jueves, 11 de julio de 2013

HOMBRE ESPIRITUAL

Cuando el Cristiano ha entrado en el “estado místico”, en el cual los actos que realiza a través de la acción de las virtudes infusas o cristianas son movidos directamente por el Espíritu Santo, por supuesto con la cooperación y aceptación libre y voluntaria del sujeto.


Cuando esta operación de los dones es más o menos frecuente y habitual, nos encontramos entonces en presencia del cristiano perfecto, el santo, el “hombre espiritual”, el “hombre nuevo”, que son todas denominaciones equivalentes para expresar una misma realidad: una persona que reproduce en sí misma, en sus sentimientos y actitudes, al mismo Cristo, y que puede expresar con propiedad, al igual que San Pablo: “Y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí”

El santo ya no es gobernado en sus actos por su modo humano de obrar, con primacía de sus propios razonamientos y sentimientos, sino que pasa a tener un “modo divino” en sus acciones, producido por el gobierno directo de las mociones de Dios, a las que se presenta dócil y obediente por su elección personal.

Muy probablemente por esta razón los santos son vistos por las demás personas en muchos aspectos como locos, o al menos como un poco chiflados, porque en su comportamiento se apartan de la lógica humana y de las actitudes habituales del mundo.

Lo que ocurre es que su mirada se eleva y va mucho más lejos de los demás, captando y siguiendo los designios de Dios para sus vidas y para el entorno que los rodea, que normalmente no son percibidos por los hombres que no tienen la suficiente apertura espiritual a Dios.

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