Obedezco plenamente al Magisterio
de la Iglesia, pero siempre me ha costado un poco entender por qué los teólogos
de la más estricta ortodoxia han sido tan poco proclives a los argumentos que
muestran cómo un crecimiento desaforado de la población humana mundial nos
reduciría a un estado de pobreza que nos conduciría al salvajismo.
Creo que la teología católica más
ortodoxa debería esforzarse en una reflexión que le llevara a construir una
concordia entre el Magisterio sobre la sexualidad y la realidad de que el
tamaño de la población humana se puede convertir en el mayor problema de la
Humanidad.
Me encantan las familias
numerosas llenas de vida y alegría. Pero los recursos de la Tierra imponen una
serie de límites que la razón no puede negar. En el confesonario siempre he
tenido claro que debía yo obedecer a la voz de los sucesores de Pedro y nunca
me he apartado de su guía. Pero fuera del confesionario, veo que la teología
debe profundizar con la luz de la razón y de la fe en un problema que veo lejos
de que esté solucionado con las encíclicas publicadas hasta ahora.
Creo que el magisterio sobre la
sexualidad que poseemos en la actualidad son expresión de lo que Dios quiere.
Pero que no nos opondremos a la ortodoxia por buscar un desarrollo teológico
fiel a Roma que replantee esta cuestión desde la globalidad y los imperativos de
la razón.
Los hay que piensan que la teología ya ha alcanzado la perfección, que
ya todo está dicho y que sólo cabe, por citar a Jorge de Burgos, una eterna
y sublime recapitulación. Nos (o sea yo) no estamos de acuerdo con los
profetas de calamidades y creemos que es posible conciliar la fidelidad y la
audacia teológica.
P. FORTEA
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