El abuso que se está haciendo en el recurso a los
ministros extraordinarios de la Eucaristía contribuye a la crisis de vocaciones
al disociar el sacerdocio de la comunión y nos imbuye de una mentalidad
funcionalista y utilitarista a expensas del simbolismo.
Cada tres
años, durante los días más duros del verano, la Iglesia hace un alto en la
lectura del evangelio de San Marcos y se detiene durante cinco semanas en el
Evangelio de San Juan para instruirnos sobre la Eucaristía. Comenzó ese proceso
el 26 de julio con el relato del milagro de la multiplicación de los panes, y
continuó el 2 y el 9 de agosto con el discurso de Jesús como Pan de Vida.
A principios de este año escribí un artículo en Crisis Magazine sobre el abuso que se está haciendo en el recurso a los ministros extraordinarios de la Eucaristía, un fenómeno que se estableció de hecho en la Iglesia de Estados Unidos a pesar de las claras normas de la Santa Sede al respecto.
Sostengo hace tiempo que este fenómeno contribuye a la crisis de vocaciones al disociar el sacerdocio de la comunión. También comencé a argumentar en ese artículo que el abuso que se está haciendo en el recurso a los ministros extraordinarios nos imbuye de una mentalidad funcionalista y utilitarista a expensas del simbolismo.
La mentalidad funcionalista/utilitaria corroe la mentalidad moderna, por ejemplo, en la ética sexual. En el caso que nos ocupa, reduce el acto simbólico del pastor que está "alimentando a mis ovejas" a un pragmático acto de "resolvamos esto de forma que la misa ´no se prolongue más de lo debido´". No es extraño entonces que la paternidad también se esté parcelando progresivamente en "funciones" generativa, gestacional y educativa. Al descuidar el papel simbólico de su paternidad espiritual alimentando a su pueblo, los sacerdotes hacen algo análogo.
Dicho artículo suscitó numerosos comentarios y -algo inusual en Crisis Magazine- una controversia un poco aguda. Por ese motivo, en medio de este veraniego excursus juanino, vuelvo sobre el asunto convencido de que los Evangelios nos aportan posibles perspectivas sobre la cuestión.
Que Jesús alimentase a la multitud con cinco panes y dos peces es denominado "milagro" en los Evangelios Sinópticos (Mateo, Marcos, Lucas). Juan, sin embargo, no habla de "milagros". El cuarto Evangelio se construye más bien en torno a "signos", que apuntan, más allá de sí mismos, al Único significado. Así, Jesús multiplica los panes porque "Yo soy el Pan de Vida". Cura al ciego porque "Yo soy la Luz del Mundo". Resucita a Lázaro porque "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida". Y los judíos casi le apedrean por su respuesta "Antes de que Abraham existiera, Yo SOY", una clara alusión a la revelación de Dios de Sí mismo a Moisés en la zarza ardiente (Ex 3, 14), al sellar la Antigua Alianza.
En Juan, los actos de Jesús son símbolos. Contienen aquello que simbolizan, y además apuntan más allá de sí mismos. Hacen algo (p. ej., alimentar al pueblo) pero también apuntan más allá de sí mismos (p. ej., a Aquel que alimenta y hace posible que se alimente, así como a la profecía sobre el futuro plan de Dios de instituir la Eucaristía).
Detaco este aspecto eficaz de la labor de Jesús porque he escuchado, incluso en círculos católicos, intentos de racionalizar el signo. Según esa interpretación, no es que los cinco panes y los dos peces que trae el muchacho alimentasen a la multitud. Habrían sido "el amor y la preocupación" que mostró Jesús los que habrían "abierto" los corazones de la multitud (y, se supone, sus cestas) para compartir su alimento y satisfacer las necesidades de todos.
Obviamente, esta interpretación reduccionista es ajena al texto y a su tradicional interpretación católica. Pero la cito por dos razones: para recuperar lo que Juan está intentando decir y para exponer la poderosa (y corrosiva) fuerza del reduccionismo racionalista en algunos círculos católicos alemanes, especialmente con vistas al sínodo de octubre. Es la acción sacerdotal de Jesús la que alimenta al pueblo, no lo hace un pueblo que sería autosuficiente pero sólo necesitaba un catalizador. El "signo" es que Cristo alimenta a su pueblo.
Si el signo es que "Cristo alimenta al pueblo", entonces también el alter Christus [otro Cristo], el sacerdote que actúa aquí y ahora in persona Christi [en la persona de Cristo], debería hacer presentes a Cristo y Su acto salvador alimentando al pueblo.
Alguien podría decir que el Evangelio presenta a Jesús bendiciendo y partiendo el pan, lo cual hace el actual alter Christus en el ofertorio y consagrando la Eucaristía. Pero Juan va más allá. Jesús dice a los apóstoles que preparen a la multitud ("haced que se sienten"). Les pide que alimenten a la multitud. Él distribuye los panes y los peces (dones ofrecidos a Cristo), no directamente por medio de su joven propietario, sino por mediación del apóstol Andrés ("Hay aquí un muchacho con cinco panes..."). Y, cuando la comida se ha consumido, Jesús designa a sus Apóstoles como equipo de "limpieza", recogiendo las sobras "para que nada se pierda" en doce cestas... un número muy apostólico.
Para Juan, el signo de la multiplicación de los panes es un símbolo profundo. No se trata de un problema de bienestar social ni de un problema logístico que deba resolverse funcionalmente mediante formas pedestres. ¡No es un problema tecnocrático, como que, por ejemplo, los Apóstoles necesitasen 16.667 días de trabajo para una bolsa de 200 denarios! Jesús no pide a sus Apóstoles (ni aún menos al conjunto de la comunidad) que resuelvan eficientemente el problema de una cadena de alimentación. Les pide hacer lo que Él hace: "Alimentad a mis ovejas".
Sugiero que este signo tiene algo que decir sobre el recurso innecesario a los ministros extraordinarios de la Eucaristía. Por un lado, nos pie que reflexionemos sobre lo que estamos haciendo: acudiendo a una necesidad espiritual de encuentro con una mentalidad funcionalista. (¿Cómo comprar comida para una multitud semejante? ¿Cómo "no prolongar más de lo debido" la distribución de la Comunión?) También nos recuerda que en ese encuentro unitario espiritual con un Sumo Sacerdote (y sus sacerdotes), el sacerdote tiene un papel principal que no debería ser sustituido, diluido o delegado, del mismo modo que el Sacerdote y sus sacerdotes tuvieron un papel principal en la bendición y en la distribución sobre aquella verde colina en Israel hace dos mil años.
El Vaticano II nos animó a volver a las Escrituras. Las Escrituras no piden sólo una seca exégesis de los verbos tal como fueron definidos hace milenios: siempre ha habido una tradición de búsqueda del "sentido espiritual" de la Palabra. Tal vez las Escrituras tienen algo que decirnos.
John M. Grondelski fue vicedecano de la Escuela de Teología de la universidad de Seton Hall (Nueva Jersey, Estados Unidos).
Artículo publicado en Crisis Magazine.
Traducción de ReL.
A principios de este año escribí un artículo en Crisis Magazine sobre el abuso que se está haciendo en el recurso a los ministros extraordinarios de la Eucaristía, un fenómeno que se estableció de hecho en la Iglesia de Estados Unidos a pesar de las claras normas de la Santa Sede al respecto.
Sostengo hace tiempo que este fenómeno contribuye a la crisis de vocaciones al disociar el sacerdocio de la comunión. También comencé a argumentar en ese artículo que el abuso que se está haciendo en el recurso a los ministros extraordinarios nos imbuye de una mentalidad funcionalista y utilitarista a expensas del simbolismo.
La mentalidad funcionalista/utilitaria corroe la mentalidad moderna, por ejemplo, en la ética sexual. En el caso que nos ocupa, reduce el acto simbólico del pastor que está "alimentando a mis ovejas" a un pragmático acto de "resolvamos esto de forma que la misa ´no se prolongue más de lo debido´". No es extraño entonces que la paternidad también se esté parcelando progresivamente en "funciones" generativa, gestacional y educativa. Al descuidar el papel simbólico de su paternidad espiritual alimentando a su pueblo, los sacerdotes hacen algo análogo.
Dicho artículo suscitó numerosos comentarios y -algo inusual en Crisis Magazine- una controversia un poco aguda. Por ese motivo, en medio de este veraniego excursus juanino, vuelvo sobre el asunto convencido de que los Evangelios nos aportan posibles perspectivas sobre la cuestión.
Que Jesús alimentase a la multitud con cinco panes y dos peces es denominado "milagro" en los Evangelios Sinópticos (Mateo, Marcos, Lucas). Juan, sin embargo, no habla de "milagros". El cuarto Evangelio se construye más bien en torno a "signos", que apuntan, más allá de sí mismos, al Único significado. Así, Jesús multiplica los panes porque "Yo soy el Pan de Vida". Cura al ciego porque "Yo soy la Luz del Mundo". Resucita a Lázaro porque "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida". Y los judíos casi le apedrean por su respuesta "Antes de que Abraham existiera, Yo SOY", una clara alusión a la revelación de Dios de Sí mismo a Moisés en la zarza ardiente (Ex 3, 14), al sellar la Antigua Alianza.
En Juan, los actos de Jesús son símbolos. Contienen aquello que simbolizan, y además apuntan más allá de sí mismos. Hacen algo (p. ej., alimentar al pueblo) pero también apuntan más allá de sí mismos (p. ej., a Aquel que alimenta y hace posible que se alimente, así como a la profecía sobre el futuro plan de Dios de instituir la Eucaristía).
Detaco este aspecto eficaz de la labor de Jesús porque he escuchado, incluso en círculos católicos, intentos de racionalizar el signo. Según esa interpretación, no es que los cinco panes y los dos peces que trae el muchacho alimentasen a la multitud. Habrían sido "el amor y la preocupación" que mostró Jesús los que habrían "abierto" los corazones de la multitud (y, se supone, sus cestas) para compartir su alimento y satisfacer las necesidades de todos.
Obviamente, esta interpretación reduccionista es ajena al texto y a su tradicional interpretación católica. Pero la cito por dos razones: para recuperar lo que Juan está intentando decir y para exponer la poderosa (y corrosiva) fuerza del reduccionismo racionalista en algunos círculos católicos alemanes, especialmente con vistas al sínodo de octubre. Es la acción sacerdotal de Jesús la que alimenta al pueblo, no lo hace un pueblo que sería autosuficiente pero sólo necesitaba un catalizador. El "signo" es que Cristo alimenta a su pueblo.
Si el signo es que "Cristo alimenta al pueblo", entonces también el alter Christus [otro Cristo], el sacerdote que actúa aquí y ahora in persona Christi [en la persona de Cristo], debería hacer presentes a Cristo y Su acto salvador alimentando al pueblo.
Alguien podría decir que el Evangelio presenta a Jesús bendiciendo y partiendo el pan, lo cual hace el actual alter Christus en el ofertorio y consagrando la Eucaristía. Pero Juan va más allá. Jesús dice a los apóstoles que preparen a la multitud ("haced que se sienten"). Les pide que alimenten a la multitud. Él distribuye los panes y los peces (dones ofrecidos a Cristo), no directamente por medio de su joven propietario, sino por mediación del apóstol Andrés ("Hay aquí un muchacho con cinco panes..."). Y, cuando la comida se ha consumido, Jesús designa a sus Apóstoles como equipo de "limpieza", recogiendo las sobras "para que nada se pierda" en doce cestas... un número muy apostólico.
Para Juan, el signo de la multiplicación de los panes es un símbolo profundo. No se trata de un problema de bienestar social ni de un problema logístico que deba resolverse funcionalmente mediante formas pedestres. ¡No es un problema tecnocrático, como que, por ejemplo, los Apóstoles necesitasen 16.667 días de trabajo para una bolsa de 200 denarios! Jesús no pide a sus Apóstoles (ni aún menos al conjunto de la comunidad) que resuelvan eficientemente el problema de una cadena de alimentación. Les pide hacer lo que Él hace: "Alimentad a mis ovejas".
Sugiero que este signo tiene algo que decir sobre el recurso innecesario a los ministros extraordinarios de la Eucaristía. Por un lado, nos pie que reflexionemos sobre lo que estamos haciendo: acudiendo a una necesidad espiritual de encuentro con una mentalidad funcionalista. (¿Cómo comprar comida para una multitud semejante? ¿Cómo "no prolongar más de lo debido" la distribución de la Comunión?) También nos recuerda que en ese encuentro unitario espiritual con un Sumo Sacerdote (y sus sacerdotes), el sacerdote tiene un papel principal que no debería ser sustituido, diluido o delegado, del mismo modo que el Sacerdote y sus sacerdotes tuvieron un papel principal en la bendición y en la distribución sobre aquella verde colina en Israel hace dos mil años.
El Vaticano II nos animó a volver a las Escrituras. Las Escrituras no piden sólo una seca exégesis de los verbos tal como fueron definidos hace milenios: siempre ha habido una tradición de búsqueda del "sentido espiritual" de la Palabra. Tal vez las Escrituras tienen algo que decirnos.
John M. Grondelski fue vicedecano de la Escuela de Teología de la universidad de Seton Hall (Nueva Jersey, Estados Unidos).
Artículo publicado en Crisis Magazine.
Traducción de ReL.
No hay comentarios:
Publicar un comentario