Todo el
mundo sabe que el santo de los franciscos, o por mejor decir, de muchos
franciscos, es San Francisco de Asís. Menos conocido es que no sólo es el santo
de los franciscos, sino también el primero de los franciscos, ya que
el que la historia conoce como Francisco
de Asís se llamaba, en realidad, Juan Bernardone, hijo del rico comerciante de telas de la ciudad
italiana de Asís Pietro Bernardone,
y de una tal Pica de la
que poco se sabe, aunque según parece, pertenecía a una familia noble de
Provenza. Y que si pasa a la historia como Francesco, Francisco en español, no
fue por otra razón que porque su francófilo padre, enamorado de una Francia con
cuyos comerciantes hacía pingües beneficios, le llamaba así, Francesco, que no
debía significar sino algo así como “francesito”.
Si a esto añadimos que el nombre de Francia proviene de la tribu germana de los francos que ocupa el territorio galo a partir del s. III, cuyo nombre no significa otra cosa que “hombre libre”, -término del que también derivan por ejemplo, otros como el Franco Condado, que no significa el condado francés sino el condado libre, o la francmasonería, que tampoco significa la masonería francesa sino la masonería libre-, ello quiere decir que los llamados franciscos no son sino “los hombres libres”. Una significación última que, por vía indirecta, habría que otorgar también a los componentes de la orden creada por el primero de los franciscos, es decir, los franciscanos.
El nombre Francisco se popularizará rápidamente, y con ello, no tarda en llegar una alta profusión de franciscos a los altares de la Iglesia: nuestro españolísimo y gigantesco Francisco Javier, patrón de Navarra y de las misiones, que celebramos el 3 de diciembre (pinche aquí para conocerlo mejor); nuestro también españolísimo Francisco de Borja, que celebramos el 3 de octubre; o los italianos Francisco de Paula (pinche aquí para lo mismo), que celebramos el 2 de abril, Francisco de Sales, que celebramos el 18 de abril, o Francisco Caracciolo, que celebramos el 4 de junio.
Luego vendrían los reyes franciscos, entre los cuales el primero, y como habría sido de esperar, un francés, ese Francisco I que tanta guerra daría a nuestro gran emperador Carlos V, seguido más tarde de un Francisco II y de ninguno más. En España no ha habido reyes titulares por nombre Francisco, pero sí los ha habido consortes, como aquel Francisco casado con Isabel II de quien ésta dijera que se sacó más encajes el día de su boda que ella misma, -ella sabría por qué lo decía-, y que siendo como lo era, también él, Borbón, sirvió por lo menos para que la casa real española no perdiera el apellido, siendo hoy el de Francisco y no el de Isabel el que lleva Felipe VI.
Y luego vinieron, por último, los papas, concretamente el que hace el número 266 de la historia de la Iglesia, que lo elegía sorpresivamente y no, como algunos pensaron en honor a su tocayo y compañero de orden Javier, sino en honor del primero de todos, Asís, con lo que el nombre que se inventara un buen día el bueno de Pietro Bernardone, -¡quien se lo iba a decir a él!-, quedaba elevado a la cima de las más altas instancias humanas, altares, tronos y tiaras papales.
Y bien amigos, un artículo de curiosidades para pasar el día de hoy: que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Mañana por aquí andaremos con estas y otras peripecias.
Si a esto añadimos que el nombre de Francia proviene de la tribu germana de los francos que ocupa el territorio galo a partir del s. III, cuyo nombre no significa otra cosa que “hombre libre”, -término del que también derivan por ejemplo, otros como el Franco Condado, que no significa el condado francés sino el condado libre, o la francmasonería, que tampoco significa la masonería francesa sino la masonería libre-, ello quiere decir que los llamados franciscos no son sino “los hombres libres”. Una significación última que, por vía indirecta, habría que otorgar también a los componentes de la orden creada por el primero de los franciscos, es decir, los franciscanos.
El nombre Francisco se popularizará rápidamente, y con ello, no tarda en llegar una alta profusión de franciscos a los altares de la Iglesia: nuestro españolísimo y gigantesco Francisco Javier, patrón de Navarra y de las misiones, que celebramos el 3 de diciembre (pinche aquí para conocerlo mejor); nuestro también españolísimo Francisco de Borja, que celebramos el 3 de octubre; o los italianos Francisco de Paula (pinche aquí para lo mismo), que celebramos el 2 de abril, Francisco de Sales, que celebramos el 18 de abril, o Francisco Caracciolo, que celebramos el 4 de junio.
Luego vendrían los reyes franciscos, entre los cuales el primero, y como habría sido de esperar, un francés, ese Francisco I que tanta guerra daría a nuestro gran emperador Carlos V, seguido más tarde de un Francisco II y de ninguno más. En España no ha habido reyes titulares por nombre Francisco, pero sí los ha habido consortes, como aquel Francisco casado con Isabel II de quien ésta dijera que se sacó más encajes el día de su boda que ella misma, -ella sabría por qué lo decía-, y que siendo como lo era, también él, Borbón, sirvió por lo menos para que la casa real española no perdiera el apellido, siendo hoy el de Francisco y no el de Isabel el que lleva Felipe VI.
Y luego vinieron, por último, los papas, concretamente el que hace el número 266 de la historia de la Iglesia, que lo elegía sorpresivamente y no, como algunos pensaron en honor a su tocayo y compañero de orden Javier, sino en honor del primero de todos, Asís, con lo que el nombre que se inventara un buen día el bueno de Pietro Bernardone, -¡quien se lo iba a decir a él!-, quedaba elevado a la cima de las más altas instancias humanas, altares, tronos y tiaras papales.
Y bien amigos, un artículo de curiosidades para pasar el día de hoy: que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Mañana por aquí andaremos con estas y otras peripecias.
Luis
Antequera
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