíritu se nos manifiesta en la contemplación y en los sacramentos. El Espíritu se nos presenta en la vida de cada día, enseñándonos el camino que debemos seguir.
La tercera: Jesús nos da la paz. Una paz que no es la ausencia de conflictos, sino una paz que reside en lo profundo de nuestro corazón. El mayor enemigo que atenaza nuestra vida es el miedo. La paz de Jesús elimina este miedo, porque está hecha de diálogo, de confianza, de humanidad. Ante la sociedad actual podemos preguntarnos, ¿dónde está la paz que nos dio Jesús? En nuestra sociedad no hay paz, porque no aceptamos la paz de Jesús. Nosotros queremos resolverlo todo con montajes políticos, que en el fondo buscan el dominio de unos sobre otros, el provecho nuestro sobre el de los demás. Esa es la paz del mundo. La paz de Jesús es una paz de unión, de confianza en el otro, de amor al otro. Pero esta paz, debemos lograrla en primer lugar en nuestro corazón. Si no estamos en paz con nosotros mismos, nunca lograremos la paz con los diás.
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